El 28 de abril ocurrió el más grande apagón eléctrico en la península ibérica y el sur de Francia. Esto significó que ciudades totalmente dependientes de la electricidad se quedaran sin ella por un periodo que, en algunas zonas, superó las 24 horas.
Mientras eso sucedía, pensé en todas sus implicaciones, desde enfermos dependientes de máquinas en hogares privados sin plantas –el más dramático de los casos–, la gente atrapada en ascensores, la suspensión de servicios como trenes y autobuses.
Pero nunca imaginé el impacto que más afectó a las personas: la falta de efectivo, porque dejaron de funcionar las máquinas expendedoras de dinero y los pagos electrónicos mediante tarjetas. Fue una llamada de atención para operadores financieros, que obliga a la búsqueda de sistemas alternativos. Además, fue alto el costo político para el gobierno, cuya falta de respuesta expedita y de soluciones reclamó la gente, que censuró el traslado de culpas a un ciberataque y a los expendedores privados.
Todavía no hay una certeza absoluta sobre las causas de la falla y lo peor es que se cuestiona la dependencia de España y Portugal de las energías limpias (solar y eólica), por lo cual se habla de un retorno a energías con mayores emisiones. Incluso, otros países hablan del regreso a la energía nuclear, olvidando la tragedia de Fukushima.
El gobierno no podrá desviar la atención ni trasladar responsabilidades, pues tendrá que presentar, en los próximos meses, un informe a las autoridades comunitarias, muy preocupadas –como debe ser– de que el problema no volverá a suceder por los costos humanitarios y las pérdidas económicas que el apagón provocó.
Debe darse seguimiento a los estudios que vendrán, pues el incremento en la energía debido a economías cada vez más digitalizadas y demandantes de electricidad obliga a confirmar que se está preparado. Esto vale para nuestro país, más si apostamos al nearshoring, que requiere de fuentes de energía estables y sostenibles.
Le corresponde al ICE, como ente responsable, responder; pero no descartemos la conveniencia de abrir el tema a nuevos proveedores, más viendo lo que sucede en otros países. Depender nosotros de dos fuentes (hidroelectricidad y petróleo), como lo señaló Roberto Dobles, aumenta el riesgo por la eventual falta de agua a causa del cambio climático. Urge la ruta al futuro.
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Nuria Marín Raventós es politóloga.