Tal vez narrando otra historia de olvido, otra historia de la serie de relatos Costa Rica pierde la memoria, artistas olvidados, algunos de nosotros recobremos el interés por los creadores costarricenses que no figuran en los libros y escritos que dan sustento a la historiografía nacional.
Somos un pequeño país en donde todos nos conocemos, pero en el que también hay grandes secretos… Este es el caso del personaje en el cual me he interesado desde hace mucho tiempo, pero del cual no había podido encontrar gran cosa, como si el velo del olvido se hubiera tendido sobre él.

El protagonista de esta historia en particular nació en San José, Costa Rica, el 23 de junio de 1926. Fue bautizado en la parroquia de La Merced el 4 de agosto de ese año como Fernando Montealegre, hijo de Miguel Ángel Montealegre (nacido Castro) y Sara Ardón Sanz, lo cual lo hace tataranieto del expresidente de Costa Rica, José María Montealegre.
A pesar de pertenecer a dos familias conocidas, de haber sido alumno distinguido de la Escuela de Bellas Artes y de haber participado en varias exposiciones de arte, nuestro personaje, este joven pintor que se marcha a los Estados Unidos, era un misterio en nuestro país, a pesar de haber sido uno de los animadores importantes para la compañía Hanna-Barbera Productions, empresa que se había convertido en la productora líder de animación en Hollywood. Costa Rica había perdido nuevamente la memoria y, por eso, lo tiene entre sus artistas invisibilizados.

Mi interés en él se despertó cuando vi dos pinturas con un estilo diferente a la plástica costarricense de la época, con un dibujo –de factura y composición excelentes– que tenía un pariente mío. Estaban firmadas F. Montealegre. Hice un repaso de mi época de estudiante de Bellas Artes y me quedó claro que nunca me habían hablado de un pintor tal. Entonces empecé a buscar, y debo confesar que este ha sido un largo proceso por muchas circunstancias.
Los recuerdos de tres niños estadounidenses, ahora adultos, me ayudaron a reconstruir muchos de los episodios de su vida. Ronda, Jan y Monte –lo llamaban cariñosamente Uncle Nano– y lo adoptaron como tío, ya que la amistad de Fernando Montealegre con Ron Brown –su padre– se extiende hacia su familia, una vez que este se casa con Sue.

Montealegre y Brown se habían conocido en la USC (University of Southern California). La amistad es tan cercana, que cuando nace el hijo de Ron y Sue Brown, deciden llamarlo Monte –el diminutivo que le tenían a Fernando–.
Entre una serie de documentos y fotografías que guardaba la familia Brown, se conservaba una fotografía de 1949 en donde Fernando sostiene uno de sus cuadros de la época de Costa Rica. Esta imagen llama poderosamente la atención, tanto por la belleza física del pintor, como por la impactante obra plástica que sostiene en sus manos y se encuentra hoy en día en una colección pública en Costa Rica.

De su época de niñez casi todo es desconocido, excepto que Montealegre asistió a la escuela en San José, que sus padres se divorciaron cuando él tenía 10 años de edad y que al graduarse del colegio, ingresó como estudiante a la Escuela de Artes Plásticas de la Universidad de Costa Rica en donde se distinguió como alumno y es recordado por algunos de nuestros artistas como Lola Fernández y Néstor Zeledón, quienes fueron sus compañeros de generación.
En la Semana del Arte que organiza la Casa del Artista en 1951, hay referencia de que se exhiben algunas obras de él junto a otra serie de pintores como Alex Bierig y Cecilia Fonseca. Para ese entonces, Montealegre tenía 25 años, impartía clases en la Casa del Artista y se sabe que poco después sale de Costa Rica para estudiar.

Pareciera que don Otilio Ulate es quien le ayuda a tramitar su visa de estudios en los Estados Unidos. Al llegar, Fernando se matricula y estudia en la USC a partir de 1953 y es ahí donde entabla amistad con Ron Brown y otros jóvenes que serán algunas de las personas más cercanas a él en ese país. Precisamente a David Frost le regaló para su cumpleaños una pintura –Mujer en la selva– y en varias ocasiones dibujó y pintó a Ron, de estos trabajos solo sobreviven los magníficos dibujos y fotografías de los dos retratos al óleo de Ron. Otro compañero suyo, Jim Frezquez, tiene otra pintura suya de la cual hablaremos después.
Montealegre se establece en Los Ángeles y después de haberse graduado, empieza su carrera en la industria de los dibujos animados. Su primer trabajo fue haciendo seis fábulas asistiendo a Mike Lah en Metro-Goldwyn-Mayer Studios y diseñando los fondos de la fábula Droopy.
Cuando este estudio de animación cerró en 1957, otros artistas y él se mudaron con un nuevo estudio, H-B Enterprises (Hanna Barbera). Cuenta uno de sus amigos de la época que, desde ese tiempo, prefería que se pusiera “Montealegre” en los créditos, aunque todos le llamaban Monte.

