Tengo en mi casa un pequeño grabado de Francisco Amighetti que se llama Calle de Barva.
Cómo lo adquirí, no lo sé; cuando me preguntan, cuento cada vez una historia diferente. Mentir sobre lo que no tiene importancia enseña a decir la verdad en todo lo demás.
Pero no miento sobre el grabado de Amighetti; como no recuerdo a ciencia cierta cómo lo adquirí, cualquier cosa que diga puede ser verdad.
Atribuyo al grabado un origen cierto en lo fundamental. A comienzos de los años cincuenta o por ahí, Amighetti visitaba Barva en compañía de un grupo de artistas bisoños que aprendían el oficio con él. Era el verano, hacía un sol tibio, Barva tenía fama de ser un pueblo frío, pero no era cierto. La tropa se instalaba en una casa hermosa que los acogía; la gente decía que la propietaria era Doris Stone, lo que igual podía ser verdad o leyenda.
El grupo se derramaba por el pueblo, cada uno donde su perspectiva le aconsejaba; allí, cada uno fijaba su caballete, montaba su bastidor y comenzaba a pintar lo suyo. Amighetti iba de uno a otro, indicando, corrigiendo, sugiriendo. La pequeña pandilla de güilas de la que yo formaba parte le seguíamos en silencio, oyéndolo aconsejar con la voz pausada que tenía en esas ocasiones, aspirando el seductor aroma del aceite, mirando el resultado del concentrado trabajo de los pintores.
A mediodía, el grupo se recogía en la amplia casa que tal vez fuera, en efecto, de la señora Stone, de la que nadie sabía si existía o era un invento porque nadie la había visto nunca ni oído hablar de ella, y mucho más tarde salía a caminar por el pueblo, en dirección a la cantina que tenía mi papá, donde se juntaban hasta la noche en ruidosas conversaciones.
Me hubiera gustado oír lo que hablaban, pero papá no lo permitía: nos corría a mi hermano y a mí para que no escucháramos lo que fuera que los impúdicos artistas decían, y a la distancia solo oíamos el alborozo de sus risas y sus voces apagadas.
El mismo Amighetti dibujaba en solitario, supongo que, entre otras cosas, el boceto de Calle de Barva: el pueblo asoma desde lo alto de la cuesta que va a la montaña, de norte a sur, despejado, amodorrado, entrañable.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.
