“La Sherlock Holmes de las artes visuales en Costa Rica”. Gracias a su aguda mirada, cuidadoso estudio de la pintura, escultura, grabado y dibujo costarricenses, y una vasta experiencia, María Enriqueta Guardia Yglesias ostenta ese título desde el 2004, cuando la periodista Rocío Fernández se lo endilgó en un artículo en la Revista Dominical de La Nación.
La prolífica investigadora del arte, curadora destacada y artífice e impulsora de un enorme museo virtual que recoge obras, artistas e imágenes del arte nacional ―su amado Pincel―, también es una especialista que identifica estilos, reconoce pinceladas y firmas, y halla pistas para autenticar obras genuinas y cazar engaños.
Todo comenzó cuando era profesora de historia del arte costarricense y, junto a su colega Floria Barrionuevo, andaban en las casas que se ganaban la confianza fotografiando cuadros y obras de creadores nacionales para enriquecer su banco de imágenes.
Esta iniciativa se convirtió, además, en un largo proyecto de investigación en la Universidad de Costa Rica para dotar al centro de estudios y su alumnado de libros de diapositivas para su correspondiente estudio. Ese esfuerzo fue la génesis de la Pinacoteca Costarricense Electrónica, Pincel, pero esa es otra historia.
En sus visitas a coleccionistas de todas posibilidades y ambiciones, la licenciada en Pintura, que estudió con grandes nombres de la plástica tica como Margarita Bertheau, Francisco Amighetti y Lola Fernández, entre muchos otros, se topaba con piezas “sospechosas”; es decir, que no correspondían al estilo de los creadores que las firmaban.
Sin decir nada a sus dueños para no traicionar su confianza, ella apartaba las imágenes, las ponía en una carpeta de falsos ―ya cuando usaba computadora― y se iba con la espinita.

El caso de las “pinturas” del escultor Louis Féron
Su primera gran sospecha fue con unas pinturas de Louis Féron, el joyero y escultor que hizo el Salón Dorado, una obra maestra que se encuentra en el segundo piso del Museo de Arte Costarricense. En cuestión de semanas le llamaron la atención cuatro cuadros muy disímiles entre sí. Entonces, empezó la labor detectivesca.
“Estaba muy intrigada porque Féron era escultor y orfebre; era muy raro que las obras fueran planas y que un día apareciera un retrato plano, otro día aparecían unas casas que no tenían ni perspectiva, luego encontraba otra cosa con colores muy disímiles.
“Busqué ayuda: empecé a preguntar y a preguntar quién era pariente de la primera esposa de Féron, que era una costarricense de apellido Quesada. Logré llegarle a la familia y un sobrino de esta señora me dio el número de Féron en Nueva York. Lo llamé; él tenía más de 80 años”, cuenta la investigadora, quien andaba tras una pista que no quería soltar.
Luego de un poco de conversación variada, Guardia fue al punto: vio algunas pinturas que le encendieron las alarmas y quería saber más al respecto. La respuesta del artista le dio la razón y fue más allá: “¿Pinturas’? Yo nunca en la vida hice una pintura en Costa Rica, jamás”. A instancias de la especialista, el escultor le puso aquella verdad por escrito en una carta que ella aún custodia.

