
Costa Rica es reconocida mundialmente por su riqueza natural y por ser un líder en conservación. Sin embargo, hay una crisis silenciosa que amenaza nuestros ríos, lagunas, humedales y manantiales: la pérdida acelerada de la biodiversidad de agua dulce. Esta crisis, aunque poco visible, es tan grave como la deforestación o la degradación marina.
Un reciente estudio global publicado en la revista Nature advierte de que una de cada cuatro especies de agua dulce está en riesgo de extinción. Esto incluye peces, cangrejos de río, libélulas y muchas otras especies que habitan ecosistemas que cubren menos del 1% de la superficie terrestre, pero que sostienen más del 10% de toda la biodiversidad conocida.
La pérdida de biodiversidad en ecosistemas de agua dulce ocurre tres veces más rápido que en los bosques. Desde 1970, se ha perdido el 35% de los humedales monitoreados. Las principales amenazas son conocidas: contaminación por residuos domésticos y agrícolas, represas y extracción de agua, invasión de especies exóticas, pérdida de conectividad ecológica y sobreexplotación pesquera. Pero quizás el problema más grave es la invisibilidad de esta crisis, tanto en la política pública como en la conciencia colectiva.
Estudios realizados en Costa Rica reportan la existencia de 308 sistemas de lagunas y lagunetas de agua dulce, así como aproximadamente 48.796 kilómetros de sistemas ribereños o lóticos (ríos), los cuales se agrupan en 64 sistemas ecológicos.
En estos ecosistemas se han identificado más de 250 especies de peces de agua dulce, de las cuales 25 son endémicas, junto con 222 especies de anfibios, 150 especies de aves asociadas a ambientes acuáticos, una especie de nutria y cientos de especies de cangrejos e insectos acuáticos.
En Costa Rica, la mayoría de los humedales de agua dulce inventariados corresponden a ecosistemas palustres (77,36 %), lo que resalta la importancia de los pantanos, históricamente poco reconocidos en las políticas de conservación. Estos humedales se concentran principalmente por debajo de los 2.000 metros de altitud. Por su parte, los humedales lacustres representan el 5,41 % del área total, siendo el lago Arenal el más grande del país. Estos ecosistemas son claves para actividades como el turismo, la generación hidroeléctrica, la pesca deportiva y la acuicultura.
En Costa Rica, estos ecosistemas también afrontan múltiples amenazas: contaminación por aguas residuales, agroquímicos y sedimentos; expansión de especies invasoras como la tilapia o el pez diablo, y la creciente presión del desarrollo urbano y turístico sin planificación ecológica. A esto se suma el cambio climático, que altera el régimen de lluvias y reduce los caudales ecológicos que muchas especies necesitan para sobrevivir.
Nuestros ríos y humedales son mucho más que “recursos hídricos”; son hábitats críticos que sustentan no solo la vida silvestre, sino también la seguridad alimentaria, la salud pública y los medios de vida de comunidades rurales e indígenas. La pesca artesanal en humedales como en los sistemas lacustres en la zona norte o los ríos en la vertiente Caribe dependen de la salud de estos ecosistemas. Y, aun así, su conservación ha sido relegada a un segundo plano.
El país ha avanzado en áreas protegidas terrestres y marinas, pero aún no existe una estrategia nacional específica para conservar la biodiversidad de agua dulce, como lo demuestra hasta ahora el incumplimiento de la meta 1 de la Estrategia Nacional de Biodiversidad que establecía que, para el 2020, se habría ampliado en un 0,5% la representatividad ecológica del sistema de áreas protegidas estatales, específicamente en ecosistemas de aguas continentales.
Esta omisión es preocupante, más aún cuando muchas de las especies más amenazadas en Costa Rica viven en hábitats restringidos como ríos de alta montaña, humedales estacionales o lagunas volcánicas.
El Marco Global de Biodiversidad de Kunming-Montreal, firmado por Costa Rica, establece metas claras para conservar las aguas continentales. Cumplirlas requiere dejar de ver los ríos solo como fuentes de agua o energía, y empezar a integrarlos como núcleos vivos de biodiversidad y cultura.
Es urgente fortalecer el monitoreo ecológico en ríos y humedales, integrar la biodiversidad en la planificación de cuencas hidrográficas, promover soluciones basadas en la naturaleza en proyectos de infraestructura y generar incentivos para que las comunidades protejan estos ecosistemas. También necesitamos incluir indicadores de biodiversidad dulce acuícola en nuestras políticas climáticas, hídricas y de desarrollo sostenible.
La biodiversidad de agua dulce no puede seguir siendo la gran olvidada. Costa Rica tiene el conocimiento, la experiencia y la voluntad política para actuar. Pero debe hacerlo ya. Porque conservar nuestros ríos y humedales no es solo proteger la vida silvestre, es proteger nuestra propia vida.
Lenin Corrales Chaves es analista ambiental y fue presidente del Consejo Científico de Cambio Climático de Costa Rica.