Recientemente me pregunto: ¿Por qué en los albores de mis casi setenta años de existencia, sigo leyendo narrativa con la pasión y el abandono emocionado con que lo hacía cuando crecía entre los cafetales de Tibás y las tardes veraniegas tirado sobre la ribera del río Virilla?
La magistral nueva novela de Guillermo Fernández, titulada El vigilante en el espejo, me confirma que cuando la voz narrativa se apodera de mi mente y captura mi atención, aquellos mundos que propone me seducen y controlan, convirtiendo la lectura en una obsesión de la que no soy capaz de desentenderme hasta alcanzar la última página. Y aún después de concluida, esa narrativa se queda conmigo y me acompaña en mi cotidianeidad, al punto que me descubro con frecuencia actuando y hasta pensando como los personajes de esa historia que recientemente ocupó mi tiempo, se apoderó de mi imaginación y me persigue incluso hasta en los sueños.
La buena narrativa tiene ese efecto de apropiación en mí, me ayuda a especular y suponer otros mundos, otras soluciones, otras acciones e incluso me lleva a envidiar y desear vivir la existencia de aquellos personajes que desfilan ante mi mirada asombrada de un lector que, por un momento, se aparta de sí mismo para ser los otros, para odiar, amar, conspirar y hasta morir como mueren los héroes narrativos. A veces incluso me concibo como un héroe narrativo que me bajé momentáneamente de una historia y luego no supe regresar a su cauce.

La nueva novela de Guillermo Fernández me seduce y me atrapa pero no me sorprende, porque le he seguido los pasos a este autor desde que se inicia en la escritura como poeta, hace poco más de cuatro décadas, y desde entonces todo ha sido crecimiento, dominio y madurez que lo han conducido a exhibir la maestría narrativa que posee esta fascinante novela, suscrita por un autor de un pequeño país centroamericano, quien sin embargo se abre al mundo con una novela cuya temática se inserta en uno de los momentos históricos del siglo pasado que cambiaron el rumbo de nuestra existencia. Nos referimos a la II Guerra Mundial. Sin ser una novela histórica, son estos acontecimientos históricos los que sirven de escenario para las búsquedas espirituales y las pasiones desatas en esta novela.
Aunque siguiendo los laberintos de la memoria, la novela discurre en un espacio temporal mucho más amplio, lo cierto es que el relato en sí tiene lugar en Nueva York durante los últimos diez o doce días del año de 1940, incluso asistimos al cambio de año y recibimos el 1941, leyendo las noticias sobre la invasión de los Nazis a Polonia, el bombardeo de Londres, el fantasma del comunismo que aterroriza a la seguridad estadounidense, incrementando el espionaje y la guerra sucia, y también los gérmenes del nuevo objeto de destrucción y transformación masivo, responsable del cambio mundial hasta nuestros días, como es la aplicación de la energía atómica con fines destructivos y de control político-militar. En medio de conspiraciones, espionaje, falsos perfiles y dobles personalidades, El vigilante en el espejo nos cuenta la vida del historiador Donald Shaw, quien en medio del ajetreo de un momento de gran significación histórica vive y se tortura intentando poner orden en su pasado para con ello alcanzar la paz, si es que tal cosa existe mientras estamos vivos.
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Sin ser un relato histórico, esta novela se inserta en un momento crítico de la humanidad para construir una historia de individuos en permanente búsqueda de su verdad, donde por momentos descubrimos que en ocasiones tanto las decisiones que toma la humanidad son tan erradas como las decisiones que un individuo asume en un momento de su proceso y que, años más tarde, confirmarán sus errores de elección, mostrando a su vez cuán equivocadas pueden se nuestras vidas, apoyadas en decisiones que nos parecieron las correctas en su momento, pero con el tiempo resultan ser insuficientes, pues carecíamos de los valores o elementos necesarios para escoger con justicia. La vida es siempre incompleta y nuestras decisiones siempre se asumen a partir de componentes parciales, de hechos insuficientes, de lo cual se insinúa en el relato no somos capaces de darnos cuenta. Eso parecen sugerirnos los personajes de esta novela fascinante donde la acción narrativa tiene de todo: acción, misterio, pasión, crimen, espionaje y búsqueda espiritual, gracias a lo cual el relato nos mantiene atentos a cada salto de página.