Siguió viendo obras, fotografiándolas, examinándolas por todos los ángulos y anotando todos los detalles para el proyecto de registro, así como coleccionando en secreto imágenes de cuadros desconcertantes, entre ellos una pintura de Alexander Bierig, un artista que Barrionuevo y ella estudiaron exhaustivamente para un libro sobre su obra.
En el segundo año de la década de los 90 lanzó una bomba en el medio artístico nacional: publicó un artículo titulado “Algunos hacen su agosto”, que trataba sobre falsificaciones con ejemplos específicos. De esta forma, la estudiosa corrió el velo sobre un tema del que no se hablaba públicamente, pero que sí tenía al menos dos décadas de preocupar a especialistas en el campo.
Como si fuera un sabueso, saber que eran falsos no era suficiente y empezó a atar más cabos. “Después de ese artículo, llegó una fiesta, se me acerca una señora y me dice: “Ay, María Enriqueta, me has echado a perder el cuadro que tanto amaba; creía que era un Féron y resulta que vos decís que es falso.”
Y le respondí: “Bueno, realmente no soy yo la que lo digo, es él. Él dijo que él nunca pintó en Costa Rica. ¿Quién te lo vendió?”. Entonces, ahí empecé yo a conectar; cada obra que veía que no tenía las características de un pintor empezaba a preguntar quién se los había vendido. Porque empezaron a aparecer Emil Span a manos llenas con características muy extrañas”, recuerda Guardia.
―¿Por qué eran extrañas?
―Porque Span era un artista que, además de pintor, era naturalista. A él le interesaba la obra plástica con toda la belleza y la estética, pero también la parte científica de la obra. Si una flor tenía los pétalos de tal color y el pistilo de tal otro, tenía que ser exacta y no la iba a deformar. Y, claro, hay algunas (obras falsas) pintadas como si fuera un chiquito de 6 años.
”Posteriormente, fui refinando ese conocimiento. Al tener esa experiencia no solo visual, sino táctil con las obras de arte: despegarlas de la pared, verlas por detrás, tocar la tela, ver cómo envejecen... Todo eso me hizo tener gran expertise, un conocimiento muy amplio de la obra plástica de muchos artistas.
”Después de ese artículo, tomé la decisión de no volver a escribir sobre falsos y eliminé el tema de mi repertorio de artículos porque era esencial que la gente tuviera la confianza de que yo iba a entrar en sus casas y no verles los falsos. Nadie tiene un falso porque quiere, sino porque se lo han metido, se lo han vendido. Es muy triste porque la gente invierte en algo, quiere su obra y, de un momento a otro, se da cuenta de que lo trampearon. Es horrible”.
―¿Hay un gran mercado de falsos en Costa Rica?
―Sí, es preocupante la cantidad de falsos que hay en Costa Rica. Ese gran mercado de falsos viene desde los años 70, cuando había una o varias personas que hacían falsos. Había un gran falsificador y otros menores.
”Por ejemplo, hay muchísimos falsos de Fausto Pacheco, pero, en su caso, muchas veces eran de personas muy cercanas a él que sabían pintar como él porque lo habían acompañado a pintar y lo imitaban. También hacían falsificaciones de Enrique Echandi, Francisco Zúñiga y Pedro Ortiz.
”Había un gran interés por la obra de Emil Span, sobre todo en las orquídeas. Como se puso en moda Span, empezaron a hacer muchos Span”.
―¿Ese mercado de falsificaciones ha crecido o no?
―Sí, sí ha crecido. Bueno, en esa época (a partir de los años 70) fue terrible y por varias razones: una, porque la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) y el Estado empezaron a comprar muchísimas obras; sobre todo, la Caja se interesó en Fausto Pacheco. Entonces, les empezaron a llover y a llover. Había una loquera por Fausto.
―¿La CCSS, entonces, tiene obras falsas? Eso lo vengo oyendo hace años.
―Sí. Aunque no se han vuelto a referir a ello. Tengo un texto que salió en el periódico La Nación hace mucho tiempo en que doña Graciela Moreno, que era de la Junta Directiva de la Caja en ese tiempo, decía que con los falsos que tenía la CCSS deberían hacer un pequeño cuarto que fuera una especie de museo con los falsos para que las nuevas generaciones vieran cómo era un cuadro falso.
“No pasó nunca; con lo que no contaba doña Graciela era con la astucia de alguna persona vagabunda que, en un momento dado, decidió mezclar todo lo que estaba aislado como falso, perdieron todas las certificaciones y todo lo que se había hecho en una época; hubo mucha gente, entre ellos Ileana Alvarado (historiadora del arte), que estudiaron toda esa obra.
”Ahora, ni ellos mismos saben qué es falso y qué es verdadero. Pero sí está ese artículo donde lo dice muy claramente una persona de la Junta de Directiva”.
―¿Es la única colección del Estado que tiene falsos?
―No. Hay otras pequeñas colecciones que han adquirido algunas cosas.

