En 1917, un granjero con problemas de virilidad visitó al doctor John R. Brinkley en un pequeño pueblo de Kansas, Estados Unidos. Este médico, con escasa experiencia y credenciales dudosas, le ofreció una solución insólita: trasplantar testículos de cabra a humanos. Aunque esta anécdota roza lo absurdo, fue el inicio de una lucrativa y polémica carrera, según el medio BBC.
Brinkley, quien llegó a Milford, Kansas, para ejercer como médico con solo $23 en su bolsillo, encontró en las preocupaciones de los hombres sobre su vigor sexual una mina de oro. A pesar de sus antecedentes en espectáculos médicos y encarcelamientos por la práctica ilegal de la medicina, logró obtener una licencia para operar en varios estados.
El primer trasplante de testículos
La propuesta del granjero desesperado fue simple y arriesgada: trasplantar testículos de cabra a su propio cuerpo. A pesar de la advertencia del médico sobre los riesgos, ambos acordaron realizar la operación en secreto. El resultado, según la leyenda, fue positivo, y el granjero, satisfecho, pagó $150 al doctor.
El rumor sobre el éxito del procedimiento se esparció rápidamente, atrayendo a más hombres en busca de una solución mágica para sus problemas sexuales. En poco tiempo, Brinkley comenzó a realizar el procedimiento con regularidad, y su fama creció, tanto que incluso personajes prominentes, como el rector de la Universidad de Chicago, alabaron públicamente sus “milagrosos” resultados.
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Expansión al mercado femenino
La fama del doctor no solo atrajo a hombres. Una paciente pidió el trasplante de un ovario de cabra, y poco después quedó embarazada, lo que elevó aún más la reputación de Brinkley. A pesar de lo improbable de estas historias, el médico comenzó a ganar notoriedad y fortuna, acumulando miles de dólares gracias a su supuesta cura para la impotencia.
A medida que la fortuna de Brinkley crecía, también lo hacía el escrutinio. El editor de la prestigiosa revista Journal of the American Medical Association, Morris Fishbein, criticó duramente sus métodos y lo calificó como “un charlatán de la peor calaña”. A pesar de los ataques, el doctor se defendió con testimonios de pacientes satisfechos y siguió operando sin mayor problema.
El fin de la licencia
En 1930, después de años de creciente controversia, la Junta Médica de Kansas revocó su licencia por “inmoralidad grave y conducta poco profesional”, señaló el medio anteriormente citado. Sin embargo, para Brinkley esto no fue un obstáculo, ya que su popularidad continuaba creciendo, especialmente después de haber fundado su propia estación de radio, que le permitió promocionar masivamente sus tratamientos.
La estación de radio KFKB, fundada por Brinkley, transmitía programas que combinaban entretenimiento con consejos médicos, muchos de los cuales promovían sus propios tratamientos. Gracias a la confianza generada a través de las ondas, miles de oyentes adquirían los remedios ofrecidos por el controvertido médico.
En 1938, Brinkley demandó a Fishbein por difamación, lo que resultó ser un error fatal. Durante el juicio, los testimonios de pacientes insatisfechos y la evidencia de muertes en la mesa de operación revelaron la verdad detrás de sus prácticas. El fallo del tribunal lo calificó legalmente como charlatán, abriendo la puerta a demandas millonarias.
A pesar de perder su licencia y su estación de radio en Estados Unidos, Brinkley encontró un aliado en México, donde continuó operando su estación desde la frontera. Esta estación se convirtió en una de las más potentes del mundo y le permitió seguir transmitiendo su mensaje y vendiendo sus remedios durante un tiempo.
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Muerte y legado de John R. Brinkley
John R. Brinkley murió en 1942, en medio de demandas y acusaciones. Su historia es recordada no solo por lo extraordinario de sus prácticas, sino también como un ejemplo de los peligros de los curanderos y la desesperación humana por encontrar soluciones rápidas a problemas complejos.