Voy al grano, el asunto es enojoso y es mejor abordarlo sin retraso. Un dirigente deportivo, informa este periódico, se refirió a él diciendo que es un tema “complejo y espinoso”.
Sin duda lo es. Se trata del amaño de un partido de fútbol, que llegó a conocimiento público días atrás y todavía está en el candelero. En relación con el caso se ha abierto una investigación que aún no termina, de modo que es pronto para anticipar juicios concluyentes sobre la verdad de lo ocurrido. Estamos en la fase en que se puede hablar de la existencia de un tema, un asunto o un caso, pero aún no propiamente de un hecho.
No tengo la menor idea acerca de los entresijos profundos del fútbol profesional en el país. Solo soy un aficionado más y no lo oculto, aunque me consta que hay quienes arrugan la cara cuando uno lo admite. De un tiempo a esta parte, además, no soy solo un aficionado distante, sino distanciado, que si uno lo piensa bien no es exactamente lo mismo.
No obstante, el trucaje deportivo me ofende profundamente: ofende mi buena fe, hiere la memoria de viejos entusiasmos, mi preferencia por el juego limpio y toda la saga de gratuitas e ingenuas emociones que el fútbol me ha deparado a lo largo de la vida como ninguna otra actividad social lo ha hecho. El amaño desacredita este deporte y da la razón a quienes piensan que tal como están las cosas es una anomalía, como una verruga.
En medio de la aflicción y el desencanto que la información me produce, leí la transcripción que hace este medio de lo manifestado por un jugador que denunció el amaño. Confieso que me ha devuelto el resuello y levantado el ánimo. Dice: “Como jugador y ser humano, tengo el derecho y la obligación de hablar cuando algo no está bien. Lo que sucedió no fue un malentendido, fue una cadena de irregularidades. Mientras la mayoría se quedó callada, mi persona no fue cómplice y activamos la alerta. No busco protagonismo, solo la verdad”.
Es aleccionador, como sea que se mire: por la confianza en la libertad de expresión, un privilegio menguante; por la objetividad en la denuncia de lo irregular y del delito, exenta de connotación política, que fortalece la función de reproche.
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la Presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.