
“Hay que ser aprendiz de todo”, dice, optimista, Andy, cuyo segundo nombre es un tributo a una estrella del rock.
Andy Slash Jarquín Rosales tiene 20 años y le falta un año para graduarse de la carrera de Filosofía en la Universidad Nacional (UNA). Para llegar hasta aquí y poder mantenerse estudiando ha trabajado como ayudante de construcción, como mesero y hasta paseador de perros.
Su historia está marcada no solo por su propio esfuerzo, sino también por el de su madre.
En el 2012, Urania Rosales dejó Nicaragua. La crisis económica azotaba a su familia y soñaba con una vida buena para sus hijos. Empezar en otro país no fue sencillo, pero no desfalleció ni siquiera en los días en los que no tenía nada para alimentarse: todo lo que ganaba alcanzaba apenas para cubrir el alquiler de su cuarto y enviar dinero a sus tres hijos para que ellos pudieran comer.
Seis años más tarde, en el 2018 y luego de pensar que no iba a lograrlo nunca, la madre logró traer a sus dos hijas mayores y a Andy, el menor, a vivir con ella en Costa Rica. El adolescente entró a octavo año y enfrentó la xenofobia de compañeros y docentes.
Recuerda un espisodio que lo marcó: necesitaba un libro para sus clases y su mamá hizo doble turno para comprárselo y cuando se lo pidió a la profesora ella decidió que el único que quedaba se lo regalaría a otro estudiante.
El muchacho no olvida aquel desplante, sin embargo, no lo cuenta con resentimiento, sino para alzar la voz por aquellas personas que por sus raíces sufren discriminación e injusticias.
Hubo un momento en el que Andy pensó que sería mejor regresar a Nicaragua.
“Me afectó educativamente, no me sentía cómodo, estaba reprimido, me costaba expresarme y usar las cosas que me gustaban. Para mí era complicado, sentía que no iba a poder, pensaba en regresar a Nicaragua.
“Seguí adelante, quería mejorar, ser mejor estudiante para mi madre. Ella es el motor de mi vida. La veía trabajar y no quería que estuviera trabajando así toda la vida. Pensé en esforzarme, ser mejor persona y enfrentar el bullying para que otros no lo reciban”, contó Andy.
El joven siguió adelante y logró terminar el colegio.
“Tenía dos opciones: levantarme o quedarme ahí. Uno emigra no porque quiere, sino por necesidad. Le dije a uno de mis compañeros que si estuviera en mis zapatos sería muy pesado”, confió.
Escuchaba las clases en la construcción
Andy es el primer integrante de su familia en ir a la universidad. En el 2022, durante su segundo intento, logró ganar el examen de admisión e ingresar a la carrera de Filosofía en la UNA.
“En enero me llegó una notificación de que pude entrar a Filosofía. Fue una gran sorpresa, quería estudiar esa carrera. Fue una lluvia de emociones. Para mi mamá fue algo muy bonito. Le agradezco a mi familia por apoyarme”, comentó el joven.
Andy empezó clases en el 2023 y en ese momento las circunstancias económicas lo obligaron a buscar un trabajo. Ser ayudante de construcción fue su primera opción, no le pedían experiencia. Realizó la labor por unos dos meses y admite que no fue sencillo: le tocaba cargar sacos, descargar camiones, hacer bloques y estructuras para casas, entre otros.
“La experiencia fue bastante fuerte, pero eso genera carácter, disciplina y consciencia de que esto es ganarse el dinero”, comentó.
Para lograr sacar la universidad, llegaba a estudiar a su casa en la noche y respaldado por una taza de café se ponía a estudiar. Había clases en las que no le contaban asistencia, entonces sus profesores le permitían que algún compañero le pasara una grabación de la clase y Andy la escuchaba en la construcción.
El muchacho vive en Heredia y para poder pagar el alquiler y su alimentación, aprovecha cualquier oportunidad laboral que aparezca. Ha sido mesero y también paseador de perros. Actualmente hace horas asistente en la Universidad, lo que le otorga ¢40.000 mensuales y lo exonera del pago de los créditos. Su mamá y papá, fan de Guns N’ Roses y quien decidió llamarlo Slash, lo ayudan a pagar el arriendo y también a comprar alimentos siempre que pueden.
Sus hermanas, también veinteañeras, lo apoyan cuando les es posible, para él más allá de cualquier aporte económico, lo verdaderamente importante es el cariño y la confianza que tienen en él.
“Siempre que sale trabajo voy, busco ganarme algo. Ahora que estoy un poco más acomodado, hay compañeros que a veces no tienen que comer, no les alcanzó la plata. Los invito a la casa y algo hacemos. Uno al estar en este tipo de situaciones se hace más consciente y empático. De nada sirve tener si no se ayuda a los demás”, afirmó.
Semanas atrás, la Universidad Nacional otorgó a Andy el reconocimiento de Estudiante Modelo debido a sus buenas notas y a seguir adelante pese a la adversidad.
Hoy, el muchacho sueña con acumular logros, experiencias, enseñanzas y con “mantenerse siempre humilde”. Planea ser profesor de Filosofía y ha pensado en estudiar nuevas carreras como nutrición, alguna ingeniería y arte; además de otros idiomas.
Entre sus planes está ayudar a su familia, vecina de Pérez Zeledón, en todo lo que pueda.
“A las personas jóvenes les digo que sean más conscientes, porque aunque uno esté estable económicamente, pueden pasar cosas y perderlo todo. Hay que ser conscientes de que el dinero no da superpoderes para humillar a alguien. El dinero es solo estabilidad, no felicidad”.