El 19 de junio de 1981, gracias al Teatro del Ángel -dirigido por Alejandro Sieveking-, San José se colocaba a la par de otras capitales del mundo artístico que habían visto con estupor El hombre elefante, de Bernard Pomerance, dramaturgo nacido en los Estados Unidos pero radicado en Londres desde joven. Su pieza se estrenó en 1978 en Londres y en 1979 en Nueva York. Cuando se escenificó en nuestra capital, aún se mantenía en cartelera en esas ciudades.
Este montaje permitió conocer distintos acercamientos al texto de Pomerance, sobre todo porque no era producto de la fantasía, sino basado en hechos reales sucedidos al inglés Joseph [John] Merrick (1864-1890). La CCSS se interesó y apoyó esta representación, pues el protagonista de esta historia había padecido una rara y compleja enfermedad genética deformante, desconocida en su tiempo.
El texto
El afiche-programa de mano, abundó en información relacionada con el caso de Merrick, y reprodujo parte de las memorias del médico británico Frederick Treves, recogidas en su libro El hombre elefante. Este médico relata que Merrick era exhibido como una rareza humana en un pequeño negocio ubicado frente al London Hospital.
Su primera impresión al verlo fue esta: “Encerrada en una tienda vacía e iluminada por la pálida luz azul de la llama de gas, esta figura replegada era la corporeización de la soledad. La cosa se paró despacio y dejó caer la manta que cubría su cabeza y su espalda. Ahí parado estaba el espécimen humano más desagradable que jamás había visto”.
Treves se ocupó de llevar a Merrick al hospital, donde estuvo desde 1886 hasta su muerte. “Rápidamente aprendí su hablar y nos comunicamos libremente […] Su deformación física había dejado intactos sus instintos y sentimientos”, relata.
Víctor Valembois señaló que la pieza ofrecía múltiples claves, pero que, quizás, el mayor atractivo residía en las incógnitas que invitaba a resolver. Marcó una de las líneas de aproximación al texto “la búsqueda de la dignidad humana”, en la medida que denuncia la explotación de un individuo por el manager Ross, secundado sutilmente por el Obispo How.
No obstante, por la carga filosófica que permea esta obra, Valembois también sugirió esta y otras rutas. Así, fue más allá para decir que “el asunto tiene que ver con el tema calderoniano de su Segismundo preguntando por la realidad frente a la ilusión”; para ampliar luego su mirada, pues al mismo tiempo “el original libreto de Pomerance evoca también a Kafka, invita a interpretaciones sicológicas, sociológicas y de toda índole”.
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Roger Lorenzo Barboza, por su parte, hizo una lectura política del texto en cuestión; mientras que Alberto Cañas Escalante acotó que Pomerance había escrito “una obra llena de compasión y ternura, en la cual se propuso subrayar ante nosotros la condición conmovedora e indignante de un ser apartado de la sociedad por su espantosa apariencia física, que puso a prueba la sinceridad de quienes pregonan el amor al prójimo como algo más que una abstracción”.
Andrés Sáenz Lara dijo que el dramaturgo “sin apartarse de la fidelidad histórica, trasciende lo anecdótico para clavarse en el corazón, la mente, las vísceras mismas del espectador”.
Gastón Gaínza propuso una lectura ideológica. En fin, un terreno fértil para la elucubración.
El montaje
El trabajo monumental de Gustavo Rojas Antillón, como el hombre elefante, fue ponderado tanto por voces expertas como diletantes. La superior performance del intérprete, en el sofisticado y difícil papel de John Merrick fue punto de atención especial. La excelente dirección de Alejandro Sieveking, lo cuidado de esta puesta, desde la traducción del texto por Lenín Garrido, hasta el más mínimo detalle de escenificación, fueron aspectos que no escaparon a los ojos atentos de los espectadores.
Alberto Cañas Escalante afirmó que Rojas Antillón conseguía “una caracterización extraordinaria, un trabajo difícil cumplido con brillantez, una proyección total de las ataduras, dificultades, aislamientos y complejidades de un hombre inaudito”. Comentó su evolución actoral, “de la cual este John Merrick es una culminación total, apabullante y digna de memoria. Se revela aquí como un actor de gran fuerza de quien se pueden esperar cosas importantes en el futuro”.
Andrés Sáenz Lara manifestó que si se quería ver “una obra actual, importante, significativa; dirigida y ambientada con tino y sensibilidad; representada de manera convincente por la mayoría de los actores, El hombre elefante le proporcionará una experiencia teatral de alta calidad artística y humana”.
Víctor Valembois calificó la actuación del protagonista como de “magistral” y añadió: “Sufrida columna, la del actor Gustavo Rojas; penoso trabajo facial y de la mano izquierda el que se le asigna, porque correctamente la escenificación de su figura se realiza según las citadas instrucciones originales del autor: ‘todo intento por reproducir el aspecto físico y el habla de Merrick en forma naturalista sería no solo contraproducente, sino desviaría el sentido de la obra’. Este es un acierto de dirección bien asumido por el actor”.
Gustavo Rojas Antillón obtuvo el premio nacional de Mejor Actor de 1981. El jurado, entre sus consideraciones, dijo: “En efecto, Rojas supo superar las dificultades propuestas por el autor con creatividad notable; no solo remontó una caracterización fundamentalmente cinético-postural –en la que, por intención del autor, debía prescindirse del encubrimiento físico mediante máscara o maquillaje especial–, sino que halló un eficaz medio de otorgar al personaje un contenido profundamente humano, valiéndose de recursos de digna y estudiada mesura. Su John Merrick, equilibrado entre lo grotesco y la ternura, resultó convincente y atractivo”.
El premio nacional de Mejor Dirección correspondió a Alejandro Sieveking y el de Mejor Grupo al del Teatro del Ángel. Se consideraron para estos dos reconocimientos otros trabajos llevados a cabo por los galardonados, en 1981.
A mí nadie me pidió que opinara sobre la actuación de Gustavo, pero igual yo le otorgo una medalla de oro por su intachable trabajo.