Qué sería el siglo XX si no hubiera concluido con la Loca de Gandoca. Ni es pregunta ni es reflexión. Finalmente, la locura nunca se llenó de contenido científico, pero sí de literatura. Anacristina Rossi escribió esa novela con herramientas del periodismo literario —era urgente ficcionar la no ficción para contar esa historia—, esa licencia es testigo de que la crónica ha estado presente en muchos de los textos de escritoras costarricenses desde, al menos, tres siglos atrás. El presente de Anacristina era el futuro de Costa Rica.
Aunque la crónica universal es tan antigua como su etimología y en Costa Rica hay grandes textos que podrían ser referentes, la realidad y la ficción eran determinantes para definir un género. Los temas que requerían objetividad se le trasladaban al periodismo y todo el territorio de la subjetividad, o mejor dicho, todo lo demás, era literatura. Juan Villoro lo simplificaba diciendo que al escritor le atribuían lo artístico y al periodista, lo artesanal.

Entonces, la crónica —que habitaba las páginas de los medios de comunicación— veía a la distancia a la novela, el cuento, la poesía, el ensayo. Lo ha documentado, editorializado y comentado el escritor Carlos Cortés en diferentes momentos históricos y ha sido acertado al situar una coincidencia entre el surgimiento de la crónica urbana y la aparición de plataformas digitales como los blogs y, anteriormente, en las revistas. Estos fueron territorios en los que se escribía un periodismo narrativo y en los que los autores podían recorrer la ficción y la no ficción sin etiquetas.
Esa incipiente virtualidad muy 1995, en la que se colgaban textos con narrativas más experimentales en la WWW y se legitimaban escritores sin obra impresa; esa en la que las revistas de crónica de viaje o de gastronomía parecían encontrar un lugar en el ciberespacio, donde también cobraron relevancia los grandes reportajes con fotografías y exploraciones multimedia, con toda la capacidad de observar, de escuchar, un siglo XX e inicios del XXI que parecía de oro para la crónica.
Surgía también un boom de cronistas de las Américas y se destinaban miles de páginas y fondos para que se contaran esos relatos de guerra, de pobreza, de hambre, pero también de viaje, de situaciones bizarras, anodinas, urbanas: todo acto social era una historia.
El conocimiento que se narraba era e iba a ser siempre accesible para todas las personas que tuvieran una computadora, un módem y una cuenta mensual de pago a Internet. Y la crónica vivió sus mejores décadas.

En Costa Rica, ese florecimiento se vivió en medios que contrataban un perfil profesional multidisciplinario en sus redacciones y que exploraban con estilos periodísticos y literarios para encontrar otras miradas, incluso de los mismos temas.
El periódico La Nación lo hacía, antes del 2000, con Viva, Áncora, Tiempo Libre; ya en el siglo XXI, con revistas como Soho, que fue determinante en su apuesta hacia un periodismo literario y en la convocatoria de muchos de los autores referentes de estas nuevas narrativas. Paralelamente, había otras publicaciones independientes como la revista Kassandra, Fusildechispas.com y los blogs de algunos escritores y periodistas. Diego Delfino ha sido coherente con la exploración de narrativas, la revista Paquidermo también llegó a reunir grandes firmas, AmeliaRueda.com... y me disculpo si soy omisa por no mencionar más, pero este prólogo es para cinco escritoras crónicas.
Esa combustión, esa promesa, se fue diluyendo. Ya en el 2014, la mayoría de las publicaciones habían desaparecido o reducido su frecuencia, concentrándose en otras estrategias de contenido para redes sociales, que consolidaban modelos de negocio con mensajes más efímeros, hasta aprendimos a expresarnos en 280 caracteres.
Y, a pesar de que los medios siguen explorando nuevas formas de sostenerse, y la promesa de publicar las grandes crónicas vive el exilio de las ediciones dominicales, el oficio del cronista —contar historias y revolucionar la escritura— no puede estar más vigente.


De eso trata este libro.
Muy a pesar del panorama anterior, la crónica sigue siendo la herramienta más estratégica, eficiente y adaptable a los géneros, plataformas y multiversos que debe sortear la buena escritura: aquella que sabe escribir del otro. En esta tesitura en la que los espacios para narrar historias cada vez son más limitados, la escritura de estas cinco autoras es un acto de resistencia.
Algunos de los textos en ¿Dónde jugarán las niñas? (2025) son inéditos; otros, previamente publicados y cada uno fue elegido por la editora Gabriela Rojas. La fotografía de portada es de Priscilla Mora Flores, también cronista y documentalista visual. En retrospectiva, cada título de crónica en la historia de 25 años de Perro Azul es un termómetro de lectura libre.

A la vez, Perro Azul es una de las referentes editoriales de la crónica costarricense en la que María Montero, Laura Flores, Carla Pravisani, Karla Sterloff y Camila Schumacher están en casa: conocen bien las paredes, abren la refri y saben que, además de las suyas, hay habitaciones para otras.
Este es un libro de atmósferas, de humor y de asfixias. Son cinco mujeres que escriben, pero en cada texto son una mujer diferente y, pues no quiero hacer spoiler, solo alertar al lector porque este es un libro de crónica con gran precisión y dominio de la escritura. Hay momentos de nocaut, nadie sale ileso.
Cada autora presenta paneos, planos americanos, voces —algunas veces fronterizas—. No hay cronología, hay miradas y de pronto un gol. Lo que imanta sus narrativas son los ángulos, las peculiaridades, la dulzura, la posibilidad de ir entre líneas a ese momento que hubiera quedado olvidado. El viaje entre los párrafos es, a veces, incómodo; a veces, placentero, pero siempre —como común denominador entre las cinco— un claro e informado punto de vista.
Cuando se juntan tantos libros en un libro se multiplican las voces. Esa primera persona que se suele utilizar en la crónica no es más que la voz de alguien más, alguien o algo, en singular o plural, que de otra manera no podría o no creería que debe hablar. Este libro, estos textos y estas autoras son un manifiesto de que la escritura también es una manera de pensar.
Sí hay lectores, pero pocos medios. La situación no ha cambiado en más de una década. Esta reunión de autoras es una provocación, porque estos temas se van a seguir narrando, porque sí hay editoriales publicando y, especialmente, porque si la crónica desaparece ¿dónde jugarán las niñas?
