
Bogotá, Colombia. El retorno a Colombia del encargado de negocios de Estados Unidos, John McNamara, y el aterrizaje en Washington de su contraparte, el embajador Daniel García-Peña, devolvió cierta normalidad a la relación bilateral entre ambas naciones tras una semana de alta tensión luego de que los representes diplomáticos fueran llamados a consultas urgentes por sus respectivos gobiernos.
Sin embargo, el tono -y palabras- usados tanto por McNamara como por el Departamento de Estado para describir la situación dejaron claro que la crisis está lejos de resolverse.
McNamara, a través de un comunicado, arrancó diciendo que regresaba al país con “preocupaciones vigentes” de su gobierno por la “retórica y acciones” en los más altos niveles del Gobierno colombiano “que ponen en riesgo la asociación históricamente cercana y mutuamente beneficiosa entre nuestros dos países”.
Si bien el funcionario reiteró que Colombia, pese a las diferencias con el actual gobierno, sigue siendo un socio estratégico y esencial de EE. UU. en América Latina, expresó “su dolor” por lo “extraviada” que luce la relación bilateral de momento.
Más concreto aún, McNamara anticipó que sostendrá conversaciones con representantes del Gobierno colombiano a los que les trasmitirá “pasos específicos que la administración Trump busca con urgencia del gobierno colombiano.”
Aunque no se detallaron estas medidas, fuentes diplomáticas indican que podrían incluir un mayor compromiso con la erradicación de cultivos ilícitos, la extradición de capos del narcotráfico, una postura más firme contra el régimen de Venezuela de Nicolás Maduro y ajustes en la política comercial.
De alguna forma, Estados Unidos hasta telegrafió cuáles serían esas prioridades: "Estados Unidos seguirá adoptando medidas decisivas para frenar la migración ilegal, abordar los múltiples asuntos pendientes en nuestra relación comercial, contrarrestar el flujo de narcóticos a nuestras fronteras, llevar a los narcotraficantes ante la justicia y mejorar la seguridad en toda la región, con los intereses de Estados Unidos en primer plano", añadió el funcionario en su comunicado.
McNamara fue claro al señalar que el rumbo actual podría escalar aún más el conflicto diplomático si no se toman esas acciones correctivas: “Estos pasos nos permitirán revertir la tendencia negativa actual en la relación bilateral y evitar una mayor escalada que perjudicaría los intereses de ambos países, y especialmente los de Colombia”, dijo el encargado de negocios.
En declaraciones ofrecidas a El Tiempo, el Departamento de Estado envió un mensaje muy similar.
“Anteriormente, hemos descrito algunas acciones y declaraciones que han representado desafíos para la relación entre Estados Unidos y Colombia. Estamos tomando medidas, junto con nuestros homólogos del Gobierno colombiano, para mitigar el daño a nuestra relación bilateral, priorizando los intereses de Estados Unidos. A pesar de ciertas diferencias políticas, Colombia sigue siendo un socio estratégico esencial en nuestra región. Nuestro objetivo es fomentar una relación más positiva en el futuro. Esperamos con interés los esfuerzos de buena fe para hacerlo realidad", le dijo un portavoz de esta dependencia a El Tiempo.

¿Qué dicen los analistas?
Para Muni Jensen, CEO de Goldleaf Advisors, una firma de consultoría basada en Washington, la actual crisis lo que demuestra es que la relación bilateral entre EE. UU. y Colombia en la era Petro-Trump está marcada por una constante volatilidad que se agrava por declaraciones a veces impulsivas de los mandatarios y sus funcionarios.
El impasse de esta semana, vale recordar, lo precipitaron las acusaciones que hizo el presidente colombiano contra el secretario de Estado, Marco Rubio, a quien señaló de ser parte de un complot internacional para derrocarlo.
La actual crisis lo que demuestra es que la relación bilateral entre EE. UU. y Colombia en la era Petro-Trump está marcada por una constante volatilidad
Rubio, por su parte, dijo que Petro tenía cierta responsabilidad en el atentado contra el senador Miguel Uribe por su retórica inflamatoria.
“Aunque existen esfuerzos aislados, los canales diplomáticos han quedado relegados. Hoy, el clima parece calmarse, pero no hay garantías de que sea sostenible. En medio de esta fragilidad, el sector privado —empresas, gremios y asociaciones— ha asumido y debe seguir asumiendo un papel clave, manteniendo viva la relación. Son estos vínculos los que hoy sostienen la estabilidad de una relación cada vez más incierta y tensa", afirma Jensen.
Para Michael Shifter, expresidente del Diálogo Interamericano y hoy con la Universidad de George Washington, aunque la crisis no condujo al desenlace que algunos anticipaban -la ruptura de relaciones- es difícil imaginar que los problemas serán resueltos. Por lo menos no hasta agosto del año entrante, cuando Petro abandona la presidencia.
“Es probable que las tensiones persistan. La diplomacia puede ayudar a suavizar las asperezas y bajar la temperatura en la relación entre Estados Unidos y Colombia. Pero es evidente que dos presidentes combativos, cada uno buscando beneficios políticos internos, dirigen la política exterior de sus países. Los enfrentamientos son casi inevitables. Es poco probable que Petro responda positivamente al mensaje de McNamara, especialmente a su tono. Es prudente estar preparado para un período turbulento en las relaciones entre Estados Unidos y Colombia durante el próximo año", dice Shifter.
Efectivamente, si bien las aguas parecen haber bajado, el futuro próximo parece tormentoso. En menos de dos meses, la administración Trump debe decidir si certifica o no el desempeño de Colombia en la lucha contra las drogas.
Si bien esa decisión no se ha tomado, todo indica que sería adversa y acompañada por sanciones contra el país. Una situación que no se había presentado en casi tres décadas y que sin duda provocaría un sismo.