La historia de este blog le hace absoluto honor al nombre Alajuela por la pista. Sí, porque esta vez les voy a presentar a la inconfundible y única chofera de los buses de Tuasa, empresa que brinda en solitario el servicio entre Alajuela y San José.
Llevaba tiempo viéndola manejar, pero nunca le había hablado. Por eso me decidí a hacerlo el martes 8 de octubre; claro, primero, tenía que rogar para que hubiera lugar en su bus, y sí lo hubo. Subí cuando quedaban cuatro espacios.
Con una buena visera para protegerse del sol mañanero, salió de la terminal de Alajuela a las 6:44 a. m., con poco más de 50 pasajeros, todos rumbo al trabajo. A San José llegamos 59 minutos después; un buen tiempo, pues pese a que apenas son poco más de 20 kilómetros, la presa de la mañana es seria, entre cientos de carros, buses, camiones con gas, removedoras de cemento, ambulancias con sirena... Es una locura.
Ella maneja relajada, contenta. Le agradecí mucho que no encendiera el radio, aunque parecía que llevaba una melodía en su mente, pues movía el dedo índice derecho sobre el volante como si estuviera siguiendo el ritmo.
A las 7:30 a. m. llegamos a la primera parada, el Hospital México, donde ya los pasajeros respiramos porque pasamos la peor parte del congestionamiento. Ahí aproveché para pasarme unos asientos más adelante.
Veintinueve minutos más tarde, estábamos entrando a la terminal de Tuasa de San José, frente al parque La Merced. Esa era mi oportunidad para conversar con la chofera, que en un intercambio de pocos minutos me dio una lección de vida y superación, de mujeres empoderadas y de gente sin prejuicios.
Se llama Ana (al principio no me dijo los apellidos), tiene 53 años y hace diez maneja bus. Comenzó en la ruta de Desamparados de Alajuela y luego en Tuasa.
“¿Se siente poderosa?”, le pregunté. Vean qué respuesta tan hermosa me dio:
“Me hace sentir útil, que aporto algo, porque transportar a tanta gente todo el día... esa es una manera de aportar al trabajo, a la evolución”, expresó.
“¿Quién la enseñó a manejar?”, le consulté esperando que me dijera que su papá o un tío, porque era tradición familiar. Sin embargo, Ana me volvió a impresionar.
“Le pagué a un señor. Como que me puse un reto: ‘Yo tengo que hacerlo’. Entonces dije, voy a ver quién me enseña y encontré una persona”.
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Para seguir quebrando todos mis prejuicios, Ana aseguró que no le costó conseguir empleo: “Es inmediato, ya uno con la licencia y la documentación que le piden, al otro día tiene trabajo”, aseguró.
Por supuesto, siempre prejuiciada, quise saber si por el hecho de ser mujer no le pusieron trabas. Con firmeza, manifestó que no, aunque supone que todo depende de la empresa y quiénes la dirigen. En Tuasa, insistió, no se topó con problema alguno.
“¿Y los compañeros?”, le pregunté.
“Ellos van adaptándose, acostumbrándose a que también hay una mujer”, afirmó.
Para entonces, yo, en mis adentros, estaba felizmente impactada del testimonio de vida que escuché en esos escasos minutos, mientras las unidades que llegaron antes se acomodaban para salir de vuelta a Alajuela. Sin embargo, faltaba.
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“¿Y la familia?”, consulté.
“Muy contentos. Mi hija me dice: ‘Mami, me siento muy orgullosa porque usted ha logrado lo que quería’.
Por cierto, su hija tiene 30 años y vaya ejemplo que tiene para enfrentar la vida.
“¿Se ve jubilándose aquí?”, me atreví a curiosear.
Con su respuesta, Ana cerró con broche de oro la conversación:
“Quiero más. Quiero cumplir mis metas, mis sueños; este era uno. No quiero quedar solo con esto. Quiero más”, dijo la chofera de Tuasa, al tiempo que llegaba el momento de mover su bus.
Para cuando le pedí los apellidos, el escándalo de una bocina apenas me permitió entender: “Ulloa Carrillo”.
Ella es Ana Ulloa Carrillo, la increíble chofera de Tuasa, un ejemplo para hombres y mujeres, para todo aquel que tiene un sueño.