Desde hace muchos años, décadas quizás sea el sustantivo correcto, como nación nos golpean en el rostro, por lo menos, dos crueles realidades en torno a nuestro desarrollo económico y social: el dualismo en los patrones de crecimiento sectoriales y regionales, y las desigualdades en todas sus formas, no solo de partida, especialmente en términos de acceso de los ciudadanos –en el sentido democrático amplio y no en el nacionalista– a las oportunidades para vivir una vida mejor.
Y pues, conforme las contradicciones se acumulan y acumulan, las consecuencias de estas realidades se vuelven cada vez más y más evidentes y tremendamente preocupantes en lo productivo y lo social.
En lo productivo, cada vez es más difícil crecer y generar empleos, pues los segmentos dinámicos de la economía –generalmente vinculados a la demanda e inversión externas y con espacios especiales de incentivos– no son capaces de interconectarse con el resto del país y de los mercados, que padece de problemas profundos de productividad y ausencia de competencia.
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En ese marco, en los noventa era relativamente sencillo crecer solo a partir de promoción de exportaciones y atracción de IED –la economía local era mucho más pequeña y menos compleja– hoy ya no lo es, y desgraciadamente se dejó pasar el tiempo sin que las canchas de juego y los espacios productivos fueran nivelados y mejorados, principalmente por una mezcla de ausencia de políticas públicas o captura de las existentes por grupos de interés y por un sector empresarial poco innovador y dinámico.
En lo político, las consecuencias ya no son preocupantes sino espeluznantes. Los electorados –de los territorios o de los segmentos de la población– que fueron dejados atrás por el crecimiento y por las acciones u omisiones gubernamentales han mostrado, elección tras elección, una desesperanza, indignación y cabreo crecientes, lo que al confluir con una ética política marcada por el oportunismo electoral ha llevado a manifestaciones populistas in crescendo, cada vez más preocupantes por las consecuencias que pueden significar a la convivencia democrática esos ciclos de esperanza, enojo y luego decepción electorales.
Mucho diagnóstico y lamento, y muy poca acción, sí por supuesto. Las soluciones a estas tensiones económicas y políticas asociadas con el desarrollo y sociedades cada vez más complejas pasa, necesariamente, por políticas públicas de amplio espectro y sobre todo “de Estado” que trasciendan los cortos ciclos gubernamentales y, sobre todo, combatan el cortoplacismo, las ideas preconcebidas sin sustento en la realidad y, sobre todo, las ocurrencias y los cantos de sirenas populistas.
Estas políticas no pueden construirse aisladamente, sino que deben partir de un marco integral que permita enfrentar los retos del desarrollo, del cambio climático, de las disparidades territoriales y las demandas de la sociedad por equidad en el acceso a las oportunidades.
Es decir, las políticas de apertura externa no pueden ser pensadas solo en clave de ventajas comparativas estáticas, sino que deben incluir apuestas fuertes a futuro en términos de sectores y territorios y deben, fundamentalmente, estar asociadas estrechamente con políticas de desarrollo productivo en los mercados internos, todo además alineado con los objetivos e imperativos de supervivencia que como sociedad nos impone los retos del cambio climático.
Y, como si esto no fuera suficientemente complejo, las políticas sociales generales y específicas deben estar alineadas no solo con mitigar las dificultades actuales de las poblaciones vulnerables, sino especialmente procurar dotarles de herramientas realmente útiles en términos de igualdad de oportunidades en el acceso a los beneficios del desarrollo y a los futuros que se están construyendo.
En este sentido, esfuerzos recientes como la Estrategia Territorial Productiva para una Economía Inclusiva y Descarbonizada 2020-2050 y las acciones que se construyan y se diseñen a partir de ella pueden ser orientadores esas políticas de amplio espectro que se requieren para dejar de preocuparnos por las consecuencias de un crecimiento mediocre y desigual y nos ocupemos por transformarlo, realmente, en oportunidades para todos.