Karla, de 36 años, es de esas personas que se conocen y no se pueden olvidar. A pesar de que arrastra 24 años de intenso consumo de drogas, abuso sexual, prostitución y violencia de todo tipo, no ha perdido el sentido del humor, es capaz de hacer finas bromas sobre sí misma, sobre los demás y hasta de los momentos más dramáticos de su vida.
Quizá lo hace como un mecanismo de protección. Por ejemplo, describe con ironía el perfil de los hombres que le pagaban por sexo mientras estaba en el colegio, esa era su forma de conseguir dinero para comprar drogas.
No obstante, su rostro cambia, se pone seria y reflexiva cuando recuerda cómo esos tipos la dejaban a ella y a sus amigas, todas menores de edad, por fuera de los moteles. “Era horrible, por fuera del motel nos tiraban y nos daban ¢10.000 para el taxi”.
Karla no es su nombre real, usamos ese para proteger su identidad. Mientras relata su historia, Karla no deja de mover sus brazos, los cuales están llenos de cicatrices producto de los cortes que ella misma se ha hecho, son lesiones que hablan de sus problemas de salud mental y de cómo ha querido autodestruirse.
En la actualidad, permanece internada, por segunda vez, en un centro de rehabilitación en Alajuela. Allí recibe terapias con un equipo interdisciplinario de psicólogos, trabajadores sociales, consejeros y otros profesionales. Además, participa de terapias grupales con otras mujeres que enfrentan una situación similar. Su caso no es aislado, en 2023 más de 26.000 personas buscaron ayuda en el Instituto sobre Alcoholismo y Farmacodependencia (IAFA), de las cuales el 26,6% eran mujeres.
Antes de llegar a ese punto, Karla empezó consumiendo “pachas” a los 12 años, cuando ingresó a un colegio en Cartago, de donde es oriunda. Afirma que lo hizo por aceptación, no quería sentirse fuera del grupo ni que la menospreciaran por no saber tomar alcohol.
“La primera vez que consumí alcohol hice como si supiera”, recordó la mujer.
Luego del alcohol y los cigarros, llegó la marihuana a su vida, el abuso de esa sustancia le trajo conflictos familiares, relaciones conflictivas y exclusión escolar.
De nuevo, con humor, Karla relata que su madre pensó en enviarla a un instituto educativo privado para alejarla de “malas amistades” que la inducían a fumar marihuana.
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“Mi mamá me dijo: ‘voy a pagarle un instituto bueno, talvez ahí no se encuentre gente que fume marihuana’ y adivine: ¡me encontré uno que fumaba!, nos hicimos compinches, no íbamos a estudiar ni nada”, comentó.
Pero de nuevo el contraste, su rostro se vuelve a poner serio y, de inmediato, viene a su mente un episodio lleno de dolor. Cuando tenía 14 años conoció a un vecino, casado y de 29 años, que fumaba marihuana y le ofrecía con frecuencia, un día la invitó a su casa a consumir y la violó.
“Me violó, fue mi primera experiencia sexual. Fue muy duro”, narró Karla.
Para empeorar la situación, su madre la acusó de meterse adrede con un hombre casado y de destruir un hogar. “Me acusó con la pareja de él, me dijo zorra y de todo ¿Qué clase de mamá hace eso?”, rememoró.
Ese evento motivó a Karla a salir de su casa. Luego vivió en casas de amigas, de parejas conflictivas, en búnkeres de droga y hasta en la calle. Acumula más de dos décadas de consumo de estupefacientes, su sustancia de uso frecuente siempre fue la marihuana, pero ha probado de todo. Lo más delicado y lo que la ha llevado a caer más bajo es, según ella, el crack.
Mirando hacia atrás, reconoce que las drogas dañaron su cerebro, que sufre lo que ella define como lagunazos mentales. En ocasiones, no logra precisar etapas de su vida. Por ejemplo, afirma que años atrás asesinaron a una de sus parejas por estar involucrado en créditos gota a gota, pero no recuerda la edad que tenía cuando eso pasó. “En ese entonces yo consumía crack y no sabía ni qué hora era”.
La esperanza de Karla está puesta en su rehabilitación, pero se acepta como una persona adicta que cargará con eso de por vida.
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“Soy una adicta; soy una adicta completamente. Soy una adicta en recuperación y siempre voy a seguir siendo una adicta en recuperación”, concluyó.
Entre 2020 y 2023, el número de personas que acudió al IAFA a buscar ayuda para dejar las drogas aumentó un 28,6%.