Cuando hablamos sobre el populismo moderno y su encarnación en nuestro país, hay temas que están muy machacados. Esa reiteración puede servir como recordatorio y llamado de acción para las personas convencidas de sus peligros, pero tiene consecuencias no tan felices.
¿Qué temas son excesivamente repetitivos y ya no aportan mayor valor agregado? La insistencia en que el populismo, aunque levante una crítica política en nombre de las mayorías, contiene el germen del autoritarismo. Que ataca todos los centros de autonomía social y política y procura concentrar todo el poder en sus manos. Ya eso lo sabemos.
Otro ejemplo de reiteración abusiva es la proliferación de análisis sobre la estrategia de comunicación del populismo. Que esta impone la lógica del amigo-enemigo; que los enemigos los define el gran líder; que contra ellos –los escuálidos, las élites, los ticos con corona– se vale cualquier cosa como mentir, insultar, perseguir, amedrentar. Que hay un uso industrial de la posverdad por fábricas de troles e influencers. Ya eso lo sabemos.
Las sobrias advertencias recordando que la crítica populista no es una pura maldad o invención son un “disco rayado”. Las fallas reales de las democracias han sido su abono: el mal trato de instituciones a la ciudadanía, la exclusión laboral, la desigualdad y la pobreza, la corrupción. Ya eso lo sabemos. Muchas personas lo habían advertido desde hace décadas.
El efecto negativo de tantas reiteraciones ha sido andar de puntillas por un tema medular: entonces, ¿qué hacer? Hablo del antídoto político al populismo, asunto en el que más vale ser concretos, pues no sirven fórmulas generales al estilo de “los problemas de la democracia se arreglan con la democracia” y “hay que fortalecer a los partidos” (¿y cómo?).
Recetas no hay; algunos principios, sí. Desde la sociedad civil puede fortalecerse el escrutinio público y crear espacios de encuentro en el que opere el principio de “uno para todos y todos para uno”. Si los partidos están en la calle, pues hay que cobijarlos. ¿Cómo? Nutriéndolos con propuestas concretas y, las personas que así lo deseen, implicándose en ellos. Y, especialmente, un pacto por la democracia, basado en un programa mínimo de progreso y bienestar, suscrito por todas las fuerzas en competencia. Quien gane se compromete a aplicarlo, y los otros, a no estorbar. Ideas para una conversación distinta.
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Jorge Vargas Cullell es sociólogo.