Los llevaron gratis a San José en bus. Les dieron banderas y carteles. Les pusieron letrinas móviles. Los arengaron para que gritaran y aplaudieran. Y, al final, les regalaron el almuerzo y los despacharon a sus casas.
Así fue como el chavismo movilizó, el viernes 14 de noviembre, a un grupo de simpatizantes al mitin celebrado en la plaza de la Democracia con el calculado propósito de promover el culto al presidente Rodrigo Chaves.
La organización aprovechó que el mandatario tenía previsto comparecer ese día ante la comisión legislativa que analiza una solicitud del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) para quitarle la inmunidad.
Todo estaba calculado. Chaves permaneció solo el tiempo necesario para ejecutar un ensayado berrinche, y sin permitir preguntas a los diputados, abandonó el recinto para ir al encuentro de “su gente”.
Al mejor estilo de las plazas públicas de antaño, el mandatario subió con sus acólitos a la tarima que lo estaba esperando, para que pudiera lanzar desde las alturas su acostumbrada descarga de ataques.
En medio del ritual de encantamiento, el público retribuyó el transporte, la comida y demás cortesías con ovaciones controladas y promovidas por los encargados del manejo de los micrófonos.
Una dinámica casi idéntica tuvieron dos manifestaciones anteriores en las que participó el mandatario; una, al frente de la Asamblea Legislativa, y la otra, ante la sede de la Fiscalía General de la República.
En todas las ocasiones, imágenes distorsionadas circularon por redes sociales y medios oficiales para tratar de conferirles dimensiones multitudinarias a actos que en realidad convocaron a puñados de personas.
¿Qué significa toda esta parafernalia alrededor del gobernante? Para mí, es evidente que hay una estrategia para eludir la veda que la ley electoral impone a los mensajes promocionales del gobierno en esta época.
Los hechos sugieren que el presidente Chaves hace rato está en campaña. Así lo retratan estos actos de corte mesiánico y las 15 denuncias por supuesta beligerancia política que motivaron al TSE a pedir su desafuero.
Pero, además del aparente desacato de las restricciones, inquieta la forma como el chavismo está reclutando gente para llevarla a sus actividades.
Recuerdo una censurable práctica vista en campañas del siglo pasado, cuando algunos partidos iban a comunidades marginadas a ofrecer baterías sanitarias, latas de zinc y bonos a cambio de apoyo.
Me surge la duda sobre si estaremos viendo la aparición de una versión 2.0 de ese clientelismo político. Si hoy se da un almuerzo gratis a cambio de ir a una plaza pública, ¿qué se podría ofrecer por un voto?
