Del latín Bellicus, que significa guerra, de ahí belicosidad o persona belicosa. En su analogía tiene muchos puntos en común, digamos que semióticamente revela signos inherentes al ser humano. Tempranamente, el desarrollo de la especie ha estado ligado a esta actitud de dominio y de defensa. Muchos entierros antiguos revelan huellas de lanzas, piedras afiladas en los cráneos. Los procesos entonces están encadenados en una actitud, una forma de ser y de pensar.
En mi niñez, las guerras, sobre todo en el cine, eran motivo de inspiración al juego pictórico: la I y II Guerra Mundial, Viet Nam y batallas antiguas. Imagino que desde el principio de los tiempos los niños jugaban con flechas y lanzamientos de piedras y trozos de madera, como en nuestra contemporaneidad, que utilizamos cohetes, tanques y aviones cazas de combate.
Ahora que realizo esta serie de pinturas sobre este tema, no dejo de pensar que era una forma virtual en mi niñez, tanto en realizar los dibujos o los objetos. Todos los niños hemos jugado con aviones y tanques de guerra y, curiosamente, las niñas no tenían juguetes bélicos, sus objetos eran muñecas y utensilios de cocina. Traducido a la representación visual, tenía un sentido: la guerra es de los hombres, las mujeres servían de otra forma.
El juego
Independientemente del sentido agresivo, siempre me llamaba la atención las flechas, las espadas, los tanques, los aviones, las bombas, los morteros, los barcos portaviones. Casi la mayoría jugaba a las guerras influenciado por los acontecimientos del momento histórico. Y más que crear un sentimiento antibélico, importaba el juego y el entretenimiento, como sucedía con las películas; lo espectacular residía en las catástrofes y matanzas, y entre más muertos más emocionante. Siempre he pensado que si no había víctimas en las películas no eran interesantes. Hay muchas historias importantes de conflictos donde no hubo ningún muerto, por eso no constan en la historia de representación cinematográfica. Todo esto ha creado en nosotros un sentimiento de que la guerra es necesaria y nunca va a desaparecer. Se asegura que las armas más poderosas son para garantizar la paz: las armas nucleares. Si yo tengo una bomba no me van a invadir. Si yo tengo un arma no me van a asaltar. La justificación generalizada de que la poseo para defenderme.
En esta serie Bellicus, la semiosis belicosa funciona en la misma medida, solamente que con gran diferencia de criterio estético. Aunque es el mismo juego de pistolas de la niñez o de cañones, me fijo en las circunstancias mortíferas y me asombra la integración de estos elementos en otro tipo de juego intelectual: las artes visuales. Es así que entonces, la serie Bellicus, es proposicional de paz y de desarme y un regreso a la representación gráfica de un sentimiento virtual encadenado al recuerdo de mi niñez.
En la filosofía de la guerra, que la hay desde que comenzamos a pensar en ella, se analiza las causas y su sicología natural, también que todas las culturas han contemplado el factor de la guerra como una solución al conflicto existente. Aristóteles decía entenderla como otros casos de violencia, de correcciones y castigos justos. Es pensarla como “guerra justa”. Dice Andrés Rosler “que Aristóteles, por el contrario, entiende la guerra como otros casos de violencia justificada. Aristóteles justificaba su pacifismo, “moderado” con varias razones, entre ellas el jus ad bellum o derecho aristotélico a la guerra, lo que quiere impedir que ellos mismos sean esclavizados a manos de otros”.
Connotaciones
La serie Bellicum está “escenificada” con elementos que son normales y acompañantes de mi proceso visual. Son reconocibles figuras geométricas de hace muchos años, como las esquinas de marcos de pinturas, cuyo significado ha desarrollado una simbología personal. El atento espectador puede ver que se trata de una especie de telón o de indicadores del escenario. La tela es donde funciona la representación. Estas notorias esquinas también se desprenden y se convierten en aviones cazas, debido a su figura similar. Funcionan varios factores asiduos o aleatorios e informaciones. No es una coincidencia, sino una idea propuesta como forma de lenguaje y conocimiento en una etapa de madurez.
Hay que destacar el concepto en el uso de polípticos. No es absolutamente la idea de dividir para separar, sino la de unir para ser más que una obra de dos partes. Lo que es notorio, en esta actitud, son los resultados del por qué y alcanzar una noción distinta. Este medio permite que la visualidad juegue de manera distinta y que lo conseguido no hubiera sido posible sin ello. Una síntesis de que la tela es más que un bastidor o disposición para poner la pintura.
El crítico, escritor y artista visual Luis Fernando Quirós, dice de esta serie que su significado cercano a la belleza, del “Belli”, porque así suena, es todo lo contrario, tiene que ver con lo bélico y que desestabiliza la ansiada serenidad, a lo cual nos exponemos cada vez que salimos de nuestro espacio de seguridad.
Cito textualmente de su reciente revista Aztlán, sobre arte contemporáneo de la región Caribe y Centroamérica en su primer número: “Pero estas pinturas sugieren tramas, ventanas, puertas; un imaginario por donde mirar al exterior, al entorno cultural urbano, pero también a la interioridad a ese paisaje que él lleva adentro de su ser y que tiene que ver con su intimidad y mismicidad, con lo suyo y la identidad que está poblada de orígenes étnicos”.
Bellicum es una propuesta conceptual sobre la estética de la destrucción, sobre el horror de la guerra y su actualidad. No es un cielo refulgente de juegos pirotécnicos, es de enormes destrucciones urbanas, de hogares destruidos, de vidas y ciudades y futuros anulados por el poder de los misiles. Existe, y es lo que trata el artista de representar, signos y significaciones que están en la retina y el inconsciente colectivo.
Se trata de una visión catastrófica de nuestro tiempo. Es lo que el concepto visual termina por relacionarlo. Un contexto representado por las referencias del estilo personal, las geometrías iniciales y la entropía de la guerra. Pero es difícil explicar lo bello de lo terrorífico. Donde reside la belleza del caos, nos inquieta mucho, porque una cosa es lo malo y otra lo bello, y nos cuesta aceptar encontrar ambas. La naturaleza síquica que permite asumir estatus para encontrar su función y su inteligencia, probablemente tiene la respuesta. No por bello es bueno, ni por malo es feo.