El escritor guatemalteco Luis Cardoza y Aragón piensa que la década que corrió entre 1944 y 1954 fue un oasis democrático en el país de la eterna dictadura. Guatemala fue gobernada en esos años por Juan José Arévalo y por Jacobo Árbenz, cuyas políticas amenazaron los intereses de la United Fruit Company, que no soportó la idea de pagar impuestos, ver nacionalizadas algunas de sus tierras ociosas y legalizar la condición laboral de sus trabajadores.
Entonces Sam Zemurray, magnate de la United Fruit, contrató a Edward L. Bernays, padre de las relaciones públicas, y con la ayuda de la CIA, “conscientes de que la manipulación de las masas es un elemento fundamental de la sociedad democrática”, lanzaron una campaña de desprestigio contra el presidente demócrata Jacobo Árbenz, lo acusaron de comunista, afirmaron que su gobierno era una cabeza de playa soviética y que el dominio de los Estados Unidos sobre el Canal de Panamá estaba en riesgo. Aquella infamia cayó en tierra fértil y sus efectos no se hicieron esperar, Árbenz renunció ante el golpe de Estado ordenado desde Estados Unidos y ejecutado por un tiranuelo llamado Carlos Castillo Armas, que llegaría así a ser presidente de Guatemala.
“La novela es la vida privada de las naciones” es la cita de Balzac que se usa como epígrafe para Conversación en la Catedral. Esta frase habla del papel determinante de la independencia individual en la vida moderna. También trata de como en las novelas los grandes acontecimientos se cuentan desde la vida y trayectoria de personajes inventados que se mezclan con otros históricos; todos juntos, con sus pasiones y resentimientos, les dan vida a ficciones que se alimentan de la historia o la saquean a conveniencia para hacer creíble lo que se nos cuenta.
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Esto es lo que hace Mario Vargas Llosa en Tiempos recios (Alfaguara, 2019), él parte de la interpretación que referimos sobre la caída de Árbenz en Guatemala, para construir una novela de acción, una novela política, que se sostiene en cuatro líneas narrativas (a las que se suman otras secundarias), que nacen independientes y que poco a poco se van entrelazando para darnos el panorama completo de dos golpes de Estado, el que sufrió Árbenz y el magnicidio contra Castillo Armas.
Cada uno de los hilos narrativos nos habla de la vida y miserias de personajes fascinantes, Árbenz, Castillo Armas, Johnny Abbes García, quien fue el jefe de los servicios de inteligencia del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo, y Miss Guatemala, la amante de Castillo Armas, también de Abbes, anticomunista feroz, mujer bellísima y astuta que siendo adolescente fue violada por un médico de izquierdas.
Entre mercenarios y dictaduras
En esos años de Guerra Fría, en esos tiempos recios recreados por el escritor peruano, Centroamérica y el Caribe estaban infestados de mercenarios y de dictaduras; estos países no solo vivían sus propios conflictos políticos, sino también aquellos otros que llegaban como repercusiones del enfrentamiento entre las dos potencias mundiales. Los dictadores Somoza y Trujillo ayudaron a botar a Árbenz, por su parte, el demócrata José Figueres y la Legión Caribe tuvieron éxito en Costa Rica y eran enemigos de esas tiranías sanguinarias y corruptas. Trujillo le resentía a Castillo Armas su falta de cortesía, el incumplimiento de las tres condiciones que le puso para colaborar en su golpe contra Árbenz.
Castillo Armas, un personaje envidioso, militar mediocre, feo, conocido también como Cara de Hacha, no restableció las relaciones diplomáticas con República Dominicana, no invitó a Trujillo a Guatemala y tampoco le dio el reconocimiento que sí le había dado a Somoza al otorgarle la Orden del Quetzal. Trujillo no lo soportó, ni eso ni que se burlara en público de su hijo Ramfis, argumentando que era muy fácil ser un seductor de mujeres teniendo los bolsillos llenos del dinero de una dictadura.
