Imágenes de Mariela Richmond en la huerta, hojas secas, fotografías de la tierra, de la papa, el repollo, las flores, las moras; pequeños cúmulos de tierrita, dibujos de camas de semillas, un chayote, y sobre todo semillas —grandes, pequeñas, en frascos de todo tipo y tamaño—, algunas en cajas, otras reposando sobre ladrillos, libros, bancos; al fondo, el acervo, una refrigeradora-casa donde duermen y se preservan las semillas para luego encontrarse con la tierra, el agua y germinar.
Al ingresar al espacio, hay una pequeña biblioteca de referencias que corresponde a la investigación de La Escuelita de la Tierra (#laescuelitadelatierra), proyecto pedagógico de Richmond, artista en residencia en Satisfactory Casa de Arte, en barrio Escalante, San José.
Compuesta por unos quince libros, la biblioteca contiene publicaciones como Cuando el río llora, de los mexicanos Enciso Rivera y Graciela Gónzalez, una Guía para Semilleros y Semilleras, y El jardín elemental: diálogos con la huerta, una publicación hermosa con varias voces de mujeres colombianas.
Desde el 3 de febrero, Richmond trasladó temporalmente una parte del proyecto agrícola Mojojoy-Agricultura a esta casa experimental para el arte. Por tres semanas, la ocupa como estudio personal, espacio de reunión y sede expositiva. Acordamos que vendría los lunes, miércoles y viernes durante las tres semanas de residencia.

Algunos días, me puedo sentar a contemplar y leer lo que ella comparte como herramientas del saber, para su proyecto y su ser. Entre las voces que dialogan sobre la huerta, descubrí a la hortelana urbana Elena Villamil, quien describe bellamente lo que comprendo que le sucedió a Mariela: “Tuve que aprender a hacer tierra, a crear un ecosistema desde cero. Ahora todo se da fácil. Por eso digo que yo no fui al campo, pero el campo vino a mí”.
Desde hace cinco años, Richmond dedica parte de su tiempo a la coordinación de esta escuelita, rama pedagógica de Mojojoy Agri-Cultura, proyecto de agricultura orgánica en San Rafael de Heredia.
Elegir entre planificar clases, reuniones, y colaboraciones, cuidar la tierrita y las semillas como estilo de vida, y comprender cómo hilar la educación con la tierra y con el arte, son retos y prácticas dignas y poéticas que como curadora quise acompañar, para aprender de Mariela y comprender sus procesos y compartirlos con otros.
Esta primera residencia abre un espacio para darle vida al “archivo de la tierra” que Mariela Richmond ha creado hasta el momento. A su vez, es un primer intento por transcribirlo a un lenguaje visual y crear una propuesta expositiva, que la artista llama Tierra Maestra, la cual presentará como estudio abierto del 20 al 26 de febrero en satis.FACTORY.
— Desde hace cuatro años te dedicás a encontrar la magia del bosque, a descubrir los aprendizajes de la Tierra Maestra y a crear rizomas entre tus diversos intereses y prácticas: la educación, las artes visuales, los artivismos y el teatro. ¿Cómo percibís que la #laescuelitadelatierra ha sido y continúa siendo un proyecto que nutre tus otros intereses y oficios?
— Aún no encuentro las palabras exactas para explicar por qué la tierra se volvió tan relevante en mis prácticas e intereses, ni cómo ha llegado a cruzar por completo mi trabajo actual.
“Con la investigación y exposición Tierra Maestra, espero profundizar en algunas nociones que intuyo me ayudarán a comprender este giro en mi trabajo, referencias e inquietudes. Han sido años desafiantes de explorar otros lenguajes y aprender una nueva disciplina y forma de vida: abrir huecos en la tierra y pensar en el universo multiespecie.
“Con esta exposición, abriré el archivo de #laescuelitadelatierra, una pausa para reflexionar y escribir, distanciándome de las actividades cotidianas que demanda una huerta. Es un privilegio, pero también una condición. En este momento, estamos en transición hacia otro lugar de siembra, por lo que era el paréntesis perfecto para compartir la investigación hasta este punto.
“#laescuelitadelatierra es un espacio que se abre a las preguntas, donde caben diversas disciplinas y edades. Lo que nos une es el deseo de aprender desde los procesos que nos enseña la tierra, teniendo al bosque como nuestro principal maestro. A lo largo de este tiempo, hemos recibido en la escuelita a diversos grupos: universitarios, adultos mayores, colegas y niños. Hemos adaptado los recorridos por la huerta según lo que vamos construyendo junto a otros docentes o con los mismos grupos.
“Uno de los ejes centrales de nuestra forma de compartir el aprendizaje ha sido la siembra de nuestros propios alimentos. Esto nos ha llevado a reflexionar sobre la importancia de la soberanía alimentaria, el derecho a las semillas libres, la crisis climática que enfrentamos y la contaminación por agrotóxicos en nuestro país”.

