Horacio Calvo Elizondo atendió el fin de semana anterior a Luis Arturo Fallas Segura en la pulpería Israel. Ese negocio familiar, ubicado en barrio Fátima de Cartago, lleva 27 años de operación. Foto: Keyna Calderón
Cualquier persona que vive en barrio Fátima, en el centro de Cartago, sabe dónde queda la pulpería La Israel.
El negocio ya se acerca a las trés décadas, gracias al empuje de un matrimonio y sus hijos, quienes se reparten las extensas jornadas para atender a las familias vecinas.
“La fundó mi mamá, Ana Victoria Elizondo, el 26 de febrero de 1992, cuando el pulpero del barrio ya se iba y nos íbamos a quedar sin pulpería. Ahora nos turnamos entre mi mamá; mi papá, Israel Calvo; mi hermano, German; y yo”, relata Horacio Calvo.
Dicho establecimiento es una de las 2.224 pulperías tradicionales de mostrador que, de acuerdo con un censo elaborado el año pasado, todavía sobreviven en nuestro país.
El estudio, realizado por la organización Fundes Latinoamérica, revela que estos negocios generan ventas anuales por unos $820 millones.
La mayoría de los locales operan en jornadas de hasta 14 horas diarias y el 80% de su clientela vive en un radio de 1,5 kilómetros de su ubicación.
De hecho, en La Israel se trabaja un poco más. Su horario de 5 a. m. a 10 p. m. todos los días, incluidos feriados y domingos, en varios turnos.
Horacio asegura tener clientes de muchos años, quienes venían de niños y ahora ya son papás y envían a sus propios hijos a hacer los mandados.
“Nos ha sucedido que en muchas ocasiones, alguien ocupa algo de emergencia y nos vienen a tocar la puerta. Un día, vino una señora a las 3 a. m. y tocaba y tocaba porque ocupaba acetaminofén y una caja de leche para el chiquito. Obviamente, la atendimos”, recordó.
En el local hay de todo: embutidos, refrescos, pasteles, repostería, artículos de cuidado personal y todo para una canasta básica, aseguró.
“Lo que nunca falta es paciencia porque a veces tenemos desde clientes muy buenos a otros que vienen de chicha o tomados, exigiendo que los atiendan ya”,relata.
Horacio asegura que la pulpería es todavía un imán de encuentro social con otra generación de muchachos que vienen de noche a conversar. Algunos, afirma, son hijos de quienes hace años venían, como ellos, a lo mismo.
“Gracias a Dios que esta pulpería ha sido bien acogida porque si no, no tuviera la cantidad de años que tiene; aquí muchos han puesto pulperías, pero nosotros nunca hemos tenido que cerrar porque este es como un punto base; las otras sí se han ido”, añade.
Su permanencia la atribuye a una mezcla de buenos precios, cercanía del local con las casas, trato bueno y personalizado y hasta crédito para clientes de largo tiempo.
“Esta es la pulpería del pueblo”, aseguró el propio don Israel, quien aseguró que otros 15 locales intentaron establecerse, pero que al tiempo cerraron.
Padre e hijo coinciden en que el secreto ha sido la fidelidad de los clientes.
Uno de ellos es Luis Arturo Fallas Segura, quien llegó el domingo pasado a comprar servilletas. Tiene 13 años y medio de vivir a unos 200 metros del local.
“Prefiero aquí que a un supermercado porque aquí encuentro de todo. Me ha pasado que he venido y no ando la plata, pero siempre nos hemos llevado bien, siempre nos han tratado excelente.
"Mis hijos venían, cuando chiquillos, a hacer mandados, desde comprar pan hasta cosas para la comida y siempre han llegado bien con los vueltos, nunca les ha hecho falta nada. Ahora son mis nietos los que están viniendo a comprar también”, comenta Fallas.