
A un año de la invasión rusa a Ucrania, cientos de miles de muertos y heridos, millones de desplazados, un país destrozado, una carrera armamentista reforzada, mayor riesgo de guerra nuclear, debilitamiento de la cooperación internacional para atender desafíos globales, nuevo desgaste de la Organización de las Naciones Unidas, otro conflicto recalcitrante sin solución militar evidente, más distancia entre el Occidente democrático y África, la India y América Latina, debilitamiento de Rusia, más inseguridad alimentaria internacional, confrontación más agresiva entre China y Estados Unidos, pérdida de autonomía de Europa.
Esos son algunos de los efectos identificados luego de doce meses de guerra. Otros aún no son evidentes y no pueden ser valorados: efectos del conflicto sobre el ritmo de la transición energética mundial a fuentes limpias, efectos sobre la estabilidad e integridad política de la Federación Rusa en caso de no obtener una clara victoria militar, efectos sobre Europa si Ucrania es derrotada, futuro de esta como Estado nación, efectos del vacío de poder en Asia central sobre el orden global, efectos de una reconstrucción incompleta de Ucrania sobre el entorno regional.
Queda claro, una vez más, que iniciar una guerra es fácil. Es cuestión de que un gobernante lo decida. Lo difícil es lidiar con la caja de Pandora que abre, pues, luego del primer golpe, rápidamente todo se retuerce, impredeciblemente. A Putin, por ejemplo, el curso de evolución planeado le caducó a los tres días, cuando no pudo tomar Kiev y derrocar al gobierno ucraniano. Y, luego, a improvisar. Con todo, me equivoco. Pese a su imprevisibilidad, en las guerras hay una constante: rienda suelta a la muerte y la destrucción, especialmente, de la población y las infraestructuras civiles.
Para un pequeño país como Costa Rica, una cascarita al viento, esta nueva fase en la que el mundo entró es muy amenazante. No controlamos nada y sufrimos las calenturas ajenas. Sin embargo, tampoco somos inermes. Tenemos voz y causas internacionales (paz, derechos humanos, sostenibilidad ambiental). Creo que debemos ejercerlas tozudamente y cultivar amistades. Y, en el terreno interno, pienso que nuestra gran tarea es crear una sociedad ambiental, económica y políticamente resiliente; remediar flancos débiles que sí controlamos. Para ello, sin embargo, se requiere mucho diálogo y liderazgo.
El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.