— En conversaciones con otras personas y diálogos que hemos tenido como parte del proceso curatorial, me has comentado que al acercarse a esta comunidad—la agrícola, los agricultores—, al igual que al sacar permisos o certificaciones, a las personas les llama mucho la atención, no resuena o sorprende que una artista y educadora, de la mano de un filósofo/actor, hayan elegido convertirse en agricultores y busquen estimular y dinamizar la agricultural orgánica. ¿Cuál percibís es la mirada común sobre este estilo de vida? ¿Con cuáles estereotipos o actitudes se han topado?
—Es necesario diferenciar el trabajo de una persona en la agricultura convencional, frente al de quienes practican una agricultura libre de agroquímicos. Las prácticas convencionales han destruido, y continúan destruyendo, nuestro país: suelos erosionados, prácticas machistas heredadas por generaciones y la tierra vista como un modelo de negocio basado en la sobreexplotación. En lugares como Cartago, el mal olor y la contaminación del agua son evidencias palpables de este deterioro.
“El concepto de agricultor convencional ha estado tradicionalmente ligado a una imagen de sacrificio y trabajo duro, pero también a limitaciones económicas y falta de acceso a educación. Si bien gran parte de la responsabilidad recae en los propios agricultores, no podemos ignorar que estas personas son el resultado de un modelo de país que destruyó la posibilidad de vivir dignamente en el campo.
“El Estado y las universidades públicas no impulsaron un plan nacional que brindara valor agregado a las cosechas de las familias, ni promovieron una educación que empoderara a las comunidades rurales. Hoy, las grandes empresas alquilan tierras y las degradan con el paso de los años, perpetuando un ciclo de explotación.
“Esto ha contribuido a que, en algunos sectores de la sociedad, el trabajo agrícola se perciba como una opción de vida menos deseable o incluso como un último recurso. Además, en Costa Rica existe una marcada desconexión entre lo urbano y lo rural, lo que ha generado una falta de comprensión sobre los desafíos y las virtudes del trabajo agrícola.
“Esta desconexión ha llevado a una subvaloración de su importancia para la seguridad alimentaria y la sostenibilidad ambiental. A esto se suman estereotipos culturales que asocian el trabajo en la tierra con bajos ingresos y falta de acceso a servicios básicos, reforzando la idea de que es un estilo de vida ‘inferior’.

“Frente a este panorama, iniciativas como la agricultura orgánica o la agricultura sin químicos, marcan una diferencia significativa en la forma de relacionarse con la tierra. Una de sus búsquedas fundamentales es cosechar suelo fértil, esa ‘tierra’ u ‘oro negro’. Se trata de partir de una relación de coexistencia con los seres no humanos que comparten la vida y el trabajo en la huerta, en los cultivos y en los procesos de arte-educación y agricultura.
“Los mercados locales, las ferias del agricultor y los proyectos educativos en escuelas y comunidades podrían ayudar a cambiar la percepción sobre la agricultura. Es crucial reconocer que el trabajo agrícola no solo implica cultivar la tierra, sino también posicionarse críticamente ante el sistema agrícola predominante, cuestionar las legislaciones que enriquecen a los grandes propietarios de las industrias agroquímicas y que guían la producción agrícola hacia la explotación de los recursos naturales, los animales y la exposición laboral tóxica de quienes, día a día, siembran y cosechan nuestra tierra.
—¿Cuán severa es la desvalorización de la importancia del oficio y del conocimiento del agricultor?
— Al dedicar parte de nuestro tiempo a trabajar y reflexionar sobre la tierra, trascendemos el estereotipo tradicional del campesino aislado, dedicado únicamente al cultivo. La ‘agri-cultura’ implica una conexión profunda con la naturaleza, pero también con las demandas sociales y ambientales de nuestro tiempo.
“En mi caso y el de Álvaro (Rivas), nuestros estudios formales no estuvieron relacionados con la agronomía, por lo que hemos ido aprendiendo, paso a paso, la importancia de las prácticas sostenibles: el uso responsable del agua, la producción de alimentos libres de químicos, la conservación de los ecosistemas y la protección de la biodiversidad.
“Creemos que la persona que se dedica a la agricultura, en el mejor de los casos, debería ser un puente entre el conocimiento ancestral y los saberes contemporáneos. Por un lado, rescata prácticas como el manejo de semillas nativas o la observación de los ciclos lunares para la siembra; por otro, incorpora herramientas y técnicas que le permiten desarrollar proyectos autónomos, sostenibles y que aseguren una calidad de vida digna.

“Finalmente, consideramos vital que los procesos agrícolas estén estrechamente vinculados con la educación y la construcción de comunidad. A través del intercambio de conocimientos, buscamos fomentar una relación más consciente entre las personas y la tierra. Por ello, nuestro rol no se limita a la producción de alimentos; también aspiramos a inspirar a otros a reconectar con la naturaleza y a repensar otras formas de vida posibles”.