Brandon se levanta todos los días a las 5 a. m. Como otros miles de estudiantes del país, corre a bañarse y desayunar, para ir al colegio. Sin embargo, para él hay dinámicas muy distintas, pues es uno de los cientos de muchachos a los que da cobijo la Ciudad de los Niños, en Aguacaliente de Cartago.
Allí, Brandon Gamboa Corrales, de 12 años, cursa el sétimo año. Sus lecciones de Matemáticas, Estudios Sociales o Inglés se combinan con talleres técnicos de agroindustria, agropecuaria, ganadería, metalmecánica, ebanistería y electricidad.
Además, recibe formación espiritual, atención psicológica y disfruta de actividades deportivas y recreativas. Tiene acceso a un consultorio médico y hasta a asesoría en nutrición. Esto es una comunidad completa.
“Es bonito, porque aquí no solo se enfocan en la parte educativa. También se aprende de responsabilidad, de valerse por uno mismo, y se nos enfoca mucho en la parte social y espiritual”, contó el muchacho, oriundo de Paraíso de Cartago y quien sueña con sacar su técnico medio en reparación de vehículos livianos.
Juan Carlos Vargas Sequeira, quien ya está en duodécimo año, da fe de eso, pues de sus 18 años de vida, ha pasado cinco en la Ciudad de los Niños. De aquí se graduaron sus dos hermanos mayores y es donde estudia otro hermano menor.
“Cuando llegué aquí, fue un cambio difícil, pero aprendí mucho de la vida”, afirmó el oriundo de San Carlos.
El muchacho sacará un técnico en Electromecánica, pero su propósito es seguir estudiando. Quiere cursar la carrera de Ingeniería Eléctrica.
La Ciudad de los Niños alberga a 475 jóvenes en vulnerabilidad social de entre 12 y 22 años. Son jóvenes que, de otra forma, no tendrían acceso a educación formal de tiempo completo y, en algunos casos, tampoco a tres comidas diarias.
Está dirigido por sacerdotes agustinos recoletos y, por ello, la formación espiritual es católica.
“Es una institución de bien social. Así se concibió hace décadas. El alumno sale con buena educación, pero también con valores y una base humana, con un perfil bastante maduro”, resumió Jesús María Ramos Meza, director de la Ciudad de los Niños.
En esa formación, la educación bilingüe es trascendental. Sergio Fernández Varela no solo les enseña el inglés básico, sino también el que van a requerir en sus diferentes especialidades para sus títulos técnicos medios en Industria Alimentaria, Mecánica de Precisión, Reparación de Vehículos Livianos, o Electromecánica.
“Es un idioma necesario para todas las áreas de trabajo. Pero también hay casos de muchachos que se han formado en la universidad para ser profesores de Inglés”, contó.
Ciudad de los Niños: un hogar
La modalidad es similar a la de un internado, pero con calor de hogar. Todos ellos salen a vacaciones y visitan a sus familias dos veces al año. Quienes tienen a sus padres más cerca pueden ir a verlos los fines de semana, pero a la mayoría se le dificulta salir porque proceden de zonas lejanas.
Hay dos tipos de viviendas. Los estudiantes de sétimo y octavo año están en un albergue, al cuidado de una persona, a la que cariñosamente le llaman “la doña”. Ahí comparten con otros 17 jóvenes de sus mismos niveles de educación.
Quienes están entre noveno y duodécimo año viven en residencias adecuadas para 50 personas. Allí, están a cargo de un matrimonio o pareja formadora, también llamados de forma cariñosa “el don” y “la doña”.
Vivian Sáenz Valerín y su esposo, Jose Ángel Pérez Brenes, son formadores desde hace 16 años.
“Nuestra función es dar apoyo, infundirles buenos hábitos, pero también uno está para ayudarles por cualquier problema que ellos tengan”, destacó Pérez.
Justo el día de la visita de La Nación a la Ciudad de los Niños, uno de los jóvenes de la residencia donde doña Vivian y don José Ángel llegó de clases con un fuerte dolor de estómago.
Al verlo, ella tomó el bulto del muchacho, le preguntó si quería almorzar o si, más bien, pedía en el comedor algún té que lo aliviara o, incluso, si era necesario buscar un médico. Lo acompañó mientras entraba a la casa, justo como lo haría una madre.
Contó don José Angel que, en muchas las ocasiones, ellos se han llevado grandes lecciones de los muchachos y sus historias de vida.
Recordó el caso de un adolescente “brillante”, “sumamente inteligente”. Tenía 16 años cuando el papá murió, y la mamá debió salir a trabajar, situación que dejaba a un hermano con discapacidad sin el cuido necesario. El joven tomó la decisión de regresar con su familia para hacerse cargo del hermano.
