Se dice (lo menciona esta novela) que cuando San Expedito dejó la espada romana para convertirse al cristianismo, se le apareció un cuervo, quizás el diablo, cantando la palabra cras, es decir, latín para “mañana”. El santo en potencia pudo no serlo de haberse quedado en esa desidia, pero majó al pájaro y se catequizó ese mismo día. Esta novela breve (Pre-Textos, 2025) parece tener este episodio de un milagro intervenido por un mal necio como referente.
En la novela de Jaramillo el milagro es la panacea (sueño de los alquimistas que curaría todos los males de la humanidad). Aparece espontánea como una hierba que puede brotar hasta en las aceras, adormeciendo a las personas como lo lotófagos homéricos y proporcionando todos los nutrientes que requiere el cuerpo. Es tan beneficiosa que hasta las fábricas armamentistas quedan abandonadas, quien la consume no se vuelve a enfermar y también se tornan “insobornables y partidarios que todo el mundo la probara”. Cura el cuerpo y la moral.
Esta trama utópica, alquímica, de Tomás Moro, se depura en la voz de un abogado. Lo que podría ser épico o luminoso se decanta por humano y con colmillo. Ahí parece estar el cuervo de san Expedito. Desde un brumoso momento en que la mayoría de la población está dichosamente embrutecida por la panacea, este abogado recuerda a intervalos (capítulo sí, capítulo no) el juicio por patentar el milagro.

Por un lado, el narrador teoriza sobre esta simulación de un mundo perfecto; por el otro, se contrapone esta lenta rencilla de picapleitos, cuya rapiña es tanta que algunos quieren hasta patentar la misma palabra “panacea”.
Lo más sugestivo de esta novela breve son las hipótesis sobre como se conduciría el mundo con la panacea. Como siempre habrá quien diga de esta agua no bebo yo, hay opositores que creen, como Huxley, que esa felicidad artificial es un engaño de los gobiernos para embrutecer. Hay quienes ven la salvación y se niegan. También se presenta una tesis romántica sobre las artes: sin el sufrimiento, ya no existen, no hay un fermento para que se abonen.
Otra propuesta curiosa es que las personas trabajan más en la era de la panacea, porque lo hacen por el puro gusto de sentirse apasionados. La novela hasta nos refuerza con el ejemplo de Wikipedia, ese empeño colectivo y no remunerado. Hasta la perfección tiene sus consecuencias, porque los bosques (suponemos que sin avaricia ya no hay tala ni industria caníbal) empiezan a cubrir más el planeta y esto causa que las precipitaciones aumenten. Aunque no sea un diluvio de Noé, el relativismo hace que cualquier desastre natural se magnifique porque, junto a la vejez, son las únicas dos causas de muerte.
Sin policías ni jueces, no hay presos: se liberan todos. Con la panacea, ya no hay instintos violentos. Con gracia, la novela nombra a los opositores de esta gran emancipación Sociedad Ojoporojo. Sus deseos punitivos se acaban cuando se dan cuenta que los criminales ya no pueden mentir y confiesan todo (aunque no sienten culpas). Jaramillo trae un debate moral, ¿cuál bien existe en una sociedad castrada de bajos instintos? El abogado-narrador lo denomina no-mal, es decir, una inercia laxa donde no se daña no solo porque no hay necesidad, sino porque tampoco hay como hacerlo. “El derecho era necesario cuando éramos malos; ahora es superfluo”.

También se desvanece la economía, la cual Jaramillo llama ciencia de la escasez. Recordando de cierta forma al DeLillo satírico, el narrador menciona “recuerdo un aviso: ‘¿Ya no le interesa el dinero? ¡No lo tire! ¡No contamine! Nosotros lo recogemos en su casa’”. Un grupo de avaros chipriotas guardan los billetes del mundo en bodegas enormes aunque este ya no tenga funciónen un mundo donde todo lo que se necesita está en una sola planta.
La expansión de la panacea está escrita no solo con mordacidad, pero también con muchísima verosimilitud. La salvación viene de oriente (aunque se dice que nació en muchos lugares) pero se mueve como cualquier novedad: “En Europa la moda llegó por las escuelas de karate”. También, hay quien tema a la falta de violencia humana, argumento similar a cuando se desmilitariza una república: “Un profesor de una universidad de Guatemala, colombiano de nacimiento, sostenía que si la agresividad humana desaparecía, sería sustituida por el daño que ejerciera otra especie”.
Jaramillo es poeta y recibió el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca en el 2018, galardón que comparte con nombres como Rafael Cadenas o Pere Gimferrer. En ciertos momentos de la novela se nota su intención de jugar con el lenguaje: “la susodicha panacea es una dicha, la susodicha dicha dicharachera y jocunda”. Este libro, del cual al principio se nos advierte es una fábula y no una parábola, nos recuerda que cada milagro tiene su cuervo de san Expedito.