Por años fue visto como un vestigio de tiempos pasados, pero hoy el quijongo guanacasteco vuelve a resonar en Costa Rica como símbolo de resistencia de las expresiones culturales afroguanacastecas.
El qujongo es un instrumento musical que desafía al tiempo y el olvido, una memoria que fue resguardada a voces, cuya música se transmite con buen son, canto y comunidad. Es así como este arco musical centroamericano, sencillo en apariencia y potente en significado, nos permite repensar nuestros territorios desde lo que se experimenta más allá de las palabras.
El quijongo es capaz de producir simultáneamente desde sonidos roncos y rítmicos hasta melodiosos silbidos. Puede ser utilizado como instrumento acompañante o ser el protagonista del conjunto musical. Rústico en su construcción, se distingue por las marcas que dibuja el filo del machete en la madera durante su proceso de construcción, por lo cual cada ejemplar del instrumento es único e irrepetible.

Llegó por mar y creció de nuestra tierra
La teoría más aceptada hoy nos dice que el origen del quijongo se remonta a los tiempos de la colonia, cuando la trata esclavista era una práctica común. Personas africanas y afromestizas eran traídas por la fuerza a las Américas como mano de obra.
Estas personas, desde luego, no pudieron traer consigo sus pertenencias, pero sí sus conocimientos. Se presume que, con madera de guácimo ternerero o achiotillo y tiras de bejuco de ventanilla utilizadas a modo de cuerda, lograron reconstruir en estas tierras un instrumento que llevaban en la memoria. Posiblemente así nació el quijongo, miembro de una amplia familia de arcos musicales que cuenta con otros instrumentos cercanos y con historias similares como la caramba hondureña y el birimbao de Brasil.
Fue en tiempos de las grandes haciendas cuando el quijongo guanacasteco tomó protagonismo. Sencillo de transportar, hecho de materiales disponibles y de fácil acceso, era usado por trabajadores rurales para amenizar momentos especiales o pasar el rato, de esta forma se convirtió en un elemento popular de entretenimiento con un gran poder de convocatoria.

Eulalio Guadamuz, uno de los grandes portadores de la tradición quijonguera, a menudo relataba cómo con este arco musical se llegaron a interpretar tanto músicas tradicionales como aquellas que sonaban en la radio de sus tiempos —probablemente boleros, cumbias, corridos y otros ritmos relacionados al baile—.
Si bien el quijongo tuvo gran relevancia en algún punto de nuestra historia, también corrió riesgo de desaparecer. A principios de este siglo, solo tres maestros quijongueros sostenían la tradición; Eulalio Guadamuz, Felipe Quirós e Isidoro Guadamuz de la O.
Gracias a su labor y la de diversas personas de la comunidad quijonguera, como la antropóloga Adriana Méndez y la artista Karol Cabalceta —autoras de la Guía para la construcción y ejecución del quijongo guanacasteco— este instrumento comenzó un nuevo ciclo de salvaguardia, ahora con registros actualizados, pedagogías renovadas y repertorio nuevo. Cabe resaltar que existen diversos aportes de gran importancia de décadas anteriores, como el quijongo eléctrico, creado por Werner Korte en 1983, o las investigaciones de Jorge Acevedo.
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El quijongo, de las viejas haciendas a nuestros días
El quijongo, pese a ser un instrumento regional y muy ligado a su territorio, durante diferentes momentos de nuestra historia y gracias a las migraciones, ha circulado por la región. Hoy se extiende a festivales, investigaciones, universidades, centros educativos y nuevas músicas.
Existe una comunidad quijonguera activa dentro y fuera de Guanacaste, así como agrupaciones musicales y espacios organizados como Quijo-Ngó Ensamble y el Comité de Seguimiento del Plan de Salvaguardia del Quijongo Guanacasteco, dedicados a su difusión y resguardo. Se puede afirmar que hoy la tradición quijonguera se renueva, dialogando con lo contemporáneo, sin darle la espalda a la tradición.
Gracias a una ardua labor, el quijongo ya no es solo un recurso fue cuidadosamente resguardado de forma literaria en nuestro cancionero, o en la forma de interpretar la guitarra cuando se le imitaba, sino un símbolo tangible, algo así como un libro abierto esperando a quien busque sus conocimientos.

Asimismo, el quijongo ha sido una herramienta útil en nuevas composiciones, obras de teatro, danza y música experimental. Diversas personas con formación en artes y ciencias sociales desde la educación formal y no formal han hecho gran trabajo al recuperar, reinterpretar y documentar sus sonidos desde enfoques sensibles y conscientes, con visión de arraigo y futuro.
¿Qué futuro hay para el quijongo?
A pesar de los importantes avances de los últimos años, el quijongo aún enfrenta riesgos. De los tres grandes maestros quijongueros, dos ya han fallecido. Isidoro Guadamuz, último representante de esa generación, continúa con la tradición aportando enérgicamente con sus nuevas y ocurrentes composiciones.

Sin embargo, urge consolidar un relevo generacional que garantice sostenibilidad. Para que el quijongo y todo lo que representa continúe, no puede vivir solo del recuerdo, ni debería recaer el peso de salvaguardarlo una vez más sobre un grupo pequeño de personas. Necesita escucha, creación, respeto, investigación, sensibilidad y pedagogía.
El álbum UNA Tradición Viva, la serie documental Las raíces del marango, la guía mencionada y decenas de talleres y registros han aportado una nueva vitalidad al instrumento. Empero, son necesarias políticas públicas actualizadas y seguir generando comunidad para lograr consolidar su continuidad.
Incluir el quijongo en procesos educativos desde una comprensión decolonial es una gran herramienta pedagógica de gran impacto social. Este instrumento es un portal accesible a saberes colectivos y a formas de comprender y experimentar la vida. Utilizarlo es también fortalecer nuestra identidad.
Tus canciones nacieron en las jícaras del campo
El quijongo es madera, vibración y memoria: su futuro puede ser brillante si hay voluntad de construirlo. No es un arte congelado: puede ser canción, performance, instalación sonora, poesía, cuento y símbolo de resistencia cultural. No es un instrumento limitado, sino una ventana de oportunidades para la creatividad. Guarda emociones que no caben en palabras; deben ser vividas en carne y hueso.
Su sonido convoca y reúne a las personas y, en un país que a menudo se construye desde el centro, desde lo blanco y el silenciamiento, el quijongo importa hoy, aquí y ahora, porque es un arte que resistió siglos de despojo y cada vez que suena, lo hace también un pueblo que dice “aquí estamos y seguimos resistiendo”.
Desde mi perspectiva, ser portador de la tradición quijonguera es abrazar una lucha, una forma de reivindicar y reconocer la cultura afroguanacasteca, de honrar la memoria de aquellas personas que fueron y siguen siendo marginadas y, por último, una forma de aceptar nuestro legado y decir: “Yo soy, yo sigo aquí”.