Aquí es donde aparece Johnny Abbes García, personaje magistral, torturador, asesino inclemente, hombre medio gordo, vicioso, soez, asiduo cliente de burdeles. Es aquel muchacho al que Trujillo le dio una beca para estudiar en México, donde realizó magníficas misiones de inteligencia en contra de los enemigos del régimen dominicano. Abbes es seguidor de la filosofía Rosacruz, es el escogido por Trujillo para liquidar a Castillo Armas y también es un sujeto que se desborda de lascivia por Miss Guatemala.
Entre historia y ficción
Tiempos recios está compuesta por unas páginas introductorias que nos presentan el contexto de la United Fruit en Guatemala, un largo capítulo titulado Antes, en el que ocurre todo, y uno final, corto, llamado Después, en el que participa el propio Vargas Llosa en su visita a entrevistar a una mujer que fue testigo de todo aquel caos político. Ella es ahora una anciana que conserva restos de belleza, vive en Estados Unidos, ha enterrado a 10 maridos y vota por Donald Trump.
Si la comunicación entre la historia y la ficción forma parte de las características de esta novela, como también ocurrió en La guerra del fin del mundo, la intervención del propio autor en el capítulo final contribuye a generar ese recurso narrativo mediante el cual se pretende difuminar las fronteras entre la realidad y la invención literaria, a intensificar en el lector la sensación de estar en presencia de una verdad histórica y no de un artificio de la literatura. Esto debe aumentar considerablemente en el caso de los lectores y lectoras guatemaltecas.
En Tiempos recios, Vargas Llosa vuelve a mostrar su extraordinaria capacidad literaria, como en La tía Julia y el escribidor. En el texto, los hilos narrativos se alternan; en algunas partes aparecen los diálogos entremezclados de Conversación en la Catedral, vuelve a las técnicas faulknerianas, altera el orden cronológico y cuenta desde distintas perspectivas un mismo hecho –el asesinato de Castillo Armas, por ejemplo– manteniendo la tensión y el suspenso hasta el final. La acción y el ritmo de esta novela intrigan y emocionan al lector, debilitándose tal vez en los fragmentos dedicados a Árbenz, cuyo narrador toma mucha distancia, pareciéndose más a una crónica o relato histórico.
Grandes personajes
Esta ficción está sostenida en la creación de grandes personajes que se mueven en un intenso contexto político. Gracias a la aventura guatemalteca de Johnny Abbes García y a la presencia y voz del generalísimo Trujillo, de algún modo, La fiesta del chivo continúa en las páginas de Tiempos recios. La vida privada, las perversiones y debilidades de los dictadores, las de sus mujeres, las de los hombres que los sirven y que viven de su poder, son contadas con maestría, así como la degradación de personajes que caen en desgracia y la sordidez de ciertos rincones sociales que comunican la corrupción imperante en los países de los que forman parte (Guatemala, República Dominicana, Haití).
Uno o varios demonios irracionales dispuestos a saltar en cualquier momento parecen habitar en cada personaje. Sus pasiones, sus resentimientos son más importantes que su racionalidad, y son estos afectos los que guían sus vidas, los que inciden cuando se trata de tomar una u otra decisión política. Esta es una idea explorada por Vargas Llosa a lo largo de algunas de sus obras, es una idea que conocen bien los agentes de la CIA que participan en Tiempos recios, es la idea que está en la base del éxito contemporáneo de las fake news y de la campaña de desprestigio montada por la United Fruit contra Árbenz, cuya caída y afrenta a la democracia que esto supuso, según Vargas Llosa, estimuló la opción armada de los revolucionarios latinoamericanos y propició, de algún modo, la revolución cubana y sus consecuencias.
Con Tiempos recios, Mario Vargas Llosa vuelve a reflexionar sobre el poder en América Latina, intenta borrar las líneas que separan la realidad de la ficción y nos demuestra, otra vez, que la literatura, aunque sea mentira, es un maravilloso medio para sentir y pensar la vida real.