Como sucede con un enfermo crítico, el proceso de recuperación de la economía costarricense requiere especialidad, sistematicidad y, sobre todo, una secuencia cuidadosamente diseñada y ejecutada de acciones específicas
Curas mágicas no existen; el paciente crítico requiere diagnóstico certero y terapias científicas efectivas; la fe – necesaria, como siempre para algunos de nosotros – tiene su espacio, pero no la pseudociencia o las ocurrencias, sean bienintencionadas o, peor aún, interesadas.
La economía costarricense es una enferma crónica – padece de un desequilibrio profundo de las finanzas gubernamentales – que, apenas empezando a recuperarse de su dolencia mediante una mezcla de analgésicos (deuda) y terapias curativas (ajuste) y habiendo enfrentado un episodio de crisis en 2018 – que la llevó a terapias intermedias en el segundo semestre de ese año, por el riesgo de sucumbir ante la incapacidad del gobierno de honrar sus deudas – enfrenta ahora el reto de una enfermedad infecciosa que, para combatirla, requiere – literalmente – inducir un coma profundo a través del distanciamiento social.
Para sobrevivir, durante el coma inducido, la economía urge de la terapia intensiva que proveen las políticas monetaria y fiscal. En el caso costarricense, los intensivistas deben manejar una dificultad adicional: el “ventilador” fiscal no funciona tras años de desdén por la frugalidad gubernamental y de bloqueo político de grupos de interés en desacuerdo con la forma de distribuir los costos del ajuste.
En estas circunstancias, no solo el “ventilador” monetario resulta menos efectivo y sus efectos colaterales – inestabilidad macroeconómica – potencialmente mayores, sino que, además, insistir en la terapia fiscal implica emplear la peligrosa droga de la deuda que, dado el historial de la paciente, puede llevarlo con rapidez a un colapso general de sus funciones vitales, debido al riesgo de insostenibilidad fiscal y volatilidad financiera.
En estas circunstancias, aunque los familiares aspiren a que pudiera estar ya en condiciones de empezar una rehabilitación con miras a una vida normal y alejada de excesos fiscales, sedentarismo productivo, atrofia competitiva y colesterol regulatorio, los intensivistas deberán ser claros y directos con ellos y advertirles que una extubación temprana podría conducir a un colapso generalizado.
Hay que estabilizar primero al paciente – con algunas medidas dolorosas por el lado del gasto y los ingresos gubernamentales – antes de empezar con un programa bien diseñado de rehabilitación económica, científico, basado en datos, enfocado, ¡nada de mindfulness o de homeopatía inútiles!
Mientras tanto, en la sala de espera, el equipo social y político del Ejecutivo deberán emplearse a fondo. El primero asegurándose de que los hijos más débiles puedan sobrevivir durante la enfermedad de su madre, mientras que el segundo, llevando calma y sosiego a los familiares – grupos políticos, de interés y habitantes, en general – sin tratar de distraer a los intensivistas, evitando que en su desesperación algunos parientes crean que con Flores de Bach pueden sacarlo milagrosamente de este trance y, aún más importante, que algunos con malsanas intenciones empiecen a repartirse, antes de tiempo, los bienes del difunto.
N. del A.: Normalmento evito los símiles y metáforas médicas por dos razones. La primera es que no quisiera que usarlas se interprete como un irrespeto a los profesionales sanitarios que con su conocimiento y humanidad enfrentan esta crisis. La segunda es que nuestro hijo, siendo muy niño, estuvo en una unidad de terapia intensiva.