Varsovia. Cuando el líder de la milicia mercenaria rusa Wagner, Yevgueni Prigozhin, se rebeló brevemente contra el Kremlin hace un año, el presidente Vladimir Putin parecía más vulnerable que nunca en sus 25 años al frente de Rusia.
Sin embargo, un año después, Putin parece más firme que nunca en el poder.
Wagner, grupo paramilitar crucial en el inicio de la ofensiva rusa en Ucrania, se amotinó el 23 de junio de 2023 contra el Estado Mayor del ejército regular ruso.
Los milicianos de Prigozhin ocuparon un cuartel en Rostov del Don, avanzando unos cientos de kilómetros hacia Moscú. El levantamiento terminó horas después con un acuerdo que involucró la salida de su líder hacia Bielorrusia.
Pero apenas dos meses después, Prigozhin murió en un accidente aéreo sospechoso. Su grupo fue reconstituido bajo la autoridad del Ministerio de Defensa, criticado previamente por los rebeldes por corrupción, incompetencia y lenta logística.
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El mes pasado, Putin destituyó a varios altos cargos de dicho ministerio, respondiendo a las demandas de los amotinados. La operación, presentada como una lucha contra la corrupción y no como una purga, resultó en el encarcelamiento de varios generales y del viceministro Timur Ivanov.
“Nadie desleal a Putin queda”, asegura Nikolai Petrov, investigador de Chatham House, centro de análisis británico prohibido en Rusia.
“El presidente ruso ejerce un control directo y constante sobre todos los actores importantes”, añade. Ya no se otorga el nivel de autonomía que tenía Prigozhin, ni se designa a un militar capaz de controlar la lealtad de las tropas.
El entonces ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, fue transferido a un cargo prestigioso pero menos relevante.
Putin confió el ministerio a un economista tecnócrata, Andréi Belousov. Entre sus subalternos, el presidente colocó a su prima Anna Tsiviliova y a Pavel Fradkov, hijo del ex primer ministro y exjefe de inteligencia exterior, Mijail Fradkov.

Omnipotencia consolidada
Moscú lleva meses liderando las operaciones en el campo de batalla ucraniano, pero Rusia sigue inmersa en un conflicto que anticipaba resolver rápidamente, a pesar de su superioridad en tropas y armamento. Su principal objetivo ahora es reestructurar el ejército y establecer una economía de guerra eficiente para enfrentar años de confrontación con Occidente.
“El hecho de que Putin pueda afectar los intereses y los ingresos de altos mandos militares es una muestra de su fortaleza, no de debilidad”, destaca Nigel Gould Davies, experto en Rusia del International Institute for Strategic Studies.
Justo antes de esta reorganización significativa, Putin consolidó aún más su poder con una victoria abrumadora en las elecciones presidenciales de marzo, obteniendo el 87% de los votos. Un mes antes, su principal adversario, Alexéi Navalni, falleció en circunstancias misteriosas en una prisión en el Ártico, sin provocar protestas masivas en el país.
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“La demostración de su dominio radica en que puede permitirse cualquier cosa”, concluye el experto. En el ámbito político interno, la oposición ha sido suprimida y cada semana se dictan sentencias de prisión contra ciudadanos comunes, opositores y periodistas que critican al régimen o mencionan las presuntas atrocidades de Rusia en Ucrania.
“Con las medidas represivas y las sentencias de prisión impuestas a diversos individuos, ha logrado intimidar a una gran parte de la población”, subraya Davies.
Sin embargo, para el experto, la falta de desafíos no equivale a un respaldo entusiasta. Hace un año, los transeúntes aplaudían a las tropas de Wagner que ocuparon sin violencia el cuartel general del ejército ruso en Rostov del Don, antes de la invasión de Ucrania.
“No hay un apoyo generalizado hacia Putin o la guerra”, estima Davies, aunque destaca que “se ha aprendido la lección y es menos probable que alguien lo desafíe de esa manera en el futuro” después del levantamiento de Wagner.