
La icónica ala este de la Casa Blanca fue demolida en su totalidad por orden del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien confirmó que en su lugar se construirá un nuevo salón de baile de unos $300 millones.
La demolición del ala este de la Casa Blanca se llevó a cabo entre miércoles y jueves. El costo y la falta de transparencia desataron la polémica en medio de la parálisis presupuestaria. Distintos medios como Reuters reportaron que se les impidió fotografiar el trabajo.
Trump dijo que, tras consultarlo “con los mejores arquitectos del mundo”, había decidido que demoler completamente el ala este que hacerlo de forma parcial.
“Será uno de los salones de baile más grandes del mundo”, dijo Trump, mientras que las imágenes de los muros destrozados del edificio histórico generaban fuertes críticas entre los opositores al proyecto.
Demócratas han acusado al republicano de no respetar la residencia presidencial con la demolición del sector en el que tradicionalmente están las oficinas de la primera dama. El presidente trabaja en el ala oeste y la pareja vive en la mansión.
También criticaron la multimillonaria reforma, cuando el país está en medio de una parálisis presupuestaria conocida como shutdown, y los estadounidenses enfrentan un elevado costo de vida.
Pero Trump ha insistido en que el proyecto no será financiado con dinero de los contribuyentes, sino con fondos privados de “generosos patriotas y magníficas empresas”.
En medios estadounidenses confirman que algunos donantes son personas adineradas y grandes empresas con contratos con el gobierno federal, como Amazon, Lockheed Martin y Palantir Technologies. Las donaciones están siendo gestionadas por Trust for the National Mall.
Trump situó el costo de la demolición en $300 millones, aumentándolo desde los $250 millones citados por la Casa Blanca hace unos días.
El salón de 8.300 metros cuadrados tendrá una capacidad para 1.000 personas. Trump dice que es necesario para tener cenas de Estado más grandes y otros eventos que se llevaban a cabo en carpas en el jardín de rosas, ya pavimentado previamente por Trump.
La Oficina de la Primera Dama y otros componentes del ala este se han reubicado en el complejo de la Casa Blanca, dentro del Edificio de la Casa Blanca y la Oficina Ejecutiva Eisenhower, según un funcionario de la Casa Blanca.
La oficina y el personal de la Primera Dama se trasladaron fuera del área hace más de un mes antes de la demolición, confirmó un funcionario de la Casa Blanca a ABC News.
Cuestionado rediseño
El rediseño ha suscitado dudas, por lo que sus críticos han denunciado como una falta de transparencia y se han quejado de que no hubo aviso previo ni consultas.
El National Trust for Historic Preservation expresó su preocupación de que la nueva construcción “pueda abrumar a la propia Casa Blanca y alterar permanentemente el diseño clásico cuidadosamente equilibrado” de la mansión presidencial, según una carta enviada a la administración Trump.
La demolición también ha puesto de relieve un aspecto que a menudo pasado por alto del poder presidencial: nadie pudo impedir que la derribara.
“No es su casa. Es la tuya. Y la está destruyendo”, escribió en redes sociales Hillary Clinton, quien compitió contra Trump por la presidencia en 2016.
Otros críticos sostienen que se necesita mayor transparencia, pues en julio el mandatario informó de que el salón de baile no interferiría con la Casa Blanca ni tampoco se estimó el monto millonario al que asciende.
El comentarista conservador Byron York afirmó que Trump “debe informar al pueblo ahora qué está haciendo con el Ala Este de la Casa Blanca. Y luego explicar por qué no se lo dijo antes”
Rebecca Miller, directora ejecutiva de la Liga de Preservación de DC, una organización sin fines de lucro que aboga por la protección de sitios históricos en Washington, dijo que la Casa Blanca, debido a la Ley de Preservación Histórica Nacional de 1966, está exenta de las revisiones requeridas que deben realizar otras agencias federales cuando intentan alterar la propiedad del gobierno.
“Tenemos las manos atadas”, dijo Miller, y añadió que normalmente los funcionarios del gobierno discuten proyectos importantes con conservacionistas, pero no esta vez. “Es muy frustrante que la organización no pueda hacer nada desde una perspectiva legal o de defensa”.
La Casa Blanca anunció que pronto enviaría los planos del salón de baile a la Comisión Nacional de Planificación de la Capital (NCPC), la cual debe revisar cualquier proyecto de construcción externa en la Casa Blanca y decidirá si aprueba el nuevo edificio.
Sin embargo, la junta de 12 miembros está ahora liderada por una mayoría de aliados de Trump, incluyendo a su presidente, el secretario de gabinete de Trump, Will Scharf.
Exmiembros de la NCPC dijeron a The Washington Post que, en el pasado, los grandes proyectos se han sometido a una rigurosa revisión con una presentación en una reunión pública, según expresidente L. Preston Bryant Jr.
En cada etapa, los comisionados y el personal ofrecen comentarios sobre detalles como la estética y el impacto ambiental. Toda construcción o renovación de edificios federales en la región de Washington D. C. se somete a algún tipo de revisión.

