
La conservación de la vida silvestre es una carrera contra el tiempo que con demasiada frecuencia se pierde. Por lo general, cuando los científicos detectan signos de declive de una especie, las poblaciones ya colapsaron. La diversidad genética ya se agotó. Las tasas de natalidad se desplomaron. La ventana para una intervención eficaz ya casi está cerrada.
Ocurrió con la paloma migratoria: el ave más abundante de Norteamérica desapareció exterminada por la caza descontrolada y la destrucción de su hábitat antes de que nadie se percatara de lo rápido que se reducía su población.
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Lo mismo pasó con el delfín chino de río, el bucardo y la foca monje del Caribe. Su desaparición pasó inadvertida durante años.
¿Y el rinoceronte blanco del norte? Cuando finalmente se prestó atención, el daño era irreversible. Los cazadores furtivos habían reducido la especie a dos hembras.
Los científicos cifran sus esperanzas en una nueva herramienta: el reloj epigenético.
Este cronómetro molecular no mide el tiempo como un reloj. Mide la edad biológica, un registro oculto que ofrece una visión más matizada de la rapidez con la que un organismo se desgasta por estrés, enfermedades y dificultades ambientales.
Los relojes epigenéticos analizan los patrones de marcas químicas llamadas grupos metilo que se añaden o se restan del ADN a medida que los animales envejecen. Y pueden leerse en una simple muestra de tejido o sangre.

Cuando la edad biológica de un animal es superior a su edad cronológica, puede ser señal de tensión fisiológica, una “señal de socorro molecular” que puede activarse antes de que aparezcan signos visibles.
El potencial para detectar el envejecimiento acelerado antes de que una población comience a colapsar visiblemente entusiasma a Colin Garroway, ecólogo evolutivo de la Universidad de Manitoba en Winnipeg, Canadá.
En un trabajo publicado en el servidor de preimpresión bioRxiv, Garroway y sus colegas descubrieron que los osos polares nacidos en las últimas décadas envejecen notablemente más rápido que los de generaciones anteriores. La causa probable es que los períodos sin hielo más largos dejan a los osos varados en tierra, lo que les impide acceder a las focas que constituyen la base de su dieta y agota las reservas de grasa que necesitan para sobrevivir.
Esa carga se refleja en las marcas moleculares del ADN.
Meaghan Jones, genetista médica de la Universidad de Manitoba, afirma: “es una forma de monitorear las poblaciones en tiempo real y ver cómo las afecta el estrés mientras aún es posible su recuperación”.
Cronometrar
Rastrear la edad biológica a través de cambios moleculares cobró impulso en estudios con ADN humano. En la década del 2010, el biogerontólogo Steve Horvath identificó cientos de sitios en el genoma en los que las etiquetas de metilación del ADN se ganaban o perdían de forma predecible a medida que las personas envejecían. Usó los patrones de metilación para construir un modelo estadístico que estimara la edad de una persona: los primeros relojes epigenéticos.
Los relojes de Horvath se convirtieron en potentes indicadores; las personas cuya edad biológica superaba la cronológica presentaban mayor riesgo de enfermedades crónicas o muerte prematura. Esa misma lógica, descrita en la edición del 2025 del Annual Review of Public Health, se afianzó en la fauna silvestre.

En el 2021, un equipo dirigido por Jenny Tung, que trabaja en el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, Alemania, desarrolló una versión del reloj epigenético específica para babuinos y la aplicó a una población silvestre de la cuenca de Amboseli, en Kenia. Los investigadores descubrieron que los machos con un alto rango de dominancia tendían a ser biológicamente más viejos que sus compañeros de menor estatus, incluso si sus edades cronológicas eran las mismas.
Contrariamente a lo que se esperaría —que el éxito social iría acompañado de mejor salud—, reveló el costo biológico de la dominancia.
“Alcanzar y mantener un rango alto tiene un alto costo”, afirma Tung.
Leones, tigres y osos
Horvath envió correos electrónicos a biólogos de campo, veterinarios de zoológicos e investigadores de vida silvestre, invitando a cualquiera que tuviera sangre, ADN u otros tejidos archivados en sus congeladores a unirse al proyecto.
Llegaron muestras de casi 350 especies animales, que representaban 25 de los 26 órdenes taxonómicos conocidos de mamíferos. Horvath generó relojes para elefantes, murciélagos, cebras, monos, marmotas, ratas topo. A partir de ahí se construyó un reloj epigenético universal para mamíferos, que tenía en cuenta la esperanza de vida máxima de cada especie y los cambios observables en la metilación del ADN a lo largo del tiempo.
El resultado fue un reloj que medía con precisión la edad de un individuo, tanto cronológica como biológica, a partir de una muestra de ADN.
Los relojes comenzaron a usarse en la conservación. En Alaska, la bióloga especializada en fauna silvestre Susannah Woodruff, recurrió a esto para estimar la edad de osos polares. Ella y sus colegas analizaron muestras con el reloj universal y descubrieron que producía estimaciones con un margen de uno o dos años respecto a la edad real de los osos.
Crear un reloj específico para los osos polares era aún mejor. Para ello eran necesarias muestras de sangre de individuos de edad conocida, y Woodruff tenía acceso a casi 200 osos de este tipo. Una comparación directa mostró que el reloj específico para osos arrojó resultados más precisos y fiables, con una precisión de más o menos nueve meses.

