En la portada del semanario Blanco y Negro del 6 de mayo de 1899, una nota apuntaba: “Ninguno que no esté interesado en que nos CHAMUSQUEMOS hasta la conciencia, podrá negar lo que no hay necesidad de demostrar que la mayor parte de los incendios ocurridos aquí, han tenido efecto en las casas aseguradas; y que si es cierto que en muchos de ellos ha sido la imprevisión o la casualidad el único agente, también lo es que en otros ha sido la mala fe el único factor”.
Casi 20 años después, en un artículo del diario La Verdad, un colaborador señalaba: “Sin ánimo de hacer inculpaciones, que ni las leyes han logrado poder hacer, está en la conciencia pública que el origen de los incendios proviene en la mayor parte de los casos, del aliciente a que se prestan los seguros” (Los asegurados y los incendios, 21 de diciembre de 1921).
No en balde, fue por entonces que el diputado Ricardo Jiménez Oreamuno, con el gracejo que le era habitual, dijo en el Congreso: “En Costa Rica solo hay tres grandes negocios: el café, el banano y los incendios”.
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Edificio La Arena, donde inició operaciones el Banco Nacional de Seguros a mediados de la década de 1920. Fotografía de autor no determinado. (Andrés Fernández. para LN.)
Seguros e historia
En efecto, para la primera mitad de la década de 1920, el incendio de edificios comerciales josefinos y el consiguiente cobro del seguro a las compañías extranjeras que brindaban aquí ese servicio, se había convertido en un negocio redondo.
La ola de “incendiarismo” –como se le llamó al fenómeno– provocada sobre todo por comerciantes inescrupulosos, afectaba en especial a aquellos capitalinos incapaces de asegurar las casas y pequeños negocios adyacentes. Por esa razón, tras asumir la presidencia de la República por segunda ocasión (1924-1928), fue el mismo Jiménez Oreamuno quien creó el Banco Nacional de Seguros, mediante la ley número 12 del 30 de octubre de 1924.
Es cierto que dos años antes se había dictado una Ley de Seguros, pero la iniciativa de su secretario de Hacienda y Comercio, licenciado Tomás Soley Güell (1875-1943), respondía de manera integral a las necesidades de protección de la sociedad costarricense.
Según su proyecto, se creaba el monopolio de los seguros en manos del Estado, pero con miras a incluir junto a los seguros de incendio, los de accidentes de trabajo y de vida. Con ello, al interés meramente comercial de las compañías privadas de seguros, se sumaba el interés colectivo en favor del país.
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Vista interior del edificio del Banco Nacional de Seguros recién inaugurado, en 1933. Área administrativa. Fotografía de autor no determinado. (Andrés Fernández para LN.)
Así, una vez aprobada la ley que creaba el banco, el gobierno eligió una Junta Directiva que lo consolidara, la cual tuvo su primera sesión el 6 de enero de 1925. Sin embargo, como esa y la siguiente sesión se realizaron en oficinas privadas, una de sus primeras decisiones fue elegir el local que ocuparía la nueva institución.
De 14 ofertas de alquiler recibidas, todas en la zona comercial capitalina, la Junta decidió arrendar parte del edificio conocido como La Arena, en calle 5, entre avenidas 3 y 5. Ahí se instalaron, en febrero de 1925, las primeras oficinas del Banco Nacional de Seguros.
La Arena era un elegante edificio esquinero de arquitectura neoclásica, convenientemente ubicado al oeste del parque Morazán; donde empezaron labores los dos primeros funcionarios del banco: el encargado de la oficina y su ayudante. Pronto, sin embargo, el crecimiento institucional hizo necesario pensar en construir un edificio propio.
Terreno y licitación
A finales de junio de 1928, el diario La Tribuna anotaba: “El director del Banco de Seguros, (…) nos ha informado que pronto darán comienzo los trabajos de construcción del edificio del banco en el lote obtenido al efecto en las proximidades del templo de La Merced”.
No obstante, agregaba, el banco gestionaría con el Gobierno para obtener, por compra o por cambio, otro terreno en las inmediaciones de la plaza de La Artillería, como alternativa para levantar ahí el nuevo edificio. La razón: que el terreno citado, se consideraba entonces, quedaba muy lejos... Es decir, fuera del perímetro de la ciudad.
