
La primera fotografía generada con inteligencia artificial (IA) que entra en la colección del Museo Getty, en Los Ángeles, EE. UU., proviene de Costa Rica y forma parte del trabajo de Matías Sauter Morera.
La noticia reavivó un debate que plaga los círculos del arte contemporáneo a nivel global: la controversia que despierta el empleo de la IA en las artes.¿Qué significa, la autoría cuando un algoritmo interviene en la creación artística? ¿Hasta qué punto una imagen generada digitalmente puede ser considerada obra de arte en términos autónomos? Para Sauter, estas preguntas no constituyen un punto de llegada, sino el inicio de una exploración; enseguida veremos por qué.
La serie a la que pertenece la obra adquirida se titula Pegamachos. En ella, el artista combina fotografía, memoria y experimentación tecnológica para indagar sobre una figura casi mitológica dentro de la comunidad cuir de Costa Rica.
La figura del “pegamachos” emerge de la oralidad, entre susurros y códigos compartidos en contextos de clandestinidad, estas historias llamaron la atención del artista e impulsaron su exploración de esta práctica.
Los relatos describen hombres —algunos originarios de Guanacaste, aunque la figura trasciende esa región—, presentados como hipermasculinos y estereotípicamente “machos”. Pese a identificarse como heterosexuales, sostienen encuentros con otros hombres bajo condiciones específicas, marcadas por el anonimato y el secreto.
Las historias revelan una masculinidad más amplia que desafía los estereotipos tradicionales. Se desarrollan en marcos sociales atravesados por la homofobia pública y una permisividad privada, flexible, mostrando la maleabilidad de las normas sexuales y cómo se negocian en el cruce entre lo íntimo y lo comunitario.
El proyecto nace, de la necesidad de dar vida a un archivo encarnado, con estas historias no dichas. Sauter construye un archivo ficcional que busca poner en valor estas vivencias, retomando relatos que la memoria oficial ha dejado fuera.
El artista también busca habitar sus propias fantasías y mostrar representaciones de un mundo que le es próximo, contando lo que la censura social ha relegado al silencio.
El artista inició este proyecto difundiendo sus fotografías a través de una cuenta personal de Instagram, bajo el título Pegamachos. Cada imagen se acompaña de relatos cuidadosamente construidos: describen quiénes son estos personajes imaginados, dónde viven, cómo trabajan, cómo se llaman, cómo aman y cómo se visten, incluyendo incluso los detalles de sus sueños y pesadillas.
La meticulosidad con la que Sauter reconstruye cada vida contada es central, pues lo narrado da vida a lo visual, funcionando como un rizoma: a partir de este brotan múltiples raíces visuales y narrativas que expanden el trabajo apoyado en la IA.
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Con minucioso detalle, Sauter nombra espacios de encuentro —La Nave o Amor de Calle, bares y barrios que van desde Parrita a Guadalupe y Nicoya— y recrea las experiencias que allí se viven. Así, la propuesta captó la atención de instancias culturales internacionales, culminando con la compra de la obra Cristian en el Amor de Calle (2024).
Como conjunto, la serie despliega una diversidad de personajes y experiencias. En una imagen, vemos a un joven de Liberia acompañado de la letra de una cumbia de la Tropa Vallenata, que reza: “Satanás, ¿dónde estás? Yo quiero hablar con Satanás, pa’ pedirle algo que Dios no me ha podido dar”.

El conjunto evoca la complejidad de los apetitos humanos, las tensiones internas y las demandas sociales incumplidas que atraviesan la vida del muchacho. En otra imagen, Kevin de Siquirres nos enfrenta con la mirada directa. Sauter cuenta que se le conoce como un “cazador de pegamachos”, y aunque no añade más información, indica que el personaje conoce su deseo y lo persigue con determinación.
Otra más de las imágenes presenta a Pedro y Pablo abrazados en Nicoya. La seriedad de su mirada contrasta con la intimidad del plano cercano, sugiriendo una conexión afectiva más allá de lo explícito. En la figura 4, el relato presenta a Chelo y Adrián en Playa Zancudo, compañeros de trabajo en una empresa de Santa Ana, cuyo viaje por la costa se convierte central en la historia.