A falta de un reloj específico para cada especie, la mejor opción es adaptar uno de una especie estrechamente relacionada. Eso hace la veterinaria especializada en medicina conservacionista Ashley Barratclough, de la National Marine Mammal Foundation de San Diego, con el delfín nariz de botella del Atlántico Sur. Esta subespecie de delfín mular vive en la costa de Sudamérica, con menos de 600 ejemplares en estado salvaje. Pocos tienen registros fiables de edad.
Barratclough y sus colegas crearon un reloj para el delfín mular común, usando muestras de sangre y piel de animales de edad conocida. En colaboración con el biólogo marino brasileño Pedro Fruet, Barratclough aplicó la herramienta al delfín nariz de botella del Atlántico Sur, llenando los vacíos demográficos.
“Cada dato demográfico es extremadamente importante para comprender el futuro de la población. El reloj epigenético nos ayuda a refinar y obtener estimaciones que de otro modo no conseguiríamos”, afirma Fruet.
En la laguna de Patos, en Brasil, donde se conoce la edad real de algunos delfines nariz de botella del Atlántico Sur, el reloj reveló signos de envejecimiento acelerado, lo que podría reflejar el impacto de contaminantes de la industria y la agricultura.
Barratclough ha documentado efectos similares en la costa del golfo de Luisiana, donde delfines expuestos a la contaminación por petróleo del desastre de Deepwater Horizon en el 2010 parecen envejecer más rápido que sus congéneres en aguas más limpias en otros lugares.

Desgaste
Los científicos también estudian cómo las dificultades ambientales determinan el envejecimiento en la naturaleza. En la Universidad de Edimburgo, Escocia, el biólogo evolutivo Tom Little y la ecóloga especializada en enfermedades Amy Pedersen manipulan experimentalmente la disponibilidad de alimentos y la carga parasitaria en ratones silvestres y siguen las consecuencias epigenéticas.
“En los humanos tenemos factores —dieta, estrés, infecciones— que influyen en la edad biológica; pero no sabemos qué características ambientales hacen que los animales envejezcan antes de tiempo”, afirma Little.
Pero el costo es un obstáculo para la adopción a gran escala de los relojes biológicos en la fauna silvestre. La plataforma de pruebas más usada, Horvath Mammalian Array, cuesta unos $200 por muestra, un gasto considerable para analizar cientos de animales.
“Es un costo prohibitivo”, afirma Aaron Shafer, genetista poblacional de la Universidad de Trent en Peterborough, Canadá, que estudia si los relojes epigenéticos pueden revelar signos prematuros de envejecimiento asociados con la caquexia crónica, mal neurodegenerativo mortal que afecta a ciervos en América del Norte. Él también lidera el desarrollo de pruebas de menor costo.
Paralelamente, Garroway y Jones, junto con Levi Newediuk, ecólogo de vida silvestre de la Universidad Mount Royal de Calgary, Alberta, trabajan en optimizar el uso de los relojes epigenéticos en la investigación de la vida silvestre para se apliquen a más especies y entornos.
El estudio sobre los osos polares no se limitó a documentar un envejecimiento más rápido. Vinculó esos cambios biológicos a cambios medioambientales. Los osos nacidos en las últimas décadas, a medida que aumentaban las temperaturas del Ártico, mostraban claros signos de envejecimiento biológico acelerado.
Según Newediuk, la tendencia fue más pronunciada cerca de la bahía de Hudson, donde el hielo marino estacional se rompe antes y se forma más tarde, lo que reduce las oportunidades de caza y limita el acceso a las focas. En cambio, los osos de regiones con hielo más estable, como cerca del mar de Beaufort y otras partes del Ártico, envejecen más lentamente.
Afortunadamente, el envejecimiento acelerado no es necesariamente irreversible. La investigación de Tung en babuinos mostró que se puede ralentizar e incluso revertir. Cuando los babuinos macho perdían su rango dominante, sus relojes epigenéticos parecían ralentizarse. En un par de casos, la edad biológica incluso retrocedió a medida que los machos perdían estatus social, a pesar del paso del tiempo.
La velocidad del envejecimiento “no es necesariamente un rasgo fijo”, afirma Tung. Y si se puede retrasar en los babuinos, quizá también se revierta en otras especies.
Este artículo apareció originalmente en Knowable en español, una publicación sin ánimo de lucro dedicada a poner el conocimiento científico al alcance de todos. Suscríbase al boletín de Knowable en español.