En la vasta y a menudo predecible tradición de la novela de misterio, las obras que se atreven a romper el molde destacan por su audacia y su capacidad para redefinir las expectativas del lector. La sangre que brotaba, de Diego Vega, es justo uno de estos especímenes literarios.
Partiendo de la base del clásico noir, la novela no solo rinde homenaje a los pilares del género, sino que los desmantela y los reconstruye con elementos de terror psicológico y fantasía sobrenatural, para crear un híbrido fascinante y profundamente perturbador.
Para comprender la singularidad de la obra de Vega, es útil situarse en el contexto histórico del género. La novela detectivesca, en sus orígenes, se construyó sobre la base de la lógica y la racionalidad, personificadas por figuras como Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle o Hércules Poirot de Agatha Christie. En estas novelas, el detective era un faro de razón en un mundo de caos, y el crimen, por más atroz que fuera, siempre tenía una explicación lógica y un culpable identificable.
La sangre que brotaba inicia su andar en otro sendero. Su protagonista, Arturo Fernández, es un detective privado clásico. Un hombre de razón, pragmático y escéptico, que investiga una serie de suicidios en el San José de 1936. Arturo busca patrones, evidencias y motivos racionales, como la avaricia, para explicar lo inexplicable. Al igual que sus predecesores literarios, se enfrenta a un mundo de mentiras y fachadas, representado por el frío y calculador Gustavo Baltodano. Su metódica investigación, lo lleva a interrogar a testigos y a recolectar datos, es un claro eco del proceso deductivo que define al género.

Sin embargo, a medida que la trama avanza, el autor introduce un elemento que socava los cimientos de la lógica detectivesca. Los testimonios de los testigos, describen a las víctimas luchando contra su propia voluntad al momento de suicidarse y comienzan a fracturar la realidad del detective y del lector. La hipótesis de la asistente de Arturo, Viviana, sobre los “zombis de Haití”, inicialmente descartada como una fantasía, se convierte en un presagio del cambio de género.
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El verdadero golpe maestro, y lo que distingue a esta obra, es la revelación de la antagonista, Carolina Hernández. Su aparente timidez es una fachada que oculta un poder sobrenatural. A diferencia de un criminal común, que usa veneno o violencia para lograr sus fines, Carolina posee un “don” que le permite anular la voluntad de las personas con su voz. Este giro es un acto de audacia narrativa. La novela no se limita a ser un thriller sobre un asesino en serie; se convierte en una exploración del terror existencial y de la absoluta falta de libertad.
El desenlace es descorazonado. La impotencia de Arturo Fernández ante el poder de Carolina, su último y vano intento de escapar de su destino, rompe con la convención del final feliz donde el detective, o la justicia, siempre prevalece. La última imagen de la novela, el título hecho realidad, es un cierre brutal y poético que resuena mucho después de la lectura.
“La sangre que brotaba” es una novela que, aunque rinde homenaje al género, no se contenta con ser una imitación. Diego Vega utiliza los cimientos de la novela negra para construir un relato que va más allá de un simple misterio, adentrándose en el reino de lo inexplicable. La obra es un recordatorio de que, incluso en un mundo dominado por la lógica y la razón, existen fuerzas oscuras que nos confrontan con nuestra propia vulnerabilidad y la impotencia de la mente humana. Es una lectura esencial para quienes buscan un thriller que no solo entretenga, sino que también perturbe y desafíe.
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