Vemos la cercanía de su relación, dejando que imaginemos los detalles. La figura 5 documenta a trabajadores en cañaverales de Grecia, Alajuela. Una figura central domina la escena, transmitiendo vivencias ligadas al trabajo agrícola y a los espacios de encuentro generados en estos contextos.
La figura 6muestra a don Feliciano, cuyo silencio revela un gran amor que nunca pudo ser. La imagen expresa duelos personales y cicatrices internas, por la imposibilidad de vivir ese afecto abiertamente, ante la mirada crítica del qué dirán. Finalmente, en la figura 7, dos personas aparecen tomadas de la mano entre las plantaciones de palma en Parrita. El entorno los envuelve y enmarca; así, su intimidad y afecto se despliegan en espacios cotidianos y familiares.
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La atención al detalle —la textura de la luz, los matices del color y la composición— convierte a cada imagen en un testimonio táctil. Las escenas actúan como mapas sensoriales y cápsulas de tiempo: conectan generaciones —como Don Feliciano y Kevin—, localidades y prácticas, incluyendo las famosas “noches de ronda” —momentos clave de encuentro—, expandiendo el archivo más allá de la simple documentación factual.
Lejos de ser un proceso inmediato en el que la IA se limita a recibir información del artista para crear la obra, Sauter pone en práctica una serie de pasos antes, durante y después de la creación, hasta llegar al producto final.
Cada imagen pasa por un meticuloso proceso de interacción digital, utilizando softwares especializados para ajustar elementos como superficies y detalles del cuerpo humano, que la IA no logra reproducir con precisión, asegurando que cada representación refleje fielmente la narrativa que se busca transmitir.
El recurso digital se emplea de manera estratégica: permite reconstruir escenarios históricos o imaginarios mientras mantiene la confidencialidad de los miembros de la comunidad. Amplifica la imaginación desde la ausencia y convierte la falta de documentación en una oportunidad creativa.
La IA no constituye un fin estético, sino un instrumento que habilita la materialización del registro y protege la privacidad de quienes participan. La serie nos invita a preguntarnos qué se archiva, quién tiene derecho a narrar, y cómo los archivos pueden funcionar tanto como obra de arte autónoma como plataforma de enunciación.
Más allá de fungir como archivo de pertenencia, la serie habilita un espacio de encuentro.La dimensión participativa es clave para el artista: compartir su obra en Instagram le permite recibir relatos y comentarios, reforzando el carácter colectivo de la serie. Así, la combinación de lo oral, lo visual y lo digital evidencia cómo las tecnologías emergentes pueden activar recuerdos y vínculos.
Es cierto que el proyecto plantea debates éticos, al poner en tensión nociones de autoría y legitimidad, confrontando la obsesión por lo ‘real’ frente a lo ‘digital’. Al crear con la IA, podrían distorsionarse o trivializarse experiencias reales. Aunque la serie busca visibilizar la diversidad de la comunidad cuir, ciertos códigos visuales podrían percibirse como exotizantes o reduccionistas, cayendo en estereotipos.
La dependencia tecnológica también podría interpretarse como subordinación de la creación artística al algoritmo, aunque en este caso se emplea como extensión de una visión propia y como herramienta ética de protección.Sauter, fotógrafo de profesión, ha dialogado durante años con estas tecnologías, consciente de la manera en que la IA podría desplazar su propia práctica.

Cuando le pregunté a ChatGPT de qué manera el uso de la IA en el proyecto puede amplificar o limitar la visibilidad de esta práctica de la comunidad cuir, respondió:“Es solo una herramienta más dentro del proceso creativo. Lo interesante es cómo cada artista la usa para contar historias o desafiar los límites de lo que entendemos por ‘fotografía’, algo que esta práctica ya viene explorando desde hace un tiempo al jugar entre realidad y ficción”.
Sin duda, el debate es necesario. Ahí es donde Sauter puede generar diálogos, provocar reacciones y ofrecer un laboratorio de creación especulativa. Pegamachosse inscribe en una polémica abierta, sin respuestas definitivas, que debe ser considerada con atención y sensibilidad, poniendo en primer plano las intenciones que guían cada proyecto.
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