No sé si el hecho es real o lo inventé, a estos extremos pueden llevarme mis confusiones. Para aclararlo, miré en el celular y, en efecto, encontré varias fotografías tomadas supuestamente en la gran capital suramericana en los días previos a las elecciones. Allí aparezco yo, enfundado en un abrigo que, sin embargo, no reconozco como mío, resistiendo el frío que de improviso se apoderó de la ciudad.
Pero una circunstancia, además del abrigo, me hace sospechar que en realidad no estuve ahí. Es que no puede confiarse en los registros fotográficos porque se falsifican o adulteran con facilidad. Es cierto que la tecnología ha impulsado algo así como la democratización de la fotografía, que durante mucho tiempo tuvo un carácter selectivo y elitista, de modo que ahora casi todos disponemos de innumerables representaciones de nosotros mismos.
Antes de que esto ocurriera, no muchos tenían acceso a imágenes fotográficas de sí mismos; salvo por motivos accidentales, de la gran mayoría de la gente no existen testimonios de esta clase: no los hay de su infancia, su juventud o su vida adulta; todo lo que queda, si algo queda, es lo poco que conserva la memoria oral. Pero con la tecnología llegó también el descrédito de la realidad: ¿Soy yo ese que está ahí, y si soy yo, estoy en el lugar que muestra la imagen, o todo es una suplantación?
De otro lado, puede ser que haya estado en la ciudad, porque siento que recorrí sus barrios y sus calles estrechas y arboladas, que contemplé las casas otrora magníficas venidas a menos o desnaturalizadas por el comercio, que curioseé en los mercadillos para comprar alguna chuchería o que descansé en cierta glorieta, mientras una dependienta barría la acera; incluso, que me esforcé en buscar aquí y allá una dirección ilustre, a fin de repetir los pasos de aquel escritor que acostumbraba caminar por ahí reclinado en su bastón. Esto explicaría el síndrome de abstinencia de ciudad que ahora no me abandona.
Además, ocurrió en vísperas de las elecciones, cuando en algunas plazas podían observarse despuntes de actividad política a las que casi nadie prestaba atención. Estoy seguro de haber conversado con taxistas desencantados, de locuacidad amarga: se nos ha puesto a escoger entre un incompetente, una dipsómana y un loco, me habría dicho uno de ellos.
carguedasr@dpilegal.com
Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.