Donald Shaw, el personaje principal de la novela, se graduó de historiador, pero en su vida nunca ha ejercido su oficio, sino que en su lugar ha sido chofer de taxi, empleado de una tienda para caballeros y finalmente se convierte en agente del FBI, cuya vida se dedicará al espionaje y a las escuchas secretas de personajes que investiga, todos sumidos en una conspiración política donde la sospecha se impone sobre los hechos y la inocencia se vuelve irrelevante pues todos somos culpables de algo, solo hay que ser persistentes para llegar allí y desenmascarar las tramas detrás de las cuales se ocultan los conspiradores. Qué fascinante forma de darle actualidad al pensamiento humano encontramos en esta novela. Sin embargo, aunque Donald Shaw es el personaje principal de la novela, la voz narrativa predominante es omnisciente y no protagonista. No es ciertamente una novela contada en primera persona, aunque la voz dinámica y paso de un plano a otro enrome fluidez.
Un novelista que conoce su oficio nos seduce siempre de primera entrada, cuando conocemos a su primer personaje de la historia que es el narrador. En él deposita el autor toda su confianza y le entrega los hilos de la historia. Es él quien nos invita a seguir en ese trayecto, para nosotros incierto e intrigante, que es la historia misma a que nos enfrentamos. Es el narrador quien presenta el escenario donde ocurren los hechos y es también quien gradualmente va introduciendo los personajes que le dan movilidad a la acción narrativa. La maestría de Guillermo en esta novela nos permite acceder a un narrador del tipo omnisciente, ciertamente un conocedor profundo del escenario y las acciones de la historia pero, en su afán de ser verosímil y respetar el pensamiento de sus personajes, el autor nos propone un narrador del tipo Omnisciente-Especulativo. Con ello queremos decir que en lugar de conocer lo que piensan los personajes, el narrador inventa un narrador que hemos llamado narrador Omnisciente Especulativo quien, aunque no conoce la interioridad de los personajes, se permite suponerla a partir de gestos y expresiones que capta en ellos, en sus momentos de acción.
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Se trata, insistimos, de un narrador omnisciente que además es especulativo, no lo sabe todo, pero lo supone y hace conjeturas. Así por ejemplo dice el narrador en un pasaje de la novela, pensando en lo que puede imaginar Donald Shaw: “Imaginó a Curtis, mientras tanto, que había entrado en la habitación de Circe y había dejado el regalo sobre su cama. Allí lo imaginó sentarse unos tres minutos y agitarse como un niño curioso sobre el colchón, como si estuviera en la zona más confortable del mundo. Lo vio arrojarse sobre la colcha y abrazarla y olerla, como un perro inquieto y fogoso. Luego lo vio incorporarse con alguna tristeza, como si tanta libertad en la habitación de Circe no le hubiera deparado más que un poco de vergüenza consigo mismo”. El narrador especula sobre lo que puede pensar un personaje en torno las acciones remotas de otro personaje, que no atestigua.
De esta forma, el narrador también especula sobre los presuntos diálogos que pueden ocurrir entre los personajes en su ausencia. En la novela existen acciones paralelas en que no son narradas directamente, pero se asumen mientras otros personajes ocupan la atención principal del lector. En algún momento aquellas acciones ausentes se hacen presentes de alguna forma y es cuando el narrador especula sobre lo que pudo haber ocurrido o pudo haberse dicho en circunstancias oscuras o no iluminadas mediante los faros de la acción narrativa central. Sin embargo, esas acciones sobre las que se especula ocurrieron de cierta manera, son las que encargarán de hacer avanzar el relato, cuando de alguna manera se hacen presentes. Mediante rasgos o gestos de los personajes cuando aparecen, el narrador asume el estado anímico de esos personajes, debido al resultado de esas otras acciones paralelas. Esta parece irrelevante o imperceptible, pero es vital para entender la dinámica narrativa y la reacción de los personajes. Es además un gesto de maestría que muestra el control que posee el autor sobre los hilos narrativos y sus escenarios. Son formas casi simultáneas de jugar con el tiempo narrativo, tanto en el presente como en el pasado, que es un recurso al que viajen regularmente los personajes para recuperar componentes de su vida presente que ocurrieron tiempo atrás y que siguen tan activos como entonces, ya sea la muerte de un personaje como una acción juvenil que determina incluso el comportamiento sexual de un personaje en el futuro. El pasado y el presente forman parte de un hilo indivisible y coexisten ciertamente en el relato.