“No hay mucho espacio para eventos”
La administración ha tomado medidas para ocultar al público los detalles de la construcción. Tras la difusión de imágenes el lunes, se indicó a los empleados del Departamento del Tesoro que no compartieran fotografías del sitio de demolición adyacente.
La Casa Blanca ha publicado pocos detalles sobre la financiación del proyecto y no ha solicitado la autorización del Congreso, que tiene la facultad de autorizar todo el gasto federal.
Otros dicen apoyar la iniciativa de Trump. Patrick Mara, presidente del Partido Republicano de Washington D. C., dijo estar de acuerdo con la visión de Trump de que la Casa Blanca necesita más espacio para recibir invitados.

“Suena un poco absurdo, pero realmente no hay mucho espacio para eventos”, dijo Mara.
En este segundo mandato, Trump ha tomado medidas para remodelar los terrenos de la Casa Blanca, modificándolos para que se parezcan cada vez más a las propiedades de lujo que ha construido y en las que ha vivido durante décadas, reporta The Washington Post.
“El presidente pavimentó el Rose Garden, de 112 años de antigüedad, alegando que los zapatos de los invitados se hundían con demasiada frecuencia. El sitio remodelado, al que Trump ha bautizado como el “Rose Garden Club”, evocando su resort Mar-a-Lago en Florida, albergó dos eventos el martes", señala el texto.
Trump indicó a principios de esta semana que una vez que el proyecto esté terminado, la gente podrá caminar directamente desde el Salón Este de la Casa Blanca hasta el salón de baile, sugiriendo que la construcción tocará la Casa Blanca real, algo que el propio Trump había dicho anteriormente que no sucedería.

Trump tiene antecedentes de suscitar críticas desde sus años como promotor inmobiliario de Nueva York.
A principios de la década de 1980, demolió los grandes almacenes Bonwit Teller en la Quinta Avenida para construir la Torre Trump, y prometió donar al Museo Metropolitano de Arte varias joyas art déco del edificio, incluyendo un par de relieves de 4,5 metros de altura que representan mujeres desnudas y una reja ornamentada de la entrada.
Sin embargo, los obreros de Trump destrozaron los relieves con un martillo neumático y la reja desapareció.
El ala de dos plantas fue construida durante la presidencia de Theodore Roosevelt en 1902, cuando se llamaba Terraza Este, y posteriormente reconstruida durante la presidencia de Franklin D. Roosevelt para ocultar un nuevo búnker subterráneo de emergencia. También albergó a personal y oficinas adicionales de la Casa Blanca y sirvió de entrada para invitados durante eventos.
Justo debajo del ala este se encuentra el Centro de Operaciones de Emergencia Presidencial, un búnker subterráneo a prueba de bombas para el presidente, construido durante la Segunda Guerra Mundial al mismo tiempo que el ala este actual, según The New York Times. No estaba claro si la construcción del salón de baile afectaría al búnker.
El vicepresidente Dick Cheney fue llevado a toda prisa al búnker tras los atentados terroristas del 11 de septiembre. Trump también fue llevado allí durante las protestas de 2020.

