Con el título Novelas escogidas y en dos tomos, EUNED acaba de reeditar cuatro novelas de Gerardo César Hurtado (GCH): Irazú, Así en la vida como en la muerte, Los Parques y Los vencidos. El autor desarrolla estructuras narrativas tendentes hacia lo “experimental”, obras episódicas y polifónicas cuyo argumento se brinda mediante vasos comunicantes (como lo denominó el escritor Carlos Cortés en referencia a otra novela de GCH, Libro brujo, publicada en 1997), alterando el hilo cronológico.
Lo “experimental” en GCH obedece a un ludismo consciente de la deconstrucción del género novela durante el siglo XX y su apertura, cuya intencionalidad se manifiesta en la uniformidad de sus particularidades estilísticas, temáticas y uso del lenguaje, uno en que la voz narrativa parece volatilizarse en la enunciación de palabras y frases, como si paralelo al argumento se nos mostrase aquello que la escritora Lorrie Moore consideró su principal motivación para la escritura: el asombro por los símbolos concretándose ante sus ojos, casi por voluntad propia, en la página.

Publicadas originalmente entre 1972 y 1978, GCH concibió estas novelas entre sus diecinueve y veintisiete años de edad, periodo que el autor cataloga como “años de febril escritura”; la última de ellas, “Los vencidos”, la concluyó durante su residencia como estudiante en la Universidad de Iowa, donde también se dedicó a la traducción y produjo una destacada antología de Ezra Pound, publicada por EDUCA, en el 78. Al tiempo que traduce a Keats, W.C. Williams, Elizabeth Bishop, W.H. Auden o la prosa poética de Saint John Perse, en el ejercicio de descifrar el adjetivo preciso y acento de las sílabas, visualiza la prosa como un rico medio para la poesía.
En composición del suceso psicológico, mezcla de lo concreto y lo imaginario, el lenguaje provee el espacio para los personajes (psiquis experimentales, los llamó Kundera) que habitan en el texto, y en cuya sutileza cobran significado la descripción de la rara arquitectura del edificio donde se quebranta la cotidianeidad de Josef K., en “El proceso”, o del tono de las paredes haciendo eco del piano que tocan los personajes de Marguerite Duras en “Moderato cantabile”. Para GCH, el encuentro entre poética y narrativa lo llevó a aparejarlas en estructuras idiomáticas, luego dar acción a novelas en despliegue de técnica, manteniendo al lector en suspenso, para lo cual reconoce la influencia de Lowry, después Rulfo, en la concisión.
GCH se propone hallar la belleza en cada imagen (la belleza es verdad, decía Keats), pero lejos de responder al ornamento forzado, su lenguaje no solo permite entrever la ruptura del dique entre géneros (GCH es también autor de cinco poemarios), sino que adquiere carácter simbólico: las frases van urdiendo otro relato y se ciernen sobre el destino de los personajes, gravitan hasta constituir otra memoria enla suma de sus conciencias, antagonistas del relato oficial de la Historia.

Para ello apela a la representación de lo sensorial: fragancias, colores, formas o texturas en evocación de la experiencia del sera través del recuerdo subjetivo, de ahí que su prosa colinde a veces con la ensoñación, otras con lo mundano y callejero, donde el ruido de la ciudad, música y expresión popular, transmiten percepciones de seres marginales atestiguando eventos con gran repercusión en la idiosincrasia costarricense (y lo que el propio autor ha llamado la psique tica), a los que se alude críticamente: la Revolución del 48, el proyecto reformador de la Segunda República o el movimiento contra ALCOA. Haciendo partícipes a los lectores de una nueva óptica de los hechos, el lenguaje se torna un revelarse ante lo que yace escrito,establece un desnudamiento del discurso oficialista, de consumo fácil, a la vez que rechazo de la promesa y estrategia política.
En aquellos sus años “febriles”, que abarca de 1968 a 1976, la guerra de Vietnam se halla en su punto más álgido, en medio de WatergateEstados Unidos desarrolla la “Operación Cóndor” en América Latina (que entre otros sucesos promueve la muerte del presidente chileno Salvador Allende y el ascenso de Pinochet al poder) y, Figueres Ferrer, en su tercer mandato, anula el contrato con Aluminum Company de América(ALCOA), que pretendía explotar yacimientos de bauxita en el sur de nuestro país, ante la protesta social y estudiantil que derivó en violentos choques con la policía. ¿No parece esta su Costa Rica, ¿verdad? Apunten, no dejen nada sin describir, apunten, fuego, apunten, fuego, rompan, fuego, fuego, huyan, fuego, las caras, los huevos, las caras, las botas negras, los cascos blancos, fuego, apunten, fuego, apunten, avisen, los policías al atrapar señoritas, sus bolsos desaparecieron; en desbandada corrían: apunten…(“Así en la vida como en la muerte”).

