Este año se conmemora el cincuentenario de la primera entrega del Premio Carmen Lyra, un reconocimiento que se ha sostenido desde entonces con la finalidad de estimular literatura novedosa y nuevos valores en el área de la literatura dirigida a la niñez y la juventud.
En 1975, por primera vez, el Premio Carmen Lyra de Literatura Infantil al poemario Algodón de azúcarde Lara Ríos. Fue un galardón creado por la Editorial Costa Rica con el propósito de dar a conocer nuevas voces de la escritura dedicada a la niñez. Desde entonces, 23 obras han contribuido a forjar el concepto de que la escritura, ilustración y edición de textos para la infancia encierran un amplio compromiso y conocimiento que permanece en lectores de hoy y el futuro.

El Consejo Directivo de esa Editorial pudo considerar, para hacer la primera convocatoria a ese premio en 1972, la necesidad de estimular a autores nacionales a escribir libros para la infancia con visiones renovadas. Debe indicarse que los jurados lo declararon desierto en ese año, así como en 1973 y 1974 y se premió hasta 1975.
Debe tenerse en cuenta que nuestro país ya tenía amplio bagaje en materia de textos dirigidos a la niñez. Resultó crucial que Joaquín García Monge echara a andar una Cátedra de Literatura Infantil, en la Escuela Normal de Costa Rica, a partir de 1915. También resultó clave el hecho de que este intelectual estimulara a estudiantes y discípulos a escribir para niños.
García Monge también inició, sistemáticamente, la edición de obras para infancia y publicó, entre otras obras, Los cuentos de mi tía Panchita, de Carmen Lyra (1920), Cuentos viejos, de María Leal de Noguera (1923) y Mulita Mayor, de Carlos Luis Sáenz (1949), libros que se han considerado canónicos para la niñez costarricense. También debe destacarse otros títulos de la primera mitad del siglo XX, como Cocorí de Joaquín Gutiérrez, publicada en Chile en 1947, Los cuentos de Nausicaa, de Lilia Ramos (1952) o El sombrero aventurero de la niña Rosaflor, de Emma Gamboa (1969).
Todas esas obras tienen aspectos en común como el de la recopilación del folclor (leyendas, cuentos, poesía y juegos populares), la presencia de personajes emanados de la tradición oral tales como hadas o duendes o los escenarios rurales.
También fue notable fue también la actividad teatral que, en ese entonces, se realizó para la infancia. A manera de ejemplo se puede mencionar que María del Rosario Ulloa Zamora hizo circular la primera edición de Dramatizaciones infantiles en 1925 y Aida Fernández de Montagne dio a conocer El teatro de los niños en 1938.


Sin embargo, a inicios de la década del 70, se evidenciaban cambios en la sociedad costarricense y, por lo tanto, también se hacía urgente la renovación en materia de literatura infantil.
Razones para establecer un premio de literatura infantil
En 1950 la población costarricense era de 800.875 habitantes, según la Oficina Central de Estadística, hoy conocida como Dirección General de Estadísticas y Censos. En 1973, había crecido a 1.871.780 personas, lo que significó un aumento de más del 100%.
No solo aumentó la población del país, también cambió notoriamente el modelo económico pues paulatinamente se sustituyó el cultivo del café, banano, azúcar o arroz por la presencia de empresas y fábricas, lo que conllevó un éxodo del territorio rural al urbano. Ese hecho impactó a la infancia, pues la mayor parte de los niños ya no se encontraban en ambientes del campo, y eran más lo que se desarrollaban en grandes proyectos urbanísticos situados en lo que hoy conocemos como la gran área metropolitana.
Por otra parte, esa niñez empezaba a familiarizarse con una tecnología que resultaba novedosa y modificaban los hábitos de consumo y entretenimiento como era la de la televisión o el teléfono fijo.

