
La Habana, Cuba. En un parque de La Habana, a plena luz del día, un joven camina errático, arrastrando los pies con la mirada perdida, como un zombi. Es el efecto de “el químico”, la droga sintética que ha encendido las alarmas en la isla.
En un país acostumbrado a bajos niveles de drogadicción, el consumo de este cannabinoide sintético altamente adictivo, más barato y potente que la marihuana, se ha extendido en los últimos años en la capital e incluso en provincia.
Hasta hace tres meses, Josué Ángel Espinosa, de 21 años, estaba totalmente enganchado por esta droga.
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“No me podía comer un plato de comida sin consumir” y “no podía dormir”. Tenía que fumar hasta 15 cigarrillos aderezados con “el químico” para poder conciliar el sueño, dice este joven a la AFP.
Es uno de los cinco cubanos que están en rehabilitación en una Casa de Rescate para adictos, fundada hace un año por el pastor evangélico Rotyam Castro, de 36 años, en la periferia de la ciudad.
Este predicador considera que “es algo que se salió de control”. “He conocido a muchachos (adictos) de la calle, del bajo mundo”, pero también “a artistas, músicos, profesionales”, enumera.
Aunque no hay estadísticas oficiales de consumidores en la isla, para el predicador, el auge de esta droga de diseño entre los jóvenes responde tanto a la profunda crisis económica que atraviesa la isla comunista de 9,7 millones de habitantes, como a su capacidad adictiva y bajo costo.
Cóctel
Una dosis puede costar 100 pesos (unos 25 centavos de dólar), tres veces menos que el paquete de cigarrillos más barato vendido en la isla.

Esta droga es un cóctel elaborado con sustancias como “carbamazepina, benzodiacepinas, anestésico para animales e incluso formol, fentanilo y fenobarbital”, explicó a la televisión estatal, Héctor Ernesto González, un militar experto en lucha antidrogas del Ministerio del Interior.
Los cocineros clandestinos de este estupefaciente lo impregnan diluido mediante un espray tanto en alguna hierba como en papel, de ahí los nombres de “el químico” y “el papelito”.
“Yo consumía mucho” este narcótico, dice de su lado, Gabriel Chéscoles (30), padre de un niño de ocho años y plomero de profesión, que llegó al centro de rehabilitación “destrozado”, con el cabello largo, sin afeitarse y maloliente.
Ahora en mejor estado y más tranquilo describe la manera en que “‘el químico’ se coloca dentro de un cigarrillo” y “‘el papel’ se pone en la punta” del pitillo.
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Una dosis produce un efecto “entre 50 y 100 veces superior al del tetrahidrocannabinol (THC)”, el principal componente psicoactivo del cannabis, señala el militar.
“Marcha tipo zombi”
En imágenes recurrentes que circulan en las redes, se ve a jóvenes deambular desorientados, hablando solos con la miraba perdida, a veces se desploman o convulsionan tras una sobredosis.
Estos adictos presentan síntomas como euforia, somnolencia, náuseas, inapetencia, convulsiones, taquicardias, hipertensión arterial, arritmias graves y falta de coordinación en los movimientos.
“De ahí las posiciones contracturadas por rigidez muscular y marcha tipo zombi”, detalla a la prensa oficial, Elizabeth Céspedes, directora del Centro de Deshabituación de Adolescentes del Ministerio de Salud Pública.
El chef Luis Yankiel Zambrano (33) llevaba 10 años “esclavizado” por varias drogas cuando su familia recurrió al centro de rehabilitación.

“En los últimos tiempos yo lloraba y le decía a mi mamá que no podía seguir con eso”, agrega Zambrano.
Ante la alarmante situación, las autoridades endurecieron las sanciones contra los traficantes de “el químico” y lanzaron en diciembre una campaña de prevención en zonas de mayor riesgo.
La AFP solicitó a las autoridades cubanas acceso a los barriodebates, destinados a prevenir este problema, pero no recibió la autorización.
En la casa de rescate, bajo un régimen de internamiento gratuito y voluntario, el proceso de desintoxicación transcurre sin medicamentos, entre salmos y oraciones, clases de conducta y trabajo en colectivo.
Después de tres meses en rehabilitación, Espinosa y Zambrano sueñan con abrir sus propios negocios para sostenerse y apoyar a la casa que los sacó de la droga.
Chéscoles reconoce que aún no está listo, pero celebra avances: “mi mamá tiene otro semblante, mi papá me apoya. Volví a recuperar la confianza y el cariño de todos”.