Según Cees Nooteboom, “la historia arma su rompecabezas con los hechos consumados, de modo que el individuo crea en un curso inevitable y en él mismo como instrumento activo del destino”. Es la desacralización, mediante relectura y reescritura de la Historia, lo que reivindica al individuo frente al poder y que postula, por ejemplo, “Los vencidos”, sobre el ajusticiamiento de seis costarricenses en un lugar de Siquirres conocido como el “Codo del diablo”, por contravenir el pensamiento político imperante, siendo acusados de “comunistas”. Las “Novelas escogidas” suponen una distorsión delamemoria, donde los calendarios no marcan el paso del tiempo, sino los impalpables pormenores de la inadvertida cotidianeidad de seres efímeros en el paisaje del mundo cambiante, como se refleja en “Los Parques”, o engullidos entre sus propios recuerdos por la vorágine de la corrupción, contrabando y narcotráfico, evidenciado en “Así en la vida como en la muerte”, en brega por el poder económico y la dominancia de unos sobre otros, en la contienda entre retórica del oficialismo y el subterfugio.
Los diálogos, recurso ancestral y tan caro a los contadores de historias, irrumpen en el flujo poético de sus novelas y aluden a un resquebrajamiento, profanación de la propia voz narrativa, demandando en este punto un “lector activo”, ese que Barthes señaló, a finales de los sesentas, con voluntad para traspasar el propio texto y sonsacar el sentido de la obra, desafío para quienes no estén familiarizados con formas poco convencionales (por citar ejemplos, con las novelas de Dos Passos, Perec o Salvador Elizondo, u obras como “El ruido y la furia”, de Faulkner, “Las olas” de Virginia Woolf o “La región más transparente”, de Fuentes), lo que hizo de la obra de GCH la menos leída de su generación, donde destaca junto a otras voces cronistas del “mundo cambiante” (dicho de otro modo, de otro siglo a punto de perder la memoria), como Carmen Naranjo, Samuel Rovinsky, Alfonso Chase, Tatiana Lobo, Louis Ducoudray, Durán Ayanegui o Quince Duncan.
No mucho parece haber cambiado, tras la amnesia de fin de siglo, a la fecha, la criticidad de los lectores, devenido hoy en crédulo consumidor del scrollinginagotable. Para muestra lo que el autor de “El infierno verde”, José Marín Cañas, se preguntaba en un artículo sobre “Irazú”, Ópera primade GCH, en 1972, donde el volcán encarna la fuerza dictando la fortuna de quienes omiten la existencia de fuerzas subyacentes, pese a creerse gestores únicos de su destino, alusión, acaso, a Plinio el Viejo, muerto en la erupción de lo que creyó era montaña y resultó volcán: “¿será leída la obra? ¿Podrá alcanzar un número copioso de lectores? ¿Tendrá aceptación dentro de los críticos? De todas las preguntas sólo creo que la última alcanzaría una respuesta positiva. La humanidad actual, pragmática, acongojada por el tiempo, sin mucho tiempo para descifrar enigmas o estudiar creaciones esotéricas, no espero que presente un cariz bondadoso de aceptación o de interés”.


La vida del ser humano es corta, sin embargo, su memoria, en lo que respecta al acto creativo, en la recreación de su propia existencia, pareciera no tener límite. Memoria es permanencia y, sobre ese punto de inflexión, se erige lo que perdura. El escritor no inmortaliza, toma lo inmortal y lo plasma, haciendo que persista en la reminiscencia colectiva de la cultura. Sobrepasado por la dimensión de su propio recuerdo, es inherente a la naturaleza humana la crisis permanente de la memoria histórica. La historia, que se asemeja al tránsito de las hormigas por aquella Cinta de Moebius, de la famosa obra de Escher, pareciera obedecer más a vaivenes emocionales, rencor, vanidad y ambición retratados por la mitología griega en los caprichos de los dioses, que a voluntad consciente.
De ahí que esta tetralogía, como formalmente puede considerarse la redición de estas cuatro novelas (por el estrecho periodo en que fueron escritas, por la congruencia estilística y abocarse a la descripción de un periodo específico y convulso), invita a los lectores a cepillar la historia a contrapelo en tiempos en que, otra vez, el poder declara obsoleto, no la forma en que se distribuye la riqueza y gobiernan los pueblos, sino el principio de igualdad universal; y dirigiendo la mirada a nuestro contexto más inmediato (¿No parece esta su Costa Rica, ¿verdad?), la obra retoma vigencia por revisar episodios de la memoria nacional (la psique tica), susceptibles a la manipulación, como ejemplo las recientes palabras del presidente Chaves, aludiendo a la guerra del 48, con miras a exacerbar y capitalizar pasiones.
Las novelas de GCH no se circunscriben a una corriente dominante, “mainstream”, pero exigen lectores activos, despiertos, críticos. Entrañan una búsqueda de la belleza y, sobre todo, de la verdad; porque “la belleza es verdad”, como dijo Keats.
