Para dos mujeres, madre e hija, los familiares que fallecieron siguen donde los dejaron hace más de 20 años; en las bóvedas del cementerio. Por eso, ellas limpian y restriegan, invierten varias horas en cuidar mosaico y trozos de cemento.
La dinámica la repiten todos los años desde 1991, cuando murió la “abuela mayor”. Luego, dos tías más fueron sepultadas en el Cementerio Obrero, en San José.
“Venimos a limpiarles la bóveda para recordar el Día de los Fieles Difuntos, el 2 de noviembre”, explicó María de los Ángeles Marín, de 49 años, al lado de su madre, de cabellera blanca, Vera Badilla.
Mientras acomodaban las matas ya marchitas por el tiempo, las mujeres contaron que ellas llegan siempre dos días antes de la conmemoración oficial, para que la bóveda “quede limpia y presentable”.
El 2 de noviembre, la tradición empuja a los familiares y amigos de los difuntos a asistir a misas extraoficiales, casi siempre matutinas. Antes de volver a su vida habitual, estas personas dejan flores, ramos o algún recuerdo sobre las tumbas.
Ana Isabel Arce, de 68 años, también llegó ayer a “dejar bonita” la bóveda de sus parientes, en el Cementerio General. Según dijo, le entristece ver tumbas descuidadas, evidencia de que casi nadie presta atención ni respeta a los muertos.
Otros. En las mentes de estas mujeres, dedicar tiempo a los recintos es una manera de demostrar aprecio a quienes ya partieron; de “recordarles que aún los recuerdan”.
Sin embargo, en un recorrido que realizó La Nación ayer por la mañana, a lo largo de tres cementerios josefinos, solo dos parientes limpiaban bóvedas por sí mismos.
La mayoría de las personas que daban mantenimiento a las tumbas no tenían vínculos sentimentales con los difuntos y recibían un pago a cambio de su labor.
A menudo estos arreglos los realizan obreros independientes, que no trabajan para el cementerio.
El precio por pasar una lija de agua, pulir y dar brillo a los mosaicos de una bóveda ronda los ¢15.000. Mientras, contratar servicios para el lavado y mantenimiento de las plantas no cuesta menos de ¢7.000.
Por respeto, en el Día de los Fieles Difuntos no se hacen reparaciones en las tumbas.
Javier Ortega, trabajador del Cementerio Obrero, explicó que antes pintaba casi 50 bóvedas en estas fechas, pero que este año solo 12 personas solicitaron el servicio.
Ortega construye, arregla y “alista” las tumbas del Cementerio desde que tenía siete años y hoy, a sus 49, afirma que los tiempos cambiaron porque la gente se aburrió.
“La tradición de hace un montón de años ya murió. Aquí; antes en esta fecha, uno tenía trabajo hasta para botar pa’ arriba. Ahora no, ya murió”, expresó .
Juan José Ortega, obrero del Cementerio General, consideró que la tradición ya pasó de moda, tal vez porque la mano de obra es cara.