Según doña Vivian, en este lugar han encontrado lo que buscaban como familia. Ella deseaba hallar un trabajo de medio tiempo o uno que le permitiera estar con su hija pequeña. Una vez, estaba en misa y oyó el aviso de que se buscaban matrimonios formadores. En cuestión de semanas, ya se habían instalado. Ahí nacieron también sus tres hijos menores y son parte de la gran familia.
Como formadora, siente orgullo por los éxitos de los jóvenes. Cuando lo dijo, se le vino a la mente un buen ejemplo.
“Un exalumno está trabajando como ingeniero en Alemania. Era un chico de un barrio conflictivo, de pobreza extrema, y traía muchos ‘rollos’ a nivel personal. Fue difícil sacarlo adelante, pero trabajó lo que tenía que trabajar. Cuando se graduó, se veía un empuje, además de que era muy inteligente”, rememoró.
Cosechar los éxitos de Ciudad de los Niños
El éxito del ingeniero que hoy trabaja en Alemania no es el único. Los profesores del colegio dan cuenta de exalumnos que hoy están en puestos de jefatura en empresas y que han visto sus sueños concretarse.
Miguel Chavarría Salazar ya lo vive. Este joven, oriundo de Sarapiquí, ingresó a la Ciudad de los Niños en el 2011, luego de la muerte de su mamá. Llegó a sétimo año “para probar” un tiempo, pero en el 2016 ya se estaba graduando con su técnico medio. Después estudió Ingeniería Eléctrica y una licenciatura en docencia. Hoy utiliza sus conocimientos como profesor en un colegio técnico, donde imparte cursos relacionados con electricidad.
“Ciudad me ayudó en la parte espiritual, a ser tolerante. Vivir con otras cinco personas que uno no conoce te hace más tolerante, más cuidadoso con tus palabras. Y ahora que estoy en un colegio no solo es dar clases, también es dar herramientas de resolución de problemas”, comentó Miguel, hoy de 29 años.
Ahora ya tiene otro sueño, un emprendimiento de soluciones en ingeniería e instalaciones electrónicas.
Y esos sueños comienzan a gestarse desde antes de graduarse. Jefferson Calderón Bolívar no llegó en sétimo año; él ingresó en décimo, luego de estar en un colegio académico. El muchacho, originario de Pérez Zeledón, está hoy en duodécimo año, a punto de sacar su título en Electromecánica. Al principio, pensaba que se dedicaría al mantenimiento de vehículos eléctricos, pero después se percató de todo lo que podía hacer con su conocimiento.
Ahora también quiere estudiar Ingeniería Mecatrónica y, el año pasado, un proyecto que realizó lo hizo merecedor de una beca completa en la carrera de su elección en la Universidad Hispanoamericana.
“Uno quiere salir adelante y aquí se forman jóvenes con futuro. La convivencia con los compañeros ayuda mucho. También la juventud agustina recoleta te ayuda a formarte”, destacó.
Ciudad de los Niños necesita ayuda
Jesús María Ramos Meza comentó que se toman en cuenta las necesidades de las empresas e instituciones para que los jóvenes puedan convertirse en mano de obra calificada para los requerimientos de un mundo cambiante.
Pero también son conscientes de que no todo es estudio y trabajo, y es necesario una recreación integral, acorde con lo que los adolescentes viven en la actualidad.
“Son jóvenes que necesitan relajarse, divertirse, compartir”, dijo Ramos.
Para ello, tienen tres proyectos para los cuales buscan financiamiento: un estudio de grabación, una piscina y un parque para patinetas.
El estudio de grabación sería una especie de club donde puedan expresar su talento artístico y contar historias de la Ciudad en un pódcast, pero donde también adquieran habilidades técnicas que en un futuro puedan abrirles puertas laborales. El valor aproximado de este proyecto es de ¢30 millones.
La piscina la necesitan para que los muchachos adquieran habilidades deportivas y cuiden su salud física, pero también para que se despejen y esto sirva de recreación y fomente su salud mental. Tiene un valor aproximado de ¢120 millones.
Finalmente, el parque de patinetas fue pensado como una opción para que amplíen sus habilidades deportivas, recreativas y de convivencia. Su costo estimado es de ¢80 millones.
Si desea ayudar, puede llamar al 2552-9600. También está a disposición la cuenta CR81015107510010069396, con la cédula jurídica 3-007-112502, de Ciudad de los Niños.
¿Quiénes pueden entrar?
El programa tiene un perfil claro de qué muchachos pueden recibir. Lo más importante es que sean de escasos recursos y que el ingreso sea voluntario y personal. A nadie se le obliga a permanecer ahí ni a graduarse.
Deben tener entre 12 y 18 años al momento de su ingreso, y pueden hacerlo en sétimo, octavo o décimo año. El requisito es tener aprobado el grado anterior al que quieran ingresar.
Ninguno puede tener procesos penales ni consumir drogas. Además, deben tener disposición a ser acompañados.
“Queremos muchachos que transformen la sociedad, comenzando por sí mismos”, concluyó Ramos.