
Pasada la dictadura de los hermanos Tinoco, se realizaron elecciones el 7 de diciembre de 1919; justas en las resultó electo presidente de la República don Julio Acosta García (1920-1924).
Para entonces, la lujosa residencia conocida como el Castillo Azul, ubicada en Cuesta de Moras, había servido como Casa Presidencial desde 1914; pero su asociación con los treinta meses de tinoquismole daban un aura negativa. Además, como anota don Jesús Manuel Fernández:
“Tampoco es aventurado suponer que don Julio, quien es teósofo y por consiguiente cree en una serie de conexiones esotéricas, no se sienta demasiado cómodo de despachar en los mismos recintos donde se tomaron varias de las decisiones del gobierno de Tinoco y en cuyo ambiente puede haber quedado algo de esas nocivas energías” (Las presidencias del Castillo Azul).
Una casa de gobierno
Costa Rica no tuvo nunca (ni tiene ahora) una Casa Presidencial; esto es, un edificio diseñado y construido con ese fin. De modo que, ante la negativa de Acosta a ocupar el Castillo Azul, hubo de buscarse a toda prisa un sitio donde albergar la casa de gobierno.
La decisión recayó en el Palacio de la Corte Centroamericana de Justicia o Casa Amarilla, en barrio Otoya; que albergó la Casa Presidencial durante dos años, hasta su traslado a un sencillo edificio al costado noroeste del Parque Nacional, donde habían estado las oficinas de la United Fruit Company.
En ese mismo año de 1922, el empresario Minor Keith donó a nombre de su esposa, Cristina Castro Fernández, un terreno al oeste del Castillo Azul; lote que ocupaba poco más de la mitad de la manzana ubicada entre las avenidas Central y 1.ª, y las calles 17 y 19. La donación tenía como fin que ahí se construyera un templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús.

Más, como aquella iniciativa contara con la oposición de los vecinos del barrio Aranjuez, donde se iba a construir originalmente dicho santuario, el tema quedó en manos de monseñor Rafael Otón Castro. En 1925, como el terreno siguiera baldío, el Gobierno de la República mostró interés en adquirirlo para construir allí:
“Un edificio exclusivamente destinado a Casa Presidencial y [sus] oficinas (…), por cuanto en el que hoy están instaladas no reúne ninguna buena condición ni tiene la suficiente comodidad para celebrar muchas recepciones oficiales (…).
“[Además], instalándose en el lote mencionado la Casa Presidencial quedará resguardada por los cuarteles de Buena Vista y Primera Sección de Policía que se instalará en la cuesta de Núñez” (“En el lote del Corazón de Jesús se construirá la Casa Presidencial”. La Nueva Prensa, 7 de mayo de 1925).
Sin embargo, esa intención no empezó a concretarse sino más de una década después v, cuando la administración Cortés Castro (1936-1940) compró el terreno a la Arquidiócesis por ciento cuarenta mil colones. El diseño de la Casa Presidencial que allí se levantaría, quedó a cargo del arquitecto José María Barrantes.
El anteproyecto se aprobó en 1939 y, junto al Aeropuerto Internacional La Sabana, serían las obras más importantes del período, ubicadas a este y oeste del casco urbano respectivamente. Ambas de Barrantes, compartirían también la estética hispano-colonial de su arquitectura.
O, como se dijo entonces: “lucirá el estilo colonial, para lo cual se procurará, hasta donde sea posible, en todos sus detalles, darle la forma más típica y conservar el gusto artístico de nuestros antepasados”(Cuatro años de la Administración Cortés. Obras de provecho público 1936-1940).
Los azares y avatares de un edificio
Las obras constructivas en el promontorio que mira sobre la capital se iniciaron aquel mismo año, bajo la dirección del ingeniero Jaime Soley Reyes. Sería un edificio en concreto armado, estructura metálica para el techo y cubierta de teja.
Además de la residencia del primer mandatario incluiría el gabinete presidencial, sus oficinas administrativas y las de la Guardia de Honor del presidente, así como las instalaciones del Cuerpo de Policía. En el sótano estarían las cocheras, el arsenal, las bodegas y un túnel que conectaría con el Cuartel Bellavista.
Tales trabajos continuaron hasta finales de 1941, más debe recordarse que se habían iniciado precisamente cuando en Europa estallaba la Segunda Guerra Mundial, y Costa Rica entraba en una de las fases más convulsas de su historia.

