
Gobernar y liderar. Parecen sinónimos, ¿no? No exactamente, y quien ocupe la presidencia a partir de mayo del 2026 debe saberlo. A quien gobierna le siguen porque da la orden; a quien lidera, por convicción.
La democracia implica confiar, y el país necesita un liderazgo que inspire confianza. Pero no emanada de una figura mesiánica, sino de alguien que tenga la capacidad para liderar la orquesta llamada Estado y convocar a los mejores músicos para tocar la sinfonía llamada Costa Rica.
Atrás quedó la época del bipartidismo y de colores marcados. En el 2022, la papeleta parecía un catálogo de compras, con 25 candidaturas. Esto se repetirá en febrero, con 20. De esos rostros, a uno lo veremos sonreír en mayo, habiendo alcanzado la presidencia número 50 de nuestra historia. No es un hito menor, por lo que esa persona tendrá una enorme responsabilidad sobre sus hombros.
Costa Rica atraviesa un momento crítico. Aquella excepcionalidad costarricense de la cual nos vanagloriamos muchos años está en peligro, si no es que se ha perdido ya. Flagelos como las listas de espera, el deterioro de la educación pública, ataques a la institucionalidad y destrucción de ecosistemas nos atañen. Este 2025 ya se reportan más de 700 homicidios. La violencia se ha normalizado. No solo la física; la verbal y simbólica, también.
La pluralidad de voces es la base de la democracia. Sin embargo, existe una profunda polarización. El anonimato y la impunidad que proporcionan las redes sociales han sido instrumentalizados para propagar odio y desinformación, por intereses individuales u orquestados. Si a esto le sumamos la caída en indicadores de libertad de expresión por ataques a la prensa, y discursos violentos por parte del Ejecutivo, incluyendo al más alto jerarca, tenemos un problema.
Ser costarricenses sigue siendo el vértice de las cosas que todavía nos unen como sociedad. No permitamos que políticos siembren división. Exijámosles transparencia, propuestas concretas y resultados en sus planes de gobierno. No solo palabrería y demagogia, sino acciones reales. Exijamos verdad.
La juventud debe marcar el rumbo para el país. Votemos, de manera libre, informada y responsable. No desperdiciemos ese derecho (y deber) del que gozamos. De lo contrario, el abstencionismo será la norma y unos pocos decidirán por muchos.