En 1961, el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica designó a The Theatre Guild American Repertory Company, encabezada por Helen Hayes -quien era conocida como “The First Lady of the American Theatre”-, para que hicieran una gira por varios países del continente americano y Europa y dieran a conocer obras dramáticas contemporáneas de autores norteamericanos. Con Hayes venían otros renombrados actores y actrices como Lawrence Langner, quien dirigía, Leif Erickson, Nancy Coleman, June Havoc, Dran Seitz, Jane Luoma y la niña-prodigio Peggy Burke, quien ya se perfilaba como una promesa del escenario. El programa incluía The Skin of our Teeth, de Thornton Wilder; The Glass Menagerie, de Tennessee Williams y The Miracle Worker, de William Gibson.
El New York Times, edición del 3 de agosto de 1961, se refirió a esa importante gira. En Costa Rica, donde arribaría en octubre, desde un mes antes, por distintos medios se empezó a publicitar la llegada de esa relevante embajada cultural y teatral de alto nivel. The Little Theatre Group (fundado en Costa Rica en 1949), fue su patrocinador y al Teatro Arlequín y a los arlequines se les asignó servir de anfitriones del evento.

Daniel Gallegos Troyo desde México, donde asistía a una jornada de formación profesional, envió un comentario, en el cual ponderaba los méritos de los dramaturgos, de los títulos (dos de los cuales tenían a su haber sendos premios Pulitzer), del grupo y particularmente de Helen Hayes, a quien había visto en diferentes papeles y obras en Nueva York. Por eso dijo: “Ahora me regocija tremendamente saber que en Costa Rica, los amantes del buen teatro podrán también disfrutar de noches inolvidables”. Alberto Cañas Escalante, también había visto actuar a Hayes y dio fe de que, efectivamente, era “la primera dama de las tablas”.
La agrupación llegó al país el 9 de octubre de 1961 y fue recibida por el embajador estadounidense en Costa Rica, Mr. Raymond Telles. El discurso de bienvenida le correspondió a Guido Sáenz González.

Además de las representaciones en el Teatro Nacional, los componentes de The Theatre Guild tuvieron otras actividades; por ejemplo, la “inauguración académica” del Instituto Nacional de Artes Dramáticas y la visita al Centro de Rehabilitación (actual CENARE), que dirigía el Dr. Araya Rojas, cuyo nombre lleva hoy esa entidad. Y Helen Hayes junto con Nancy Coleman visitaron el local del Teatro Arlequín (50 metros al norte de Chelles). Irma de Field, Guido Sáenz y Lenín Garrido, arlequines irredentos, les mostraron la sala, el escenario y los camerinos. Sáenz rememoraría esa visita, que resumió así: “Habló con emoción de cada detalle y especialmente de lo angosto y hondo del escenario. ‘—¡Le da una dimensión tan interesante y tan distinta, fuera de lo convencional!’. Se subió a ‘actuar’. Hizo que me servía vino de la botella que usé noche a noche, en las seis semanas de la temporada. Le hice segunda”. Sáenz se refería la obra Endemoniada de Schoenherr, que recién habían bajado de cartel.
Las presentaciones de las obras programadas de Wilder, Williams y Gibson fueron un éxito total, con lo cual se confirmaron las múltiples acotaciones que habían aparecido en periódicos y revistas especializadas en los Estados Unidos, por citar algunos: New York Times, The New Yorker, News, Theatre Arts Magazine y The Washington Post.
En Costa Rica, los cronistas Alberto Cañas Escalante y Guido Fernández Saborío reseñaron ampliamente las tres obras exhibidas. Cañas, por ejemplo, resumió así la puesta en escena de The Skin of our Teeth: “No es posible, en suma, imaginar representación más brillante, de comedia tan compleja”. En The Miracle Worker, Dran Seitz (como la institutriz) compartía protagonismo con quien hacía el rol de su pupila ciega, sorda y muda (Helen Keller). Y esto dijo el cronista: “La niña Peggy Burke, de escasos diez años, es (como este repórter se lo dijo a Helen Hayes), un genio; si no lo es, poco le falta; sin pronunciar una sola palabra (solo algún rugido y luego un intento de pronunciar la palabra ‘water’, resabio de su primerísima infancia normal), domina la escena continuamente con la sola seguridad de sus movimientos y ademanes”; mientras que de Seitz destacó la posesión de su personaje “que exige de la actriz una resistencia sin límites, una entrega total y un dominio absoluto de la escena”. Sobre The Glass Menagerie, Cañas anotó: “La obra pertenece a las dos actrices [Helen Hayes y Nancy Coleman], y las dos actrices merecen aplauso y honores por lo que han hecho”.

Fernández comentó, a sus anchas y con toda propiedad, textos, contextos y el trabajo de la compañía, como era su costumbre, lo cual siempre he admirado en él, por lo mucho que nos enseñaba; lo que también se aplica a Cañas y a otros cronistas.
En concreto, en lo que correspondía al trabajo de Hayes, a quien también había visto tiempo atrás en Broadway, en The Skin of our Teeth, dijo: “En ella están sintetizadas las condiciones que hacen de una actriz no un monstruo sagrado, sino una excelsa intérprete, por el discreto uso de sus facultades y porque ni resplandores ni extravagancias se posesionan de ella”. Comentó por demás el trabajo de los otros intérpretes y, respecto del de Carlton Colyer (Henry), destacó que había alcanzado los límites de “la mayor brillantez”.
Sobre The Glass Menagerie, Fernández cerró sus dos entregas así: “Hay que dar gracias a Helen Hayes y a su compañía por traernos el mensaje de las obras primigenias [de Williams] que pusieron al autor en la historia de la literatura”. Mucho más se podía agregar, pero el espacio no da para tanto.
Todas aquellas personas amantes del buen teatro tuvieron en las tres presentaciones de The Theatre Guild American Repertory Company, una excelente muestra del teatro norteamericano más renombrado y solo lamentaron, como dijo Cañas: “muy poco, demasiado poco”; porque, como sabemos, la sed de buen teatro es insaciable, y siempre se pide más y más.