Así, si bien es cierto que con la guerra escaseó el cemento importado, lo que afectó a la construcción en todo el país y especialmente a esta obra; no faltó quien dijera que la falta de continuidad constructiva se debió también al revanchismo personal del presidente Calderón Guardia (1940-1944) para con su antecesor.
En cualquier caso, lo cierto es que, en el centro capitalino al menos, los esfuerzos de esa y la siguiente administración parecieron concentrarse en el quiosco del Parque Central; obra que ni de lejos tenía la trascendencia de la que nos ocupa.
No obstante, no fue que las obras se paralizaron del todo, pues una de las partes de mayor realce estético del inmueble, el llamado Patio de la Madre Patria España, se encargó por entonces a la empresa Adela viuda de Jiménez e hijos; y su diseño le fue encargado a su arquitecto de planta, el catalán Luis Llach Llagostera(1883-1955).
Para la realización de su yesería o molduras en yeso, el diseñador se valió a su vez del reconocido artesano Mario Romero Fucigna (1903-1994); si bien la cerámica tipo talavera se mandó a traer de México. Al evocarlo como la única parte de aquel inmueble que se terminó, el arquitecto e investigador Fernando González anota:
“Allí quedó un oasis, un patio con su fresca fuente, la infaltable agua de los patios islámicos, las arcadas alrededor […], con sus arcos lobulados y sus delicadas y esbeltas columnas, la policromía de los mosaicos, los paños de sebka; es decir, con su intrincada red de rombos sin calados, primorosamente trabajados en yesería; todo forma un bello interior que, si no alcanza la exuberancia del período andaluz nazarí, lo recuerda, lo recrea y le hace un bello homenaje” (Luis Llach: En busca de las ciudades y la arquitectura en América).
Cambios y ocupación
El trabajo del patio se terminó en 1943, pero luego, en la administración Picado Michalski (1944-1948), el inmueble quedó en abandono y tomo el fantasmagórico aspecto de una ruina urbana. De él sólo volvió a hablarse cuando, en 1956, se planteó la necesidad de crear en San José un Centro Cívico.
De acuerdo con el anteproyecto, aquel se extendería al norte del eje de la Avenida de las Damas, desde la calle 9 hasta la 17. El Centro Bancario, por su parte, se ubicaría en los alrededores de la llamada “manzana de la Artillería”, entre avenidas Central y 1ª, y calles 2 y 4. Así, en agosto de 1957, el Estado traspasó al Banco Central de Costa Rica un total de tres mil quinientas varas cuadradas de la manzana dicha, para la construcción de su edificio.
Más, como allí se ubicaba el Palacio Nacional, sede del Congreso de la República desde mediados del siglo XIX, que se demolería en el plazo de seis meses; en diciembre del mismo año se acordó el traslado del recinto de sesiones de la Asamblea Legislativa, al edificio destinado originalmente a Casa Presidencial.
El traslado, se dijo entonces, era provisional; pues el Centro Cívico destinaría al Parlamento un moderno edificio, que se ubicaría donde hoy está la Biblioteca Nacional. Mientras tanto, los obreros de Obras Públicas, bajo la dirección del señor Juan Solís, trabajaban afanosamente para acondicionar el inmueble abandonado.

Más el resultado de aquellas obras fue notoriamente desigual. El edificio diseñado por Barrantes era, como se dijo, de estética hispano-colonial; una que, si bien romantizaba un pasado virreinal que aquí jamás se había vivido, era todo elegancia en sus líneas y molduras, sus arcos y volúmenes, su trabajo del metal y la madera.
Eso era lo que privaba en su fachada al norte y la mitad de su fachada al oeste, entonces acabadas. Pero la prisa con que se terminó el resto, es decir, su alzado sobre Avenida Centraly su otra mitad al oeste; determinaron en cambio una estética de despojo e improvisación, de insulsas líneas rectas y desganados arcos que poco dicen del diseño original.
Sin embargo, en cuanto estuvo listo, a principios de 1958, aquel fue el edificio que recibió a unos diputados que estaban por terminar su período… y el que sería su lugar provisional de sesiones, se convirtió en la permanente sede parlamentaria durante sesenta años. Era un signo de los tiempos que empezaban, los de la Segunda República.
A partir de entonces, el que debía ser uno de los edificios más solemnes de la nación, sede de un poder republicano, se fue degradando de manera paulatina, tugurizado al ritmo de las necesidades de la creciente y voraz burocracia que lo ocupó hasta el siglo XXI; cuando el histórico inmueble diseñado para Casa Presidencial, fue declarado inhabitable por el Ministerio de Salud.