
Aunque pueda parecer paradójico, la caída de ceniza volcánica —frecuentemente asociada con devastación y caos— puede convertirse en un valioso aliado de los suelos.
En el caso específico de Costa Rica, el fenómeno cobra aún más relevancia por las características de su geografía y su clima.
Según el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica (Ovsicori-UNA), en Costa Rica existen al menos 290 focos volcánicos, entre extintos, dormidos y cinco históricamente activos (Arenal, Irazú, Poás, Turrialba y Rincón de la Vieja).
Con excepción del Turrialba, los otros cuatro constituyen Parque Nacionales.
Así lo confirma la literatura científica, que resalta cómo este subproducto de las erupciones tiene el potencial de enriquecer los suelos, dependiendo de factores como la cantidad, el tipo de ceniza y las condiciones del terreno.
Según la Dra. María Martínez Cruz, pionera en investigación geoquímica volcánica e investigadora del Laboratorio de Geoquímica Volcánica del Ovsicori, las tierras que reciben ceniza se transforman en suelos muy fértiles.
La ceniza, al depositarse sobre suelos y cuerpos de agua, libera una variedad de nutrientes esenciales para el crecimiento de plantas, bosques y ecosistemas en general.
“La ceniza volcánica es como un abono a mediano y largo plazo”, explicó la experta.
Estos materiales están formados por fragmentos de roca nueva y antigua, pulverizados durante la erupción, que al ser expelidos a altísimas presiones, son transportados por los gases volcánicos hasta la superficie y dispersados por el viento.
El material, al entrar en contacto con el ambiente, se asienta sobre suelos, vegetación y cuerpos de agua. Con el tiempo, se incorpora a la tierra y la enriquece.
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La ceniza contiene elementos químicos como sodio, potasio, magnesio, calcio, hierro, boro, fósforo y selenio, todos fundamentales para el desarrollo de la vida vegetal.
“Aunque en este momento el volcán Poás es una calamidad para el ambiente, los seres humanos y otras formas de vida, en el largo plazo ofrece beneficios. Las erupciones constituyen una fuente de vida”, afirmó Martínez.
Como lo indica la investigadora, diversas fuentes científicas señalan lo mismo.
Por ejemplo, el libro Volcanic Ash Soils: Genesis, Properties and Utilization (publicado en 1994) describe en detalle cómo los suelos derivados de ceniza volcánica, conocidos como andosoles, son altamente fértiles debido a su alta capacidad de retención de nutrientes, contenido de materia orgánica y minerales.
¿Y qué son los andosoles? Quizás usted los ha visto en algunos sitios de Costa Rica: son suelos de origen volcánico de color oscuro y muy porosos de acuerdo con la clasificación World Reference Base for Soil Resources (WRB) de la FAO.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en su informe Base de referencia mundial para el recurso suelo del 2014, declaró los andosoles como una de las clases de suelos más fértiles del mundo.
En esa publicación, destacó por ejemplo su uso en la agricultura intensiva en países como Japón, Indonesia, y Nueva Zelanda; tres países donde abundan los volcanes.

Eso sí, las cenizas frescas también presentan riesgos, no digamos ya los violentos episodios por los cuales son expulsadas.
Un ejemplo histórico fue la erupción del volcán Irazú entre 1963 y 1965, que cubrió ciudades como San José y Alajuela con ceniza, provocando el colapso de techos por acumulación de peso, daños a cultivos, contaminación de fuentes de agua y fallos en los servicios eléctricos y de telecomunicaciones.
O la erupción catastrófica del Volcán Arenal el 29 de julio de 1968, que cobró la vida de 87 personas en pulsos eruptivos que persistieron varios días, sepultando más de 15 kilómetros cuadrados (incluidos dos poblados) con rocas, lava y ceniza.
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Sin embargo, tras la fase eruptiva y los daños, nacionales y extranjeros que visiten los volcanes costarricenses notarán cómo terminan rodeados de vegetación o campos agrícolas.
“Hay mucha evidencia de que, a mediano y largo plazo, las cenizas volcánicas incorporadas al suelo —ya sea en bosques o en cultivos— mejoran la fertilidad. En zonas tropicales, los estudios muestran que entre uno y cuatro años después de una erupción, la productividad agrícola puede aumentar hasta en un 40%”, señaló la investigadora.

Esto se debe a una combinación de factores propios del trópico: lluvias abundantes, alta radiación solar y una intensa actividad biológica en los suelos, que aceleran la incorporación de los nutrientes, explicó Martínez.
Según Martínez Cruz, si el volcán Arenal permanece inactivo en los próximos 100 o 500 años, el área devastada por su erupción en 1968 —entonces dominada por potreros— podría regenerarse como un bosque virgen prístino, gracias a la fertilidad que dejaron las cenizas en el suelo.
Esa misma fertilidad explica por qué en las faldas de muchos volcanes costarricenses abundan cultivos de alta calidad.
Hortalizas, café, flores y frutas se desarrollan con éxito en estas tierras.
Citó que, los mejores cítricos del país, por ejemplo, provienen de San Carlos, y los tubérculos —alimentos fundamentales para las poblaciones originarias— se producen en abundancia en las llanuras del Caribe y en San Carlos, donde las cenizas han llegado gracias al agua y al viento de erupciones en el pasado.
“El vulcanismo, junto con nuestra riqueza biológica, ha sido clave para la fertilidad de muchos sectores del país”, concluyó Martínez.