
La veterinaria brasileña Luiza Mosqueira de Oliveira, de 41 años, atendía en cinco hospitales veterinarios distintos cuando notó un temblor en su párpado izquierdo. Por su estilo de vida agitado, varios oftalmólogos consideraron que se trataba de estrés o burnout. No obstante, ese síntoma fue el primer aviso de un tumor en la cabeza.
Además del temblor, su visión comenzó a nublarse, lo que la llevó a buscar ayuda especializada. Durante dos años, visitó diferentes oftalmólogos cada seis meses. Usó lentes, recibió terapia visual y fisioterapia. Pero su situación no mejoró.
Todo cambió el día en que, durante una cirugía, la visión volvió a fallar, lo que no le había sucedido antes. Al llegar a su casa, notó que la pupila del ojo izquierdo estaba completamente dilatada.
Acudió al servicio de emergencias. En un primer momento, los médicos sospecharon de un accidente cerebrovascular. No obstante, tras realizarse una tomografía con contraste, se confirmó la presencia de un tumor cerebral.
Diagnóstico complejo en una zona de alto riesgo
El diagnóstico reveló que se trataba de un meningioma ubicado en el seno cavernoso, una zona profunda y vascularizada de la base del cráneo. Según el neurocirujano brasileño José Francisco Pereira Júnior, los meningiomas se originan en las meninges aracnoides, membranas que envuelven el sistema nervioso y la médula espinal.
De acuerdo con el especialista, cuando el tumor es pequeño y crece lentamente, puede vigilarse sin intervención. Pero si muestra crecimiento, debe tratarse con cirugía o radioterapia, dependiendo del caso.
En el caso de Oliveira, los síntomas empeoraron. Experimentó dolor ocular, caída del párpado y sensibilidad extrema a la luz. Tuvo que usar lentes oscuros incluso dentro de su vivienda.

Aunque buscó diferentes opciones con especialistas, las opiniones coincidían: el tratamiento debía ser quirúrgico, aunque con alto riesgo de secuelas permanentes.
La madre de la veterinaria le sugirió contar su historia en redes sociales, con la esperanza de recibir recomendaciones. Gracias a esa publicación, contactó a un médico en Río de Janeiro, donde reside actualmente.
Radioterapia como solución alternativa
El nuevo especialista consideró que la cirugía no era necesaria, ya que el tumor no comprometía el nervio óptico. En su lugar, recomendó tratamiento con radioterapia.
Después de siete sesiones, los médicos notaron una mejoría inesperada: la pupila reaccionó, la visión mejoró y el párpado se abrió nuevamente.
A la fecha, Oliveira ha recibido 27 sesiones de radioterapia. El examen más reciente, realizado el 20 de agosto, reveló que el tumor disminuyó en un 64%.
La paciente indicó que cuidó su cuerpo, su mente y su espíritu durante el proceso. Aseguró que retomó su vida con normalidad y se siente feliz y saludable.

*La creación de este contenido contó con la asistencia de inteligencia artificial. La fuente de esta información es de un medio del Grupo de Diarios América (GDA) y revisada por un editor para asegurar su precisión. El contenido no se generó automáticamente.