Por esas razones, la literatura infantil no podía continuar evocando un ambiente bucólico y campesino; tampoco podía concentrarse en la recopilación del folclor o la presentación de personajes presentes en la tradición oral como las hadas, los duendes o las ondinas. Eran necesarias otras manifestaciones literarias, y también nuevos autores, por lo que fue necesario que la Editorial Costa Rica, como institución creada por ley de la República en 1959, propusiera la creación de un premio.
Justo homenaje a Carmen Lyra
Fueron escasas las menciones que la prensa costarricense hizo sobre Carmen Lyra durante las dos décadas posteriores a la guerra de 1948 y su muerte ocurrida, al año siguiente, en México. Definitivamente, su papel como militante y dirigente del Partido Comunista se convirtió en un motivo para que su nombre fuera ignorado. Debe destacarse que en 1956 y 1966 aparecieron nuevas ediciones de Los cuentos de mi tía Panchita, gracias al esfuerzo de sus amigos y familiares.

A partir de la década del 70, ya subsanadas algunas heridas de lo ocurrido en 1948, se empezó a reivindicar su nombre. Por ejemplo, en 1971 se fundó una Biblioteca Infantil Carmen Lyra, en el quiosco del Parque Central de San José. En 1972, Luisa González y Carlos Luis Sáenz publican el tomo Carmen Lyra. ¿Quién fue y qué hizo? con el sello del recién fundado Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. En 1976, ese mismo Ministerio, dirigido por Carmen Naranjo, hizo una edición estatal de Los cuentos de mi tía Panchita y en 1977, Alfonso Chase dio a conocer su antología Carmen Lyra, relatos escogidos.
De esta manera, se empezó a vislumbrar que esta autora hizo otras contribuciones al mundo de la literatura infantil, aparte de su conocido libro de cuentos, pues fue profesora de la Cátedra en la Escuela Normal, también impulsó un sitio para la infancia en la Biblioteca Nacional y escribió obras de teatro como «Ensueño de Nochebuena» (1930).
Por medio de este certamen se buscó revalidar, a partir de 1972, la contribución que esta escritora, maestra y político hizo a la infancia durante toda su vida.

Breve recuento de un premio
Durante medio siglo son 23 los libros que han recibido este reconocimiento. En el campo de la poesía son Algodón de azúcar de Lara Ríos (1975), Mirrusquita de Floria Jiménez (1976), El abecedario del Yaquí de Rodolfo Dada (1981), Agua del cántaro de Clara Amelia Acuña (1991), Canción de lunas para un duende de Minor Arias (1999) y Érase un monstruo de Floria Jiménez (2003).
En el género del cuento se han premiado Fábula de fábulas de Alfonso Chase (1977), La nave de las estrellas de Alfredo Cardona Peña (1978), Pedro y su teatrino maravilloso de Carlos Rubio (1990), Cuentos con alas y luz de Ani Brenes (1997), La tía Poli y el gato fantasma de Floria Jiménez (2007) y Bandas callejeras de German Cabrera Brenes (2013).
También se han galardonado las novelas El planeta verdede Floria Herrero (1979), Tolo, el gigante viento Norte de Adela Ferreto, Abuelo de Orlando Burgos (2000), La máquina de los sueños de Daniel Garro Sánchez (2009), El diamante del alma de Mar Cole de Temple (2017), Ángelo Dann: otros tiempos, otros modos de Érick Artavia Álvarez (2019) y Nepo y la isla que florece de Floria Jiménez (2023).

En lo que se refiere al teatro se han distinguido Viudita Laurel de José Andrés Solano (1986) y Caminito del mar de José Fernando Álvarez (1997).
También se premió el libro de prosa poética El unicornio y sus estrellas de Delfina Collado (1988) y el álbum ilustrado El árbol curioso de Braulio Barquero Mora (2021).
En 2025 se convocó se convocó en la categoría de álbum ilustrado, escrito en español e inglés. Ganó la obra ¿Soy invisible? de Juliana Herrera Castro.
A partir de 2015 se creó el Premio Juan Manuel Sánchez de Ilustración, desde entonces, la persona que gana este certamen se encarga de hacer las imágenes que acompañan a la obra ganadora del Carmen Lyra.
Necesaria fue la iniciativa de crear este certamen; sería necesario que se regulen sus bases para que cada autor lo reciba una vez y se permita que más voces, con propuestas renovadas, sigan contribuyendo al enriquecimiento de la literatura infantil costarricense.
El autor es profesor jubilado de literatura infantil, en la Universidad de Costa Rica y la Universidad Nacional.
