En el lote donde antes había pasto para vacas se levanta “el cajoncito”. Es el cimiento de la primera casa que tendrán Mauricio Arias Campos y Michelle Monge Martínez, desde que decidieron unir sus vidas, hace nueve años.
A simple vista, las paredes de lo que será una vivienda prefabricada no parecerían gran cosa para quien ignore el pequeño gran milagro de solidaridad que se incuba en ese solar de Bolsón de Turrubares; un pueblo mayoritariamente de peones agrícolas en uno de los cantones más pobres de la provincia de San José.
La donación del terreno, la limpieza del lote, las paredes de cemento y el trabajo para poner de pie cada una de ellas sobre la tierra rojiza y dura, son los eslabones de una poderosa cadena de solidaridad forjada por habitantes de este caserío rural.
Estas personas dejaron de lado sus propias carencias para ayudar a construir la casa con la que sueñan Mauricio, Michelle y Alhanna, la única hija de esta pareja, de 8 años.
Cuesta creer que alguien dé sin pedir nada a cambio y por el simple hecho de ver felices a tres vecinos que se han dado a querer y admirar por trabajadores y honrados desde que llegaron ahí, hace tres años.
En esta época es increíble, sobre todo, porque no hay ninguna situación que haga particularmente especial a la familia Arias Monge o la diferencie del resto de hogares.
Su actual patrón y varios vecinos que se han convertido en otra familia para ellos han aportado para que los Arias Monge hagan realidad su sueño de tener casa propia.
Por cierto, ninguno quiso ser citado en esta historia, algo que habla de las buenas intenciones que los motivan, pues no quieren figurar.
‘El cajoncito’, como lo llama Michelle, ya tiene forma de su casa soñada. En Semana Santa, ella, Mauricio y Alhanna fueron acompañados por varios vecinos a montar la estructura, a la cual todavía le faltan muchas, pero muchísimas cosas. Sin embargo, es sin duda un buen comienzo.
Este milagro en Bolsón de Turrubares se comenzó a incubar en conversaciones de tardes de café, con un matrimonio vecino, luego del trabajo en el campo, a finales de noviembre del 2022.
“Les compartimos nuestro sueño. Les contamos nuestra historia. Muy parecida a la de ellos en sus inicios. Ya nos conocen y saben por lo que hemos pasado. No tienen dinero; son también trabajadores de campo. Solo que tienen unas parcelas.
“Hace unas semanas, nos ofrecieron donar una. Al principio no lo tomamos muy en serio. Pero era verdad. Para no hacer larga la historia, ya en unos días firmamos los papeles”, contó Michelle, de 27 años, sin ocultar en el tono de su voz la felicidad que le causa convertirse por primera vez en propietaria. “¡Ese día, lloré de alegría porque por fin tendríamos casa propia”, agregó.
Resulta que en los pueblos chiquitos las historias corren como pólvora y la de la familia Arias Monge no fue la excepción. Al enterarse los demás de que ya tenían terreno para su añorada casa, se pusieron en acción, empezando por el actual patrón de la pareja, que les regaló las paredes de la casa.
Este patrón, que tampoco quiso salir nombrado aquí, rompió el molde de los otros empleadores que han tenido Mauricio y Michelle en ese “rodar” de años por quintas entre Turrúcares, en Alajuela, y Turrubares, en San José.
Su actual jefe los tiene asegurados, como la ley manda, les paga puntualmente su salario, los trata con mucho cariño y respeto, y les facilitó un techo temporal como parte de las condiciones de trabajo. De ahí planean salir a vivir a su nueva casa, ojalá antes de que termine este año, espera Michelle.
Claro que eso depende de terminar su casita, a la cual todavía le falta el techo, chorrear el piso, poner ventanas, montar la instalación eléctrica y conectar al servicio de alcantarillado. Como ven, lo básico.
Los otros “detalles”, entre ellos, pintura, cortinas, muebles, electrodomésticos... todas esas cosas tendrán que esperar un poco más.
A menos que esa cadena de solidaridad que se empezó a construir en Bolsón de Turrubares por un grupo de humildes vecinos, se termine de completar con otros que quieran experimentar la alegría de dar por el simple hecho de hacerlo, sin esperar ni reflectores ni cámaras.
Le pedimos el número de Sinpe a Michelle, y aquí lo dejamos a disposición de quienes deseen completar la construcción de este sueño: 7026-4686, a su nombre.
Empleados de quintas... y de quinta
Pero esta historia aún no puede quedar aquí. Hay que conocer un poco sobre quiénes son Mauricio Arias, de 40 años, y Michelle Monge, su compañera de 27.
Esta pareja convive desde hace nueve años y se han dedicado juntos a labores agrícolas. Mauricio trabaja como peón en quintas que han comenzado a abundar por estas zonas. Michelle lo apoya en funciones de empleada doméstica de las casas de dueños de esas fincas.
“Hemos rodado de quinta en quinta desde que nos juntamos”, contó Michelle. Varios de sus primeros patrones les cedían alguna posada a cambio de cuidar terrenos y casas. La primera que habitaron bajo esas condiciones ni siquiera tenía ventanas, todavía recuerda la mujer.
Los primeros años fueron muy difíciles para esta familia. “En una de las fincas nos echaron porque yo no pude ir a limpiar la casa dos semanas. Acababa de parir a Alhanna y no estaba bien todavía. Pero al patrón no le gustó”, cuenta la joven madre.
Es evidente que este empleador no los tenía asegurados pues Michelle no pudo gozar de su licencia por maternidad.
Eran tiempos en que toparon con patronos que no aseguraban a ninguno de los dos. Pero como la necesidad manda más por esos lares −aun en la idealizada Costa Rica−, para personas como esta pareja no hay otra salida que trabajar en condiciones así, o peores. Sobre todo cuando hay una hija a quien alimentar.
En una ocasión, contó Michelle, tuvieron que aceptar condiciones muy difíciles a cambio de tener un techo que los protegiera de los furibundos aguaceros que suelen caer sobre esas montañas en invierno, y del sol inclemente de los veranos.
Esa vez, recuerda, el patrón les ofreció un cuarto muy pequeño y en muy mal estado, sin salario, pero con la condición de que fueran ellos quienes costearan el mantenimiento de la finca de su propio bolsillo.
“Fueron tiempos muy difíciles. Terminamos saliendo de ahí y nos metimos a alquilar, pero solo teníamos ingresos de unos ¢100.000 al mes. Solo el alquiler salía en ¢40.000 y como no nos alcanzaba para nada, ni para la leche de la bebé, Mau (su pareja) tuvo que buscar un trabajo en una represa, de noche”, cuenta Michelle.
Pero como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, esta familia empezó a ver la luz al final del túnel cuando se trasladó a vivir a San Luis de Turrubares, pueblo originario de Mauricio.
Ahí un pariente les contó que en una quinta buscaban peones. Fue cuando dieron con el primer buen patrón que han tenido en toda su vida laboral, en Bolsón de Turrubares.
El resto de la historia ya se la contamos al inicio. El final, sin embargo, aún está pendiente de escribir en un solar de Bolsón, donde está en proceso la construcción de un sueño.