Comenté en un artículo anterior sobre la contratación del prestigioso director francés André Moreau y la puesta en escena de Antígona, en noviembre de 1961, un montaje majestuoso que, sin duda alguna, marcó un hito en la historia teatral de este país.
Pues bien, en enero de 1962, en el Consejo Universitario de la Universidad de Costa Rica, se puso sobre la mesa el tema de la continuación de Moreau como Director del “Teatro clásico”, ya que su nombramiento se vencía en febrero de ese año y, a pesar del sensacional trabajo en Antígona, cuyos méritos no se discutían, no todos estaban de acuerdo con este fichaje.
Al respecto se adujeron, esencialmente, tres razones; una: la diferencia entre su salario y el de los demás funcionarios de rango similar e implicaciones de ese costo para la Universidad; dos: el trato desigual que se estaba dando en relación con otros grupos artísticos (los del Conservatorio de Música y los integrantes de la Orquesta de Cámara, por ejemplo); y tres: la existencia de una persona nombrada como director del Teatro Universitario, en la que esa entidad había invertido recursos para que se formara profesionalmente en Chile, pero que sin embargo, a su regreso al país, se le había destinado a atender otras funciones, motivo por el cual no se había organizado un grupo que conformara el Teatro Universitario ni llevado a escena ninguna obra.
Discutido el asunto, la mayoría se decantó por la continuidad de Moreau, cuyo nombramiento se prorrogó por un año más (hasta febrero de 1963). Así que, el 15 de mayo de 1962, se estrenó en el Teatro Nacional, La Anunciación, de Paul Claudel, una primicia para el público costarricense.

El reparto fue el siguiente: Anabelle de Garrido (Violana), Lenín Garrido (Pedro de Craon), Fernando del Castillo (Ana Vercors), Flora Marín Guzmán (la Madre), Blanca Rosa Vázquez (Mara), Nelson Brenes (Santiago), Oscar Castillo (Aprendiz) y Johnny Jiménez (Alcalde); más ocho personas en papeles de servidores de la granja.
Participó el Coro Universitario, con las solistas Denise Garrón y Yalile Romero. La música incidental fue compuesta e interpretada por el maestro Carlos Enrique Vargas Méndez; la escenografía realizada por Manuel de la Cruz González; Humberto Cubas y Alfredo Ardón, estuvieron a cargo de la tramoya y la iluminación, respectivamente.
Con la finalidad de ir depurando nuestra historia teatral, hay que decir que quienes figuraron como los organizadores y patrocinadores de esta temporada de teatro, fueron Eduardo Marchena y Samuel Rovinski, conocidas personalidades del mundo cultural costarricense.
Rovinski fue quien escribió para el programa de mano, algunas notas informativas sobre el autor, la obra y su contexto. En otras palabras, fue un montaje asumido por particulares, ya que la UCR se mantuvo al margen. ¿Por qué? No sabemos.
Proseguimos. Dos integrantes del elenco vertieron sus opiniones sobre este título de Claudel. Así, Flora Marín Guzmán expresó: “La obra La Anunciación es de un hondo contenido humano y de exquisito matiz poético. Creo que el público costarricense sabrá encontrar en ella no solo el valor literario que posee, sino también el mensaje…”.

Por su parte, Fernando del Castillo, además de revelar que el llamado a ser parte de este montaje lo había hecho desistir de alejarse definitivamente de los escenarios, dijo: “No hay duda que L’Annonce faiteà Marie[tal es su título en el original] es una obra sorprendente –un misterio según la denomina su autor– en que por medio de una poesía exquisita y de un ambiente litúrgico medioeval, Paul Claudel insiste sobre el Misterio de la Gracia Santificante, de la Caridad, la Fe, el Milagro, todo dentro de la más pura concepción católica…”.
La puesta en escena de esta pieza fue pulida en todos sus aspectos, como lo reconocieron distintas voces autorizadas. Guido Sáenz González explicó cómo Moreau había conducido al elenco con mano firme, “hasta verter en ellos el contenido del drama. Se abre la cortina del Nacional y ellos están a punto de desenvolver ante nuestros ojos, una de las obras gigantescas de la literatura teatral contemporánea”. Para calificar la labor de interpretación de actores y actrices dijo que era “extraordinaria” y agregó: “subrayo la palabra extraordinaria”.
Alberto Cañas Escalante acotó que una obra de esta talla “requiere una presentación rigurosa, calibrada y sumamente concienzuda, y esto es precisamente lo que André Moreau nos ha obsequiado”. Se refirió, como era usual en su caso, al trabajo de todos; sin embargo, esta vez destacó particularmente el desempeño de los más jóvenes: Blanca Rosa Vázquez, Flora Marín Guzmán y Oscar Castillo, quienes, para decirlo con una frase hecha, entraban por la puerta grande del teatro y se sumaban a la plantilla de los consagrados, en lo cual coincidió con Sáenz González.

Lamentablemente, contra todo lo esperado, la escenificación de La Anunciación resultó un rotundo fracaso de público. Es mi parecer que quizás no era el momento para una pieza de esta naturaleza, a pesar de su hondura mística y su indiscutible competencia artística, literaria, poética y simbólica.
Cañas Escalante, no se explicaba cómo, si había un público al que le interesaban las buenas obras y tenía gusto por el teatro serio y bien hecho, “cosa rara, han dispuesto, sin que se sepa por qué, no asistir a la profunda experiencia mística, dramática y estética que La Anunciación [podía ofrecerles]”.
Y Mario González Feo, quien había ponderado la pieza de Claudel, dijo: “Yo pasé horas muy agradables [en la función], pero al mismo tiempo dolorosas…, viendo la desolada sala, la desierta sala, pensaba en los artistas, los músicos, los directores, los patrocinadores… Quijotes perdidos en yermos campos”.
El 3 de setiembre de 1962 el Consejo Universitario acordó no renovarle el contrato a André Moreau para 1963. El proyecto de contar con un “Teatro clásico” se quedó en el camino. Fue una verdadera lástima que se perdiera la oportunidad de llevarlo a buen puerto, de la mano de un director teatral de sobrados méritos profesionales y artísticos.