Se mueve la novela con gran comodidad entre la reflexión literaria y una historia en curso que le permite al narrador y a los personajes, especialmente a los personajes, construir frases contundentes sobre la vida, el amor, la muerte, la verdad y gozar del respaldo que les permite el desarrollo de la historia, donde prevalecen la observación, el espionaje, el mirar al otro con disimulo e incluso especular sobre lo que dicen y piensan los personajes a partir de sus gestos, de sus expresiones, de pequeños grandes detalles como puede ser la mirada, o una ardilla furtiva atravesando el frío bosque invernal huyendo de sí misma y su nefasto destino, sin saberlo.
El escenario narrativo está exquisitamente presentado, la ajetreada vida neoyorkina en medio del clima navideño, los actores borrachos en las esquinas representando a un Santa Claus patético, los taxis envueltos en sus turbantes conduciendo en medio del tráfico abrumador de una gran metrópoli, se siente el frío invernal y se incomoda el lector con las neviscas recurrentes que caen sobre los personajes y sus desplazamientos, abrigándonos mentalmente para protegernos de eso aluviones de pasión congelada y emoción desatada.
Las acciones de los personajes, sus equivocaciones inconscientes a lo largo de sus vidas, la visión errónea que podemos tener de ellos, nos llevan a preguntarnos: ¿Cuánto podemos magnificar a una persona y seguirla toda la vida, manejando una visión errónea sobre lo que esa persona realmente podría ser y haber hecho en el pasado? Pero eso no nos interesa y acabamos aferrándonos a la forma en que nos ha convenido mejor o aceptado retratarla. La vida parece ser así, siempre aferrados a erróneos conceptos que en su momento parecían verdaderos pero que la vida confirma luego cómo errores.

Así, sin idealizar demasiado tenemos que esta novela nos muestra personajes descompuestos, desarmados, llenos de rencor y envidia, personajes pesimistas… “No demuestres mucha alegría en ningún momento, nunca, porque lo que gobierna el mundo te la quitará y se mofará de ti en tus propias narices”, le dice un personaje a otro sobre la necesidad del control emocional frente a los demás, porque nuestra felicidad incomoda a los demás y provoca acciones de maldad. De hecho, en la novela pareciera prevalecer el hecho acerca de la conveniencia de saber lo menos posible de los demás, no sentir culpa, no condenar ni ensalzar a nadie, ocuparnos más de nosotros mismos, vivir al margen. Esta es una verdad literaria que se aplica a la vida de la forma en que se concibe en la novela, no sugiere ni por asomo que debamos trasladar aquello a nuestras vidas… aunque no es para nada ocioso considerarlo.
Lo novela posee un excelente andamiaje literario, donde incluso existe la intertextualidad en momentos críticos, gracias a la mención de libros sagrados como el Bhagavad Gita para reforzar el pensamiento de algunos de sus personajes, reflejar su personalidad y sus búsquedas. Igualmente se apoya en versos de William Butler Yeats, para darle sustrato lírico y ensoñación poética a ciertas acciones críticas de la novela, donde personajes confiesan su amor y se apoyan en los versos de este poeta para darle raigambre a la abstracción sentimental. Y es por ello que un personaje dice en un momento de su discurso: “Cuando usted cree en lo que otro ser humano escribió, no importa en qué época, se establece una hermandad que arroja una flecha de fuego a través del tiempo y produce el renacimiento de todas las cosas”. He aquí los versos de Yeats convertidos en la flecha de fuego a través de los tiempos.
Ese renacimiento que brota en este fraile emocionado, al leer y concluir esta novela rompedora, que sin duda marca un antes y un después en nuestra narrativa, ha trascendido la localía para convertirse en un acontecimiento de interés planetario.