Fernando Montealegre, Bob Gentle y Art Lozzi eran los principales artistas del estudio a mediados de los años 50, aportando cada uno su propio estilo –lo que mejoraba los dibujos–.
Cuando le escribimos, Art nos comentó lo siguiente: “Monte, Fernando Montealegre, era de Costa Rica, encantador, muy buen artista, divertido, orgulloso de su apellido familiar. Empezamos a trabajar en MGM el mismo día y desde ese entonces nos hicimos muy amigos. Él había estudiado pintura clásica en San José y cuando Bob necesitaba ayuda en ese sentido, inmediatamente mandaban a Monte a ayudarlo, ya que a veces se utilizaba la vieja técnica de MGM. Sin embargo, en el nuevo estudio de Hanna/Barbera, teníamos que trabajar rápido y sencillo, por lo que Monte y yo establecimos un estilo que nos ayudaba a los dos a trabajar en un mismo dibujo animado sin que se notara la diferencia entre los dos. Sin embargo, cuando cada uno trabajaba una historia animada completa, nuestro estilo era propio de cada uno; sin embargo, prevalecía el estilo de la compañía Hanna y Barbera”.

Las artes de Montealegre adornaron los fondos de todos los primeros dibujos animados de Hanna-Barbera, de todas las series de media hora del estudio, como Los Picapiedra, Los Supersónicos, Don Gato y Jonny Quest; de largometrajes como Charlotte’s Web y The Man Called Flintstone, e, incluso, de programas que combinaban acción real y animación, como Las nuevas aventuras de Huckleberry Finn.
Según un sitio de internet, su último trabajo en animación fue en un especial de televisión de 1983 llamado The Great Bear Scare, dirigido por Hal Mason, un animador que trabajó para Walter Lantz en los años 40, con animación de Virgil Ross y otros nombres familiares. Algunos de estos datos fueron suministrados por John Kricfalusi, que es uno de varios lectores fanáticos de los fondos en los primeros dibujos animados de Hanna-Barbera.

Uno de sus colegas nos escribió diciendo: “Monte fue uno de los incontables talentos artísticos desconocidos que saltaron al mundo de la animación televisiva en los años otoñales de la Edad de Oro de la animación en Hollywood. Este fue el trabajo de incontables jóvenes de varias generaciones que fueron parte de esta industria a los cuales no se les ha dado la importancia que tuvieron”.
Según los hijos de Ron Brown, su madre decía que Fernando era feliz y siempre positivo. El peluche –un león gigante– que le regaló Uncle Nano a Ronda en una Navidad la ha acompañado toda su vida, al igual que un vestido especial con la que la llevó a ver la película Fantasía. También ella recuerda que: “Tío Nano era especialmente guapo y siempre andaba muy bien vestido, también que era un hombre muy especial, un muy buen amigo de mi papá y lo quisimos mucho”.

El estudio de Hanna-Barbera estaba situado en Cahuenga Boulevard en Hollywood y hasta allí viajaba Fernando todos los días en su descapotable, ya que le gustaban los carros deportivos; sin embargo, no se interesaba mucho por la mecánica y según contaba su amigo Ron, una vez arruinó el automóvil porque se le olvidó ponerle aceite.
Andar en velero era otra de sus aficiones; no obstante, dedicaba parte de su tiempo libre a la pintura y como sabemos era muy buen retratista, así se comprueba con los dibujos y óleos que hizo de Ron y de su amigo Dan Frost. También incursionaba en obras más surrealistas, empleando nuevos medios como el acrílico, que en los años 60 era toda una novedad.

“Un día entré al cubículo de Monte en Hanna Barbera cuando él estaba realizando una pintura de mediano formato con pintura acrílica a la espátula y, como a mí me interesó esa técnica que no conocía y me gustó el tema, decidió regalármela. Hasta donde sé, él nunca vendió una pintura, ya que no le gustaba comerciar con su arte. Es más, Joe Barbera le pidió que hiciera unas pinturas por encargo para su oficina y Monte rechazó la oferta, pues para él la pintura debería venir del corazón y no por encargo”, nos explica su amigo Jim Fresquez, quien había conocido a Monte en Marenello School of Cosmetology de Los Ángeles.
Se sabe que vino a Costa Rica a visitar a su familia y que su madre también lo visitó allá en alguna ocasión. Se dice, además, que sus tías –las hermanas Ardón que confeccionaban uniformes en su casa de barrio Amón– tenían una pintura suya llamada La niña del bonete azul, aunque no hay reseñas de la misma.

De las últimas referencias que se tienen de él, es que una de las personas que había trabajado en H&B, dice haberlo visto a finales de los años 70 en una parada de bus frente a la agencia, con un fólder de dibujos bajo el brazo, y pensó que estaba trabajando por su cuenta como free lance. Lo que le sorprendió fue su tristeza y un cierto descuido.
Otra situación incómoda es que, algunos amigos –en los años 80–, al ver que Monte no estaba bien, intentaron comunicarse con su hermana en Costa Rica para que lo recibiera, pero, por razones que no conocemos, esto no fructificó. Aunque este capítulo de su vida sigue siendo un misterio, asumimos que sus últimos años fueron difíciles. Los hermanos Brown, quienes eran tan cercanos, una vez que sus padres se divorciaron y se mudaron de estado, nunca volvieron a tener noticias de él, por eso estaban ávidos de saber de Monte cuando nos comunicamos.

Siete días después del devastador terremoto de Limón en 1991, en una época en que Costa Rica estaba sumida entre el dolor y la perplejidad, el pintor, el artista y creador Fernando Montealegre murió en California. Ni una sola nota sobre el hecho ni una pequeña esquela que acompañe su recuerdo; el velo del olvido se tendía otra vez sobre él.
Es nuestro deber sacar a la luz su semblanza y darle, aunque no sea un entierro digno de su prestigio, sí una luz para que apreciemos cuándo y cómo nuestros artistas han escrito su historia y que, de algún modo, Montealegre logre pasar a formar parte del universo artístico costarricense.