Antes de la escritura ya existían los narradores, contadores de historias que conservaron la memoria de sus pueblos, de sus naciones, seres que ahora nos parecen mitológicos y que en su esencia no se diferencian mucho de los grandes novelistas modernos. Acerca de esos narradores orales, dice Walter Benjamin que algunos venían de lugares distantes cargando en su mochila visiones sorprendentes, imágenes fantásticas que alborotaron la mente de sus receptores y otros, por el contrario, nunca salieron de su pueblo, o de su isla, y gracias a ello conocían los secretos más íntimos de distintas generaciones, cosas también insólitas para quienes los escucharon.

Leonardo Padura posee el alma de estos últimos narradores, es habanero por los cuatro costados, la diferencia es que él sí escribe y publica en libros de distintos géneros los secretos de su ciudad. Este extraordinario escritor siempre ha vivido en La Habana, para decirlo con mayor precisión, siempre ha vivido en Mantilla, el barrio que fundaron sus antepasados al sur de la capital de la mayor de las Antillas. La casa en la que nació es la misma en la que vive hasta el día de hoy, que además es en la que habitaron sus abuelos y también sus padres. Padura persevera en el ser, no se rinde en su batalla personal, que consiste en seguir residiendo en Cuba a pesar de los pesares.
Ir a la Habana (Tusquets 2025) es el título del libro misceláneo mediante el cual Padura nos revela su fructífero amor por esta ciudad que, dicho sea de paso, es el escenario de buena parte de sus ficciones y también de sus investigaciones periodísticas, por que antes de ser novelista, Padura estudió filología y al graduarse, en los años ochenta del siglo pasado, trabajó como periodista en medios como Juventud rebelde o El caimán barbudo.
Una voluntad recorre cada uno de los textos reunidos en este libro, la voluntad de narrar La Habana, su barroca historia colonial, su complejidad cultural, sus períodos de riqueza y también de pobreza, su boyante siglo XIX, su relación con los Estados Unidos, su vida republicana, capitalista y mafiosa y sus más de sesenta años de una experiencia socialista en el Caribe, al final de la cual coexisten en la ciudad vestigios de majestuosidad con un deterioro ruinoso que va más allá de lo arquitectónico.

La mejor forma de comprender un país o una ciudad es elaborar su historia, ordenar en el tiempo y en la geografía las grandes transformaciones sociales, las crisis, los puntos de inflexión, las guerras. Eso hace Padura en la primera parte de este libro, en la cual él presenta una mezcla de ensayos y crónicas sobre los principales momentos de la historia habanera, desde su fundación a la orilla de la bahía, en las cercanías de una ceiba sembrada en La Habana vieja, hasta sus ruinas contemporáneas, transitadas por tribus urbanas que ya no creen en las consignas de sus mayores.
Estos capítulos incorporan fragmentos de las novelas de Padura cuyas tramas tienen lugar en barrios, calles, hoteles, parques habaneros o, por alguna razón, refieren un estado de ánimo coincidente con los temas de la crónica, realizando una combinación de géneros, la crónica y la novela, que en un principio sorprende y después funciona muy bien, al brindarle al lector la información complementaria que posibilita ese enlace, al ofrecerle al lector las tribulaciones subjetivas que lleva consigo la novela junto con la reflexión racional y las referencias realistas de la crónica y del ensayo.
Así, esa historicidad mediante la cual Padura narra La Habana es compleja y entrañable, porque sus crónicas y ensayos están escritos con un lenguaje muy literario, poblado de imágenes, cargado de afectos y de marcas subjetivas que permiten esa conexión íntima entre escritor y lectores tan propia de las ficciones y de las memorias, porque la infancia, juventud, vida adulta, las lecturas de escritores cubanos y la misma carrera literaria de Padura son inseparables de esa sociedad en la que él respira, sueña y escribe, esa sociedad cuya geografía tiene “la maldita circunstancia del agua por todas partes”, como dijera el poeta Virgilio Piñera en La isla en peso.

El segundo capítulo reúne artículos periodísticos de un altísimo nivel, en los cuales aparecen barios emblemáticos de La Habana, como Regla, El Calvario, Casablanca, el antiguo Barrio Chino, la historia de las migraciones de catalanes como Xifré, Samá, Martí y, también, personajes fascinantes como el chulo Yarini, el percusionista Chano Pozo o Chori, el fenómeno musical.
El mar Caribe visto desde el malecón estimula la imaginación histórica, la voluntad filosófica y la nostalgia por las personas que ya no están, por los viejos tiempos, un sentimiento que se une a la incertidumbre ante el presente, dentro del cual se encuentra un sistema político y una situación económica que Padura cuenta con inteligencia crítica, con honestidad. Sin embargo, lo que más sobresale en este libro es el amor de este escritor por su ciudad, en la que viven sus personajes, en la que viven Mario Conde y Tamara, una ciudad con una historia espectacular, una ciudad de la cual él se ha convertido en su mayor cronista contemporáneo.
