Parte de nuestra actual experiencia turística del viaje consiste en aplanar las diferencias, en embutir el azar de lo desconocido en el guion predefinido de un lugar. Viajamos cada vez más para certificar que también estuvimos ahí, que igual que el resto estuvimos donde “debíamos” estar.
Postales, el nuevo libro de Eunice Báez, se propone en cambio rehabilitar una pragmática del viaje donde lo que importa es sobre todo el trazado de un paisaje interior. Se trata menos del lugar que de la cartografía emocional que este es capaz de suscitar en nosotros.
A pesar de que la estructura del libro juega con la idea del compendio turístico (cada cuento se ocupa de un destino determinado), el libro no se agota en el retrato de sitios, sino que apunta a trazar una crónica de estos tal y como los habita la memoria.
Con una mirada casi documental igualmente presente en Música para correr, el primer libro de la autora, Postales se aboca a la construcción de ese paisaje sentimental a partir de una conciencia despierta que torna visible lo que resultaría invisible para la mirada edulcorada de la agencia de viajes.
Báez pone el foco en seres, olores, texturas y acontecimientos que la mayoría de nosotros pasaríamos por alto: el perfume de la caña en la época de zafra, una meada al aire libre en medio de una primavera italiana, el agua tibia del jacuzzi de un motel de mala muerte, el saludo matalances de un profe de Generales en medio de un aprete.

Con esos materiales residuales, Báez construye una atmósfera en la que las cosas y escenas informan siempre de algo más: algo que no queda dicho en la página, pero que continúa tras la lectura dando tumbos en la conciencia.
La virtud está no solo en dar con esas imágenes sino en haberlas aprehendido de modo tal que luego no haga falta añadir efectos especiales. En la escritura de Báez la apuesta consiste precisamente en contar como si el único objetivo fuera dejar que la propia realidad resplandezca.
Una flâneuse tercermundista
Una tradición, la del flâneur, sentó las bases para la actual literatura de observación. El flâneur baudeleaireano, esa criatura urbana que se paseaba dejándose encantar por el tumulto de las ciudades se caracterizaba por una mirada espectante que, a la larga, se reduciría a fascinación mercantil e indiferencia consumista.
Postales, por contrapartida, se caracteriza por su mirada implicada. Lejos de una búsqueda por resaltar el glamour de las ciudades retratadas, Eunice Báez pareciera una flâneur tercermundista, una cronista empeñada en describir las cosas tal y como se ven cuando se viaja en clase económica.
En lugar de limitarla, esa perspectiva rasa le permite a Eunice clavar el ojo en todo aquello que queda fuera de la postal propagandística: ratas parisinas del tamaño de perritos, la poesía en un resto de cielo raso tirado en media calle, las gaviotas que dañan la basílica de Augusto.
El libro funciona así como una antiguía turística: un manual para aprender a desviar la mirada de lo que el resto ve o estima digno de ver. Postales descree asimismo de los destinos estrella: en el libro desfilan por igual la domus de Aureliano y el Museo de Nueva York que Area City y la Paca Loca de Desamparados.
No es, sin embargo, que todos esos lugares den lo mismo, sino que, al contrario, cada uno de ellos ha sido sellado por la memoria gracias a una experiencia que le imprime la huella luminosa de lo singular.
Un lugar donde volver
A diferencia de Música para correr, un libro tensado de cabo a rabo por una fina vocación humorística que hermana a Eunice con otras autoras como María Montero y Catalina Murillo, Postales combina esa veta satírica con una mirada nostálgica cercana al trabajo de autoras como Sila Chanto o Paula Piedra.
En el recorrido antiturístico del libro encontramos así que la diletante viajera siempre regresa, quizá atraída por la atracción que imanta el Volcán, al pueblo natal. Turrialba funciona en el libro a la manera de un centro magnético al que Eunice vuelve para recordar cómo fue que pasaron las cosas.
Lejos del regreso idealizado Turrialba es algo así como el lugar del crimen: el lugar al cual el libro necesita volver cuando requiere aire, cuando necesita bajarle el volumen al ruido.
Postales del desamor
Una marca de la escritura de Eunice Báez es su rechazo total de la impostura. Al leer Postales es evidente que su autora no pretende convencernos de nada ni sonar de un modo particular. Esa ausencia de imposturas requiere de arrojo pues implica tener que mostrar con honestidad buena parte del universo íntimo.
La manera fresca y ligera con que Eunice habla de sus ligues, sus desencuentros y sus pérdidas es una bocanada de aire fresco en un contexto en el cual, a fuerza de exhibirlo todo, hemos acabado por perder la capacidad de mostrar cualquier cosa verdadera de nosotros mismos.
Creo en este sentido que Postales practica una narración desvergonzada en el mejor sentido de la palabra. “Tengo que dejar de escribir historias de mis desamores pasados”, dice Eunice, pero para contar, tan solo unas páginas después, que un ligue fallido le acaba de enviar una foto donde apretaron por última vez.
Desencuentros, nostalgia por amores perdidos, duelos por cosas que hubieran podido pasar de una manera, pero pasaron de otra: el core de este libro está precisamente en todo eso que no alcanzó a fraguarse. Por suerte, sin embargo, al término de ese recorrido de errancias se decanta algo nuevo: una voz que no existía en el medio hasta que apareció Eunice.