No puedo olvidar la fecha; creo que nunca lo haré. Mi esposa y yo llegamos por primera vez a Dublín, Irlanda, un martes 5 de abril del 2022.
Con la pandemia aún resonando, incluimos Irlanda como destino cuando visitamos países nórdicos y del Reino Unido.
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Al menos yo llegué con la expectativa de conocer una tierra muy bella, nada más. Sin embargo, ese viaje cambió nuestras vidas.
Apenas dos días después de ingresar, nos vimos con una amiga costarricense y su novio irlandés. Nos llevaron a las afueras de Dublín, a un sitio con cascadas y lagos… ¡hermoso!

Cuando él le preguntó a Nancy, mi esposa, sobre su ocupación, todo cambió. Ella respondió con orgullo ser amante de la cocina, pasión que la llevó a obtener una licenciatura en Gastronomía Internacional en una universidad de la Ciudad de México, donde vivió por cinco años mientras estudiaba.
Sin pensarlo, el irlandés le lanzó una frase que rehizo nuestra historia: “Aquí hay muchas oportunidades, debería venir”.
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De Dublín fuimos a Belfast, Irlanda del Norte; Manchester y Liverpool, Inglaterra; Isla de Man; Cardiff, Gales; y Alemania, antes de volver a Costa Rica.
Durante esos días nuestras conversaciones siempre estuvieron marcadas por esa ilusión que se despertó en Nancy, de mudarse a Irlanda.
Aunque yo no comulgaba con la idea de cambiar de país, también tenía claro que el trabajo en cocina en Costa Rica no solo es muy sacrificado, sino que los salarios no están acorde a las jornadas laborales extenuantes.
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Su licenciatura en Gastronomía Internacional no le era reconocida en nuestro país, y luego de que ella trabajó algunos meses en un hotel cinco estrellas en San José, tuvimos nuestro propio emprendimiento, el mismo que nos sostuvo durante la pandemia.
Fue un 14 de junio del 2022 que Nancy disparó su ilusión y abordó ese vuelo entre Dusseldorf, Alemania, y Dublín, Irlanda. La despedida fue ahí, en ese hermoso puerto aéreo alemán, pues coincidió con otro viaje a Europa.

Ingresó a Irlanda como lo hacen muchos, a estudiar inglés mediante los programas autorizados por el gobierno. Escogió una ciudad rural, a casi tres horas de la capital.
Apenas 16 días después de ingresar al país, un hotel cuatro estrellas le abrió las puertas y le dio ese empleo que tanto había añorado, en la pastelería, una de sus pasiones. Su título universitario por el que tanto se esforzó, al fin le fue reconocido.
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No era fácil. Iba a clases por las mañanas, y luego entraba al trabajo de 2 p. m. a 10 p. m. La visité en ese mismo 2022, en setiembre. Luego, volví en diciembre.
¡El frío era espantoso! Los días grises me provocaba cierto desánimo, además de que oscurecía a las 4 p. m. De la lluvia no me quejo, pues quizás nunca nos detenemos a pensarlo, pero a los ticos nos encanta ese manantial caído del cielo. La diferencia es que en Irlanda nunca hay rayería.

Fue a principios del 2023 que en su trabajo optaron por auspiciarla para una visa de empleo. El mundo cambió aún más.
Durante ese 2023 estuve entre Irlanda y Costa Rica. Ingresaba como turista, aprovechando que los costarricenses podemos permanecer tres meses en cada visita.
En abril del 2024 hicimos la gestión de reunificación familiar. Los procesos migratorios son muuuuyyy lentos, pero en julio de ese mismo 2024 ya tenía mi residencia.
Durante todo ese tiempo continuaba con mi trabajo en lo que me apasiona, el periodismo, profesión en la que inicié cuando apenas tenía 19 años y era estudiante en la Universidad de Costa Rica.
Pero la vida está llena de sorpresas.

La posibilidad de seguir trabajando de forma remota se acabó, al tiempo en que nuestro amor por Irlanda alcanzó un punto elevadísimo, reflejado en que ahora ni siquiera el frío nos agobia.
Ante esto, el mismo hotel donde trabaja Nancy me dio empleo. Con 46 años hago funciones que nunca en la vida había realizado y las disfruto montones; aquí la edad no importa al contratar personal, al menos eso percibo.
Tener 30 días de vacaciones al año es un plus difícil de encontrar y aquí ocurre. A eso se le suma que la jornada laboral es de 40 horas semanales.
Recientemente nos extendieron nuestros permisos por tres años. Sin embargo, si mañana tuviéramos que volver a Costa Rica, lo haríamos con mucha alegría e ilusión, pues es nuestra tierra y es imposible no sentir ese orgullo por ser ticos. Además, se extraña a la familia y amigos.
Adoramos vivir en Irlanda, pero somos costarricenses, estamos pendientes de nuestra tierra.
Además, preparamos comida tica, como gallo pinto, olla de carne y picadillos. Cuándo vamos a algún lugar de pic nic, llevamos huevos duros. Lo curioso es que nuestros amigos irlandeses ya comen huevos duros también.
Por ahora disfrutamos del momento, vamos día a día, siempre recordando cómo un simple viaje por turismo nos convirtió en migrantes.