
No me atrevo a decir que estoy en condiciones de criticar la arquitectura costarricense. No porque no tenga criterio, sino porque hace mucho no tenemos información suficiente. Antes existían revistas, congresos, exposiciones… sitios donde uno se enteraba de lo que estaban haciendo los colegas. Hoy, esa conversación parece haberse desdibujado entre algoritmos y publicaciones efímeras.
Por eso, cuando surgen iniciativas como Aula Abierta, siento que algo se mueve otra vez. Que vuelve a abrirse un espacio necesario para hablar sin prisa, sin agenda, sin pretensiones. Lugares donde la arquitectura se vuelve conversación, reflexión y memoria compartida.
Durante mucho tiempo, nuestra arquitectura se debatió entre la copia y la búsqueda. Hubo una época en que lo “de moda” era lo colonial, lo importado, lo ajeno. Y, aunque me tocó sufrirlo, también vi cómo esa etapa fue cediendo espacio a una mirada más contemporánea, más honesta con el sitio y con nuestra manera de habitar. Hoy hay propuestas que entienden el clima, el paisaje, la escala humana. No todo, pero mucho va por buen camino.

Sin embargo, me preocupa que hayamos perdido el hábito de discutir, de cuestionar, de pensar juntos. La arquitectura no se sostiene solo con planos: necesita diálogo, necesita crítica, necesita alma. Porque sí, sigo creyendo que la arquitectura es eso: construcción con alma. No basta con levantar paredes; hay que levantar experiencias, emociones, atmósferas.
En estos años he aprendido que lo más difícil no es diseñar, sino detenerse a mirar lo que uno mismo ha hecho. Ser autocrítico. Exigirse. No dar por bueno lo que solo cumple. Los estudiantes - y también nosotros, los que ya llevamos tiempo - deberíamos practicar más la autocrítica, ese ejercicio incómodo pero necesario que nos hace avanzar.
Y entre todo este ruido de lo digital y lo inmediato, apareció Aula Abierta, y, sinceramente, fue un alivio. Ver colegas reunidos, maquetas sobre mesas, ideas flotando entre copas de vino y risas… fue casi una postal de otra época, pero con energía nueva.
Recuerdo el ambiente en Café Mundo: apretado, sí, pero lleno de vida. Volvimos a vernos las caras, a hablar -de arquitectura, de la vida, de lo que fuimos y de lo que queremos construir-. Eso es lo que más me gustó: esa sensación de gremio y camaradería que tanto nos hacía falta.

Lo de Rodco y Unicom es, además, un recordatorio de que cuando iniciativas privadas y pensamiento arquitectónico se alinean, pueden generarse plataformas que trascienden lo comercial. Es un diálogo entre la materia y la idea, entre el oficio y la inspiración. Y eso es lo que necesitamos: sitios donde la arquitectura vuelva a ser cultura, no solo construcción.
Quizá lo que más deseo es que Aula Abierta no se quede como una anécdota, sino que sea el inicio de algo más grande. Que se convierta en un sitio de reunión, donde podamos encontrarnos para hablar sin ninguna agenda, de manera totalmente informal, solo por el placer de pensar juntos.
Porque, al final, lo que nos une no es el concreto, ni el vidrio, ni el acero. Es esa voluntad de darle sentido al espacio, de construir con alma.