Los libros en cualquier tiempo, formato, corporeidad, impreso en papel o en medios digitales, son más que nunca piedra angular, en tanto son portadores de la cultura.
El emperador romano Adriano, en sus memorias re-escritas por Marguerite Yourcenar en 1951, los consideraba como verdaderos lugares de nacimiento: donde por primera vez se aloja una mirada de sabiduría; para el ilustrado emperador, su patria eran los libros.
Cristina Gutiérrez tiene una carrera artística que abarca más de 25 años, donde ha cautivado a audiencias nacionales e internacionales con su obra, la cual refleja la riqueza cultural y la belleza natural de Costa Rica.

La artista con estudios en Bellas Artes con énfasis en pintura en Paris American Academy ha exhibido su trabajo en galerías de alto renombre. Recientemente, fue galardonada con una Mención Honorífica en la I Bienal de Arte Lumínico en la Galería Nacional de Costa Rica en 2024, un reconocimiento que subraya su contribución al panorama artístico nacional.
El primero de los libros que presentó recientemente Gutiérrez contiene pinturas de amplios formatos, en las cuales definió el lenguaje de su incontenible gestualidad, además de los océanos mentales en tanto son memoria, esencia vital que circula por el tejido arterial de nuestra humanidad. La abstracción creciente y la poética de los mares domina las páginas, permitiendo apreciar sus claves pictóricas o técnicas: pinceladas robustas, amplias, emocionales, cromáticas fogosas, pero sin restar transparencia a los tersos encajes que encrespan al romper los oleajes, y, cual espejos, reflejar la luz del ocaso en el instante cuando el sol se consume bajo el horizonte a juguetear con las mareas.
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El segundo título, Graphos, documenta sus dibujos, de densos y agigantados trazos, quizás sinfónicos en tanto redireccionan las fuerzas y sonoridad del mar. En menor medida, pero las hay, pinturas en las cuales el trazo se vuelve color y criaturas que escarban en las arenas costeras en la pleamar y bajamar; son los cangrejos que dibujan miles de surcos por los cuales también se mueven las corrientes. La fortaleza de esta serie, como se dijo, está en el trazo, el uso de los pigmentos o tintas sobre el papel de alto gramaje que le agrega tesitura a los signos. Posee un lenguaje vibrante que ella registra en su memoria personal, pues, de ese internamiento en la naturaleza deviene su práctica cotidiana.
Introduje este pensamiento atravesando la noción de identidad de Adriano, pero traigo otro decir que me acompaña desde que leí ese libro reescrito en los años 80, esbozos autobiográficos, argumentos que pueblan y que a menudo refiero en mis reflexiones: “el catador de belleza, suele encontrarla donde quiera”. Ese catador es quien toma entre sus manos de conocedor una alfarería rota y no escatima esfuerzos para contemplarla, pues, en su criterio de entendido, lo que tiene entre manos es una joya que para otros no posee valor.

Con esta contradicción asoma mi idea del curador de arte, como quien llega al entendimiento de la obra a través de los signos que emergen del lenguaje del artista. El vocabulario de estos grafos fluye por el río del arte, previo a entrar a fundirse con el océano, cuando dichas aguas tiritan de miedo por no saber qué les espera al unirse con el mar. Lo mismo que experimenta el o la artista al ponerse frente a un lienzo en blanco y con los pinceles en sus manos prestos a manifestarse.
Nunca se sabe cuál va a ser el destino final de la creatividad, solo debemos dejarla fluir sin anteponerle obstáculos, pues en tanto es pensamiento líquido, la creatividad no da vuelta atrás, nunca permanece quieta: esas aguas que vemos pasar en el riachuelo no volverán a pasar por el mismo cauce, y, si se le anteponen obstáculos, tomarán fuerza arremetiendo y generando tribulación… Como dije, para llegar al mar, al que busca Cristina fuera de sí, sin percatarse que lo lleva dentro.