Ahrweiler. La ciudad de Bad Neuenahr Ahrweiler, una de las más afectadas por las inundaciones en Alemania, parece haber sufrido un maremoto pero, en medio del caos, todos sus habitantes, equipados con escobas y palas, ya están trabajando para limpiar lo que se pueda.
En todo el oeste del país, devastado por las “inundaciones del siglo” tras las lluvias torrenciales en el oeste de Europa esta semana, comenzó una tarea dantesca de remoción de escombros.
El último recuento de víctimas es de 170 muertos, 27 en Bélgica y 143 en Alemania, y cientos de heridos.
“Hace dos días que no duermo”, dice Michael Kossytorz, de 40 años, trabajando entre los escombros. “Para mis padres es aún peor porque vivían más cerca del río, pero hay que seguir adelante”, añade.
A su alrededor, los habitantes, calzados con botas y con la ropa manchada de barro, se esfuerzan por limpiar la calzada y limpiar el paso de su puerta con una manguera.
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Los habitantes de esta ciudad generalmente coqueta, crucificada por la crecida del río local de ordinario bucólico, el Ahr, se mantienen unidos.
“La limpieza comenzó al día siguiente de la inundación, pero no funcionó porque al principio el nivel del agua seguía siendo muy alto y todavía estábamos en estado de conmoción”, explica Gregor Degen, panadero, que nació y vive todavía en Ahrweiler.
Sin embargo, entonces “reuní a la gente de mi edificio, nos coordinamos y funcionó muy bien. Estoy muy agradecido a todos por la ayuda”, añade.
Daños innumerables
Las aguas desenfrenadas del río Ahr, que salió de su lecho, alcanzaron hasta 2,5 metros de altura, y avanzaron por la ciudad llevándose todo por delante.
Una inundación como esta no se ha visto desde 1804 aquí, asegura Gregor, y los daños son innumerables.
Además de la electricidad, que está cortada por varios días más, y la red telefónica casi inexistente -lo que dificulta significativamente la búsqueda de las personas consideradas aún desaparecidas-, las tuberías de gas son inservibles y llevará meses repararlas.
“Es posible que solo tengamos agua fría hasta Navidad”, dice Michael Schwede, jefe de correos local, vestido con botas amarillas y sudadera, mientras saca los muebles dañados de su sucursal.
En el plano económico, para esta ciudad de 30.000 habitantes, que vive de las curas termales y del turismo, las inundaciones son una catástrofe.
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La temporada de veraneo acabó precipitadamente, justo como comenzaba tras la relajación de las restricciones relacionadas con la pandemia de covid-19.
“La existencia de toda la ciudad está amenazada. En principio, recibimos a muchos clientes habituales, incluso del extranjero, en nuestro hotel termal, necesitamos ideas para continuar”, afirma Ellen Aust, de 58 años, una de las gerentes del establecimiento My Inclusion, situado justo a orillas del río.
El idílico paseo delante del hotel se convirtió en un campo de ruinas. Todos los puentes que cruzan la ciudad están rotos o bloqueados por cúmulos de árboles y basura.
Un poco más lejos, las Termas de la ciudad están completamente destruidas. También se abrieron el 18 de junio, después de meses de cierre debido al coronavirus.
La institución ya tenía un déficit importante antes de las inundaciones y corre un serio peligro.