Algo había de aquello, pues el lote aquel había alojado antes una caballeriza, ubicado como estaba en la esquina suroeste de avenida Central y calle 10, en lo que todavía era una de las entradas a San José desde el poniente. Pero entonces el crecimiento urbano se imponía, y construir allí la sede institucional no dejaba de ser una apuesta por el porvenir josefino.
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Edificio del Banco Nacional de Seguros, en la esquina suroeste de avenida Central y calles 10, hacia 1945. Fotografía de autor no determinado. (Andrés Fernández para LN.)
Por esa misma razón, en 1929 se iniciaría la pavimentación de las más céntricas vías capitalinas a cargo de la reconocida empresa alemana Weiss und Freitag. Tratando de ampliar operaciones, en julio de aquel año esa constructora gestionó hacerse cargo de la obra del banco, presentando a su Junta Directiva unos planos preliminares y un presupuesto.
Con lo que no contaban la empresa aquella ni el banco mismo, era con que, en octubre de ese año, estallaría en Nueva York la más aguda crisis de que el sistema capitalista mundial tuviera memoria. De modo que el proceso de licitación tuvo que esperar un año y medio para ser convocado.
Fue así como, en enero de 1931, con ¢350.000 de presupuesto, arrancó dicho proceso. Originalmente, el edificio sería de dos plantas y albergaría, además de las oficinas del Banco Nacional de Seguros, las del Cuerpo de Bomberos y otras destinadas a dependencias del gobierno, que las alquilaría.
A inicios de febrero, la Junta Directiva conoció las propuestas presentadas, de las que seleccionó seis; para elegir finalmente la del ingeniero italiano Gastone Bartorelli Falugi (1902-1986). Bartorelli se había graduado como ingeniero civil en la Universidad de Pisa, y había llegado a Costa Rica a mediados de 1929.
Edificación y diseño
Como asociado suyo en la licitación y encargado del diseño de la obra, figuraba el arquitecto y pintor italiano Fernando Gabrielle, un profesional de cuya carrera poco se sabe hoy en día, excepto que está entre los introductores a nuestro medio constructivo de la arquitectura art-decó.
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Vista interior del edificio del Banco Nacional de Seguros recién inaugurado, en 1933. Área de cajas. Fotografía de autor no determinado. (Andrés Fernández para LN.)
Fue con esa estética –primera versión de la arquitectura moderna en la ciudad capital– que se empezó a construir en concreto armado el edificio, en mayo de 1931. Sin embargo, en la versión de un solo piso que terminó por edificarse, aún es evidente el peso del esquema simétrico de la arquitectura neoclásica.
Se trata, pues, de un edificio de un nivel y planta rectangular ligeramente más larga que ancha; volumen aerodinámico que se asienta sobre un pedestal, apenas interrumpido por los antepechos remetidos y decorados de las ventanas. Sobre calle, un frontis central notablemente decorado marca el acceso.
Dicho pórtico culmina con el símbolo del banco: un árbol de Guanacaste, rodeado del lema “LIBRE, CREZCA, FECUNDO”. A partir de ahí, hacia el resto de la fachada y los laterales del volumen, se desenvuelve la más profusa estética decó que hay en San José; decoración de fuerte contenido geométrico y simbólico.
Particularmente notable resulta eso, en el friso y en el tímpano de las ventanas de las alas, así como en las pilastras o columnas simuladas que flanquean el frontis, las ventanas dichas y las de los saledizos. Estos, a modo que torreones angulares, rematan las fachadas e interrumpen la curva que niega la esquina del volumen y sobresalen ligeramente de la línea superior del edificio.
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El edificio se mantiene en pie en el centro de San José. (Jose Cordero)
El interior del inmueble, más austero y poco compartimentado, se estructura a partir de un espacio central que se ilumina cenitalmente por medio de un sobre techo o monitor octogonal, irregular y alargado. Sabemos que en dicho interior realizó el mismo Gabrielle “admirables acabados decorativos” con pintura, pero actualmente es imposible saber cómo eran.
Las labores de construcción tardaron dos años y en ellas se emplearon unos cincuenta obreros, lo que fue un alivio significativo a la falta de empleo que se atravesaba. La obra se inauguró el 1.° de mayo de 1933 y tuvo un costo final de casi ¢485.000.
Es cierto que con la creación del Banco Nacional de Seguros, y menos aún con la construcción de su edificio, no se terminaron en San José los incendios, pero sí que se acabó con lo Soley Güell llamaba el “incendio lucrativo”; además, la ciudad ganó uno de sus más vistosos inmuebles históricos.