Un gran falsificador nunca revelado
Preguntando, escuchando con atención, siguiendo rastros y siendo franca pero siempre discreta, fueron quedando en evidencia nombres que se repetían y un gran proveedor de obras que decía sacarlas de casas de adultos mayores que acababan de morir, ensuciaba la parte trasera para que parecieran antiguas y escribía en el soporte de la pintura que había pertenecido a Fulanito o Sutanita, características que fueron identificando especialistas en historia del arte.
Poco a poco, el perfil del falsificador comenzó a dibujarse. “Escogía gente muy bien conectada y que conocía a mucha gente, sobre todo gente que podía comprar”, detalla. Esa red permitió que muchas obras falsas circularan entre coleccionistas sin que nadie sospechara… al principio. Desde hace años, su nombre corre entre rumores, mas no es vox populi.
―¿Por qué siempre se ha hablado de esa persona y nunca ha mediado denuncia por medio?
―Bueno, la primera razón es porque quienes compraron esos falsos no se dieron cuenta. Fue una segunda generación que halló que aquellos cuadros eran falsos.
”Segundo, él tenía el cuidado de vender las obras a través de terceras personas y esas terceras personas ya han muerto.
”Aunque hay muchísima obra, y de muchísimos artistas, falsificada por él, no se puede probar fehacientemente que sea de él porque no lo han agarrado haciendo la firma falsa, por ejemplo.
”Claro, sería interesante que alguien se jugara el albur de ir, tocarle la puerta, tener una gran conversación con él y él contara su historia, porque ya es una persona de más de 80 años. Este ha sido el más audaz de todos, pero hay muchos otros”.

―Entre estos falsificadores/estafadores, hay algunas personas que pintan mejor que otras, ¿cierto?
―Sí, hay diferentes calidades. Alguien me decía, pero ¿por qué si él (el famoso falsificador) pinta bastante bien no le pone su nombre? Pues porque por su obra le darían 100 pesos; en cambio, si lo vende a nombre de Enrique Echandi o de Quico (Teodorico) Quirós le dan 100.000. No son precios reales, pero usted me entiende.
Esta Holmes se asesora bien
Esta detective busca la ayuda de cuantos Doctor Watson ―sí, el acompañante de Sherlock Holmes en sus aventuras― le hagan falta. Siempre tiene un asistente, que es su mano derecha, y busca el criterio de especialistas; por ejemplo, se asesoró con el orquideólogo y botánico Franco Populin para confirmar las especies y característica de orquídeas supuestamente pintadas por Tomás Povedano, así encontraron especímenes que no correspondían a ninguna conocida o identificadas con el nombre incorrecto, error en el cual no incurriría el artista.
Además, ha consultado a restauradores profesionales cuando no sabe si una obra es víctima de un trabajo de conservación de mala calidad o un falso. “Muchas veces los han toqueteado tanto porque los mandaron a restaurar que uno no sabe”, precisa.
Ningún esfuerzo es poco para esta estudiosa, tanto que es buscada para dar certificados de autenticidad de diversos artistas de diferentes épocas, que ella elabora en papel de seguridad, con la imagen y todos los detalles de la pieza, así como su firma.
Incluso, una vez, trataron de vender un cuadro falso de Margarita Bertheau, para lo cual falsificaron un certificado de Guardia. No obstante, cuando la llamaron para hablar de la pintura en cuestión, ella confirmó en su bitácora que no correspondía a la obra que tenía en su archivo. El artífice de aquel engaño copió un certificado original, le puso a la foto del cuadro verdadero la imagen del Bertheau en venta, que no coincidía con los detalles que indicaba en el texto, y la firma de la experta era fotocopiada.

Cuando duda, busca una segunda y hasta una tercera opinión de algún colega reconocido. Si la duda persiste, no emite el certificado porque no se juega su prestigio.
En el caso de trabajos verdaderos, falsos o dudosos, su discreción es un arma que usa siempre en su trabajo. “No solo uno es detective para andar viendo en qué casas hay obras que no han sido documentadas, sino también no diciendo dónde está alguna de esas obras. Eso es algo esencial, no decir adónde está la obra ni que persona la tiene. Eso es un dato secreto, el más secreto de todos”, cuenta.
Pensionada pero sin dejar de trabajar en el museo virtual de arte costarricense en la web, la detective Guardia Yglesias, de 79 años, es una profesional imparable: no para de develar obras para que los costarricenses las aprecien, disfruten y estudien en Pincel ―sitio en plena remodelación―, así como de destapar embustes enmarcados en dorado y ofrecidos como tesoros por decenas